viernes, 6 de junio de 2014

Literatura aparte

Nadie llega tan lejos, si no es para seguir. Y creo, sinceramente, que cada uno elige su tormenta. Y puedes pasarte toda la vida buscándola, puedes hacer de tu corazón, la estación meteorológica más sofisticada del mundo. Puedes convertirte en el hombre del tiempo, ese tipo gris, triste y decepcionado que estudia el cielo día tras día, a la espera, tratando en vano de definirla, de acotarla, de registrar sus atributos. 

Cada uno elige su tormenta. Y puedes salir a buscarla, puedes cruzar el planeta de un extremo a otro, no vas a encontrarla. La tormenta no se busca, se cabalga. La tormenta te encuentra a ti cuando menos lo esperas, en el lugar más absurdo, en el momento más inoportuno, porque es tu tormenta y la de nadie más.

Tu tormenta aparece y no la ves venir hasta que estás allí, completamente indefenso, contemplando absorto todos y cada unos de sus relámpagos, soñando con la calma tras la tempestad, bailando bajo la lluvia. ¿Por qué sabes que es tu tormenta? ¿Por que vuelves? No. Porque nunca te has marchado.
Porque una vez que te quemas en su incendio, una vez que te pierdes entre sus tormentas, una vez que te asomas, mueres por morir una y otra vez perdido en ella.
Porque nunca te has marchado, y porque jamás hay un "hola" o "adiós" verdadero, solo un cuchillo y el dorso de tus manos: "Toma, anota el tiempo que perdimos".


No hay literatura en el mundo que aporte una descripción exacta. No hay una razón concreta para recibir balazos por ella, para convertirte en su escudo humano al que rechaza, detesta y presume de no necesitar. Solo está ahí, llega un día despejado y todos huyen ante tal previsión meteorológica, casi todos huyen. Pero si es tu tormenta, algo te hace volver una y otra vez a las trincheras, algo te hace salir ahí a ser fulminado por sus rayos, algo te hace correr desarmado hasta la frontera de su piel, para ser fulminado una y otra vez a cada impacto contra el muro que la rodea.

La tormenta perfecta. Podéis buscarla. Buscar una sonrisa en un desguace. Podéis buscarla, porque ella tiene el mando a distancia que pone a funcionar el sol cada vez que se ríe. 

Podéis buscar vuestra tormenta perfecta, pero luego, no digáis que no os avisé, cuando comience la lluvia de cuchillos. Solo admira. Sangra. Y espera. Lo mejor está por llegar.

La tormenta perfecta sonríe cada mañana frente a un espejo, mirándose la tripa, sonríe como solo puede hacerlo ella, sonríe independientemente de la baja presión atmosférica.


Podéis salir ahí fuera a buscarla. Podéis salir a buscar vuestra tormenta, la que remueve con sus truenos los cimientos de vuestra existencia y os puede hacer creer en cosas que jamás habríais soñado contemplar.

Podéis salir a buscarla, pero cuidado, todos los actos conllevan unas consecuencias, unos riesgos que correr. Yo, por mi parte, solo puedo decir: Merece la pena.


MERECE LA PENA.

Cada herida.
Cada quiebra.

Cada ladrillo.
Cada piedra.

Cada gesto.
Cada problema.
Cada tarde.
Cada siesta.
Cada beso.
Cada rabieta.
Cada te quiero.
Cada no vuelvas.


No pretendía hablar del tiempo. Y sobre todo, jamás he pretendido que nadie lo entienda. JAMÁS he necesitado vuestra bendición, porque si hay algo de lo que estoy seguro, es de que yo he encontrado mi tormenta. 

Y a pesar de lo que dicen.
A pesar de lo que suena.
A pesar de lo que parece.
Aunque ya nadie lo entienda.
Todavía queda ahí fuera un poco de verdad.
Y otras verdades mucho más grandes
hechos empíricamente demostrados
abriéndose paso entre tanta disyuntiva
y senda lúgubre e incierta.

Queda una verdad y es lo único que tengo.

MERECE LA PENA.

HE ENCONTRADO MI TORMENTA.

MERECE LA PENA. 






MERECE LA PENA.


No hay comentarios:

Publicar un comentario