domingo, 25 de mayo de 2014

Ahora (Y siempre)

Pensaba escribir como despedida
un poema más triste que un blues
lo pensé mientras metía de nuevo en la maleta
el viejo sentido común.

Pero luego pensé en tus tacones
haciendo sonar un camino de baldosas amarillas
te imaginé de cervezas, o comiéndonos a besos,
por ese largo camino que tardamos nueve meses en atravesar.

El parto más largo del mundo.

Dar a luz.

Darnos luz.

Tú, me diste la luz
y eso me lo llevo conmigo.

A cambio te he dejado
un enjambre de estrellas
ya sabes
para que no te pierdas.

Y sé que vas a estar bien
te dejo en buena compañía
y nos vamos a echar mucho de menos
tanto como lo veníamos haciendo desde que nacímos
(y eso que aún no sabía que existías)

No he olvidado dejarte también
una canción de esas largas
casi tanto como tus piernas
eres de ciencia ficción, ya sabes
nunca jamás dejes de pasearlas.

Y me he puesto a pensar por el camino
en cómo comenzó todo
como atravesamos aquél verano de la mano
a través de las rosas y los espinos.

También te he dejado algunos textos
que siempre seguirán ahí, como testigos,
para que puedas someterlos a juicio,
Crack del 29, Hiroshima, Muro de Berlín, Dulce Castigo.

No puedo evitar sonreír,
créeme porque es cierto lo que digo
mientras pienso en todas esas charlas infinitas
cuando tirabas por tierra con una sonrisa
todos mis argumentos sin sentido.

Y cuando me regalaste aquél libro
y cuando me abrazabas en modo clandestino
Y en tu ¿Qué dirían tus padres?
Y en mi “Me la suda, yo me quedo contigo”

Y en que solo mediaba entre tú y yo
el poco aire que necesito
que dejaba de respirar al verte aparecer
que descosías mi boca hilo a hilo
(para hacerme sonreír)

Y que un día me tragué un maldito bicho.

Pensaba escribirte como despedida
un poema más triste que un blues
pero no puedo, Flaca
ni puedo ni lo quieres tú.

Gracias por enseñarme a dormitar.
Gracias por enseñarme a levitar.
Gracias por enseñarme a tiritar de miedo ante tu ausencia.
Gracias por cada una de esas malditas cervezas.
Gracias por tu compañía.
Gracias por dejarme mirar tras la sábana,
por dejarme conversar con la niña
que vivía escondida debajo
de ese carísimo traje de ejecutiva.

Gracias por todas las riñas.

Tengo que largarme, flaca.
Joder, quién cojones lo diría
cuando tu buscabas señales para separarnos
y yo me encadenaba a tu puerta

cuando tu me colgabas el teléfono
y yo corría a mi segunda casa (tu portero automático)

Sé que te dejo un asunto pendiente,
sabes del baile del que te hablo.
Juro que un día saldaré mi deuda,
quizás dentro de unos muchos años.

Sé que vas a estar bien,
porque me he ocupado de dejarte
todas esas cosas y muchas más.

Yo también te llevo conmigo, N
hemos hecho de tu nombre
contagio literario universal.

Mil millones de gracias,
una por cada uno de tus lunares,
una por cada uno de tus desvelos,
una por cada uno de mis suspiros
en esas noches en que dormía entre tu pelo.

Una por cada espasmo,
una por cada sueño,
de esos que me regalaste,
los que tenía con los ojos abiertos.

Y tú.
Ahí estabas tú,
con tus espasmos,
susurrando entre mis huesos,
para no dejarme escapar mientras
te dejabas llevar por el sueño.

Ha sido un viaje increíble.
Ya he sacado un nuevo cuaderno
en el que pienso apuntar todas las cosas
que voy a decirte
si algún día volvemos a vernos.

Sigue siendo ese rock and roll
que calienta la noche más fría del invierno.
Sigue acojonándolos a todos,
como sólo tú sabes hacerlo.

Sigue brillando.
Sigue girando.
Sigue danzando.
Guárdame un sueño.

Sigue luchando.
Te has dado cuenta,
puedes hacerlo.

Si todo falla, Flaca,
no tires la toalla




Dame un silbido,


Y sabes que nos vemos.


Yo también


Me como



A


Los fantasmas


Por ti.





Te quiero.




Es y será, para siempre. Infinito.

J




miércoles, 21 de mayo de 2014

El octavo pasajero

Me contaba historias de esas que siempre le han interesado, “en los setenta, el gobierno conspiraba para homosexualizar a la población y así crear nuevas fuentes de marginalidad en ciertos sectores", pero no conseguía sacarme de mi bucle infinito.
Nada podía hacer que dejara de tirar del hilo de su sonrisa, esa eterna madeja en la que siempre acabo enredado, prácticamente inmóvil, acojonado, hasta que sus ojos me dicen: “Tranquilo, solo tienes que relajarte. Espera a que llegue la luz, todo irá bien, lo sé. Si hay luz (y se que la hay) nos acabará encontrando”.

Él habla, y yo le escucho. Se me ocurren mil soluciones a sus problemas, cien mil millones de posibilidades, una cantidad apabullante de movimientos que podría ejecutar para salir de su enredo. Él no dice nada del mío. Intenta no hablarme de ella. Sabe que no quiero salir, estoy bien con mi cabeza entre sus piernas, allí puedo por fin respirar.

Le cuento que hay tipos que necesitan irse solos a escalar una montaña, contemplar el mundo desde la cima de uno de esos gigantes con millones de años para respirar aire puro, y encontrar el sentido de la vida. También le cuento que lo mío es más complicado. Y más sencillo a veces. Que lo único que necesito escalar es su espalda con mi lengua. Que encuentro el sentido de la vida cuando bajo sus bragas. Que no he probado un aire más puro que el de su aliento, ni droga más dura y adictiva, que hacerla sonreír. Que yo también conozco algunas conspiraciones, como esa mentira que nos han contado sobre la arquitectura y el arte, que arquitectura perfecta es la de cada átomo, cada molécula que compone su cuerpo. Que para simetría, la de nuestras ganas cuando nos quitamos la ropa, cuando nos quitamos el miedo y nos lavamos las dudas con saliva, con sudor, cuando nos purgamos entre orgasmos.

Luego, cuando me quedo solo, cuando camino de regreso a casa, no puedo evitar pensar en el asunto de nuevo, solo que ahora, en soledad, el miedo toma el control. Sabe que la voz de la cordura se ha largado, y las estrellas empiezan a dar miedo y la luna se vuelve roja. Entonces empiezo a preguntarme dónde estará, si dormirá abrazada a alguien, si se habrá metido en la cama con una sonrisa después de pensar por última vez en algún tipo que ha conseguido hacerla sonreír. Entonces pierdo el control, y destrozo la luna a pedradas, y las farolas. Me niego a que me ilumine el camino ninguna luz, que no sea la de sus ojos.
Y se que solo es cosa del octavo pasajero tomando el control, un juego de sombras que abusa de mi miedo. Yo se la verdad. Me la repite todo el tiempo a través de sus pensamientos, por FM, con una onda infinita que solo mi antena puede captar. Ella, mi emisora de radio favorita.

Me aferro a eso, y cuando por fin he sacado toda la basura, me siento a teclear, y me trago dos tranquis ayudándome de una cerveza helada de su marca favorita (bueno, su segunda marca favorita), y empiezo a imaginar todas esas cosas que nunca pasaron como las cuento pero que si las leyese, sabría cuales son.
Pienso en el día en el que nos conocimos, el día en el que nos conocimos de verdad. Pienso en ella mirando todas esas bolsas de sangre, mirando intrigada si conocía alguno de los nombres que rezaban en las etiquetas. Y yo estaba allí al lado, mirándola a ella, buscando el botón correcto, el que podría sacarle una sonrisa. El que podría hacerla bajar sus defensas. El que me dejara mirar más allá. También buscaba una escalera, quería mirar más arriba de sus piernas, aún sabiendo que al cruzar mi mirada con la suya, yo me quedaría paralizado en mitad de la autopista, sería atropellado. Aún así, me quedo a mirar. Me quemo, me quemo por ella, como esas polillas que se acercan más y más a la luz hasta caer desplomadas. Achicharradas. En llamas.

También pienso a veces, cuando se apagan las luces y todos duermen abrazados a mentiras, sueños de mierda y sacos de hipocresía, en buscar una salida. Pienso en eso que dicen de que “cada vez que se cierra una puerta, una ventana se abre”, y no puedo evitar sonreír, es más bien una media sonrisa.
La puerta se ha cerrado muchísimas veces tras sus tacones, y siempre que me he asomado a la ventana, al otro lado había un montón de nada. O había un montón de vértigo, porque ella es eso, te sube a una planta treinta y ocho, te hace enorme, y luego se marcha. Una ventana. ¿Quién tiene cojones de salir por esa ventana? ¿Quién querría salir de allí?

Estoy preparado. Estoy preparado para disfrutar de esa orquesta química que se dispone a interpretar un Valls único, desconocido, prohibido y que me hace temblar de terror.
Claro que estoy preparado, y claro que jamás lo estaré suficientemente, pero me quedo ahí a escuchar. Hostia a hostia, mirada a mirada, polvo a polvo. Y a resurgir de las cenizas, que es lo que mejor se nos da. Estoy preparado para naufragar mil veces en sus tormentas, para llenarme los pulmones de arena y sal, y de sus fluidos, y de sus historias. Porque se, que cuando estoy a punto de ahogarme, de darme por vencido, de dejarme llevar por la corriente, ella me rescata, me lanza un mechón de su pelo y a él me aferro como a la verdad suprema. Porque se, que cuando exhausto y aterrorizado consigo trepar por él, lo que me espera al final, eso, no tendréis la suerte de contemplarlo en la vida. El espectáculo privado que guarda para mi. El milagro de su existencia. Su respiración, su conversación, no hay pornografía más dura. No hay incendios como los de su mente fustigando la mía.


A resurgir de las cenizas, como tu sabes.


Como aquél día, ese que se repite aproximadamente cada dos semanas, en el que me quedé atrapado contigo en tu coche, entre tanta nieve. Me asomé asustado ahí afuera y todo era blanco, no había absolutamente nada, blanco y frío. Así que me asuste una vez más, y tu solo me miraste, apagaste el motor y me concediste todo el tiempo del mundo.
Me frotabas las manos. Me comías la boca. Todo cobraba sentido. Estábamos listos una vez más para comernos el mundo. Para hacerlos temblar. Mano a mano.
Preparados de nuevo para arder hasta extinguirnos, porque es mejor arder, que apagarse lentamente. A menudo pienso en arder, en arder contigo hasta reducirnos a cenizas, y luego, vuelta a empezar.


A resurgir de las cenizas, como tu sabes.



Como me has enseñado.


Infinito.










Y a ti, amigo mío, también te encontrará la luz. Estoy seguro. (Si no, ya nos encargamos de encender una hoguera).

sábado, 17 de mayo de 2014

Al menos con palabras

Le digo a René que me largo, que me marcho a casa porque estoy cansado (y porque el aire está demasiado cargado. Demasiado denso. Irrespirable).

"Cuando lleguemos a comprender y aceptar que el hecho de tener una relación con una persona, no implica poseerla ni aislarla, si no tener que currárselo día tras día, mantener viva la magia, luchar por que cada mañana te siga eligiendo a ti, entonces, ese día conseguiremos mantener a nuestro lado a la persona que amamos. Todo irá a mejor. Todo fluirá." Me dice.

Pienso en contestarle. Pienso en mentirle y asentir efusivamente, en ocultarle que no consigo creer en que algún día este dolor se marche, en que todo vaya a mejor. También pienso en la otra opción. Pienso en contarle que no es la posesión mi problema, que me preocupa tanto como una subida del Nasdaq, o como elegir un buen plan de pensiones. Pienso en contarle que no es la posesión mi problema, que ya tengo asumido desde hace mucho, que no se puede poseer aquello tan grande que ni siquiera el abrazo más desesperado puede abarcar.

Pero no le digo nada. 

No con palabras.

Me limito a agachar la cabeza y a fijar la mirada en la taza que tengo delante, la miro concentrado, en profundidad, como si tratara de descifrar el mensaje oculto en los posos del café. Como si allí se encontraran las respuestas a todas mis preguntas, las soluciones a mis problemas. Como si allí contemplase a mi redención, sentada, leyendo, deteniendo el tiempo. Pura superstición.

Y él lo entiende al momento. Comprende lo que estoy diciendo, entiende mi respuesta y descifra mi silencio. Sabe de qué estoy hablando al callar y mirar hacia abajo.

Y él tampoco dice nada. Al menos con palabras.

Solo muestras sus heridas a medio cicatrizar, como un especie de hucha de barro resquebrajada, así sonríe, y por el hueco de su sonrisa empiezan a escapársele un montón de buenos momentos y recuerdos con ella, y cuando cree que no miro, intenta atraparlos con las manos, pero las tiene llenas de agujeros. Sabe que el tiempo no perdona, optimiza.

Coloca sus heridas junto a las mías, y juntas conforman un mapa que, según él, nos conduce hasta Granada. Hasta nuevas sonrisas. Hasta noches en velas. Para acabar de nuevo, en el punto desde el que salimos, porque ambos sabemos que son un punto sin retorno. Nuestros triángulos de las bermudas.

Una vez más me callo. No le cuento que mis heridas son autoinfligidas, ni que cada mañana las relamo mientras me masturbo.

Hay algunas cosas que no le cuento, y se que en el fondo es mejor así.

No le cuento que tuve que cambiarme de camiseta dos veces ese mismo día, porque había vomitado dos veces de tanta tristeza que se me escapaba por los ojos, de tanta tarde de domingo en mi cabeza, de tanta cuchilla de afeitar en vela, de tanto nudo en la garganta al pasar por cierto sitio, que ahora se que está prohibido para mi.

Lugares donde has sido tan feliz, que si ahora que no tienes nada los contemplas, pueden resultar un balazo. Vida y muerte.

No se lo conté, pero también parece saber eso, lo lee en mis ojos, a pesar de que jamás me quito las gafas de sol. Y en lugar de meter el dedo en la llaga con vacías palabras de consuelo, me vuelve a hablar de Granada, de lo bien que nos irá por allí. O me habla de lo bonitos que son los zapatos de esa chica o de esta otra, a pesar de que cuando mira hacia ellas, él tampoco ve nada. 

Él sabe igual que yo que no son de verdad. Que no tiene sentido llenarse el pecho de aire. Él prefiere conservar un corazón sangrante. Agonizante. Un corazón que aulla su nombre en cada latido.

En el fondo soy un tipo callado.

Vuelvo a callarme un gracias.

Gracias por hacer oídos sordos a los suspiros agonizantes de mis zapatos estrellándose contra el asfalto con cada paso que recorro, y que me aleja de allí donde quisiera estar.

Un gracias por caminar a mi lado, con las voces de tu pecho haciendo los coros a mis desvelos. 

Armonías de ausencia.

Con cada paso.

Paso a paso.

Paso a paso.

lunes, 12 de mayo de 2014

Estúpida tarde de Mayo



Mayo pasaba lento y rápido a la vez. Ese piloto automático que se encarga de los aterrizajes forzosos cuando piloto y copiloto —o lo que es lo mismo; el hombre y su polla, también llamada cerebro— pierden el control, se había encargado de mantener veintitrés horas y media de las veinticuatro del día ocupadas en asuntos varios. La otra media hora, me arrojaba a los brazos del sueño con la ayuda de algún milagroso psicofármaco.
A veces las cosas se disfrazan de otras que no son, o más bien, pocas veces las cosas se muestran en su forma original. Viernes por la tarde. Mayo. Mentira, hacía tanto calor como en una mañana de Agosto, así que ingerí otro Rehypnol y me tumbé en el sofá mientras en la televisión, los actores hacían su papel con tanta verdad como el te quiero “TQ” de los SMS`s o Whatsapp.


Mientras me encontraba en pleno viaje, pude oír sonidos que podría provenir de tres vidas más allá, tres pisos más arriba o cuatro decepciones por respiración. Sonaba a felicidad, así que me concentré en dormir con más profundidad. Borrar los sueños.
Los sonidos se acercaban como al trote. Sentí cómo se humedecía mi mejilla.


—¡Hoda, Mi-mi-miki! —me gritó casi al oído, con toda la dulzura del mundo la pequeña babeadora de caras—, ¿Estáz dodmido?


—¡Isa, déjalo! Está durmiendo —le reprendió una voz aún más dulce—.


—No, deja que lo despierte, Sara —dijo una tercera voz femenina—, tiene que quedarse con vosotras. Mamá y yo vamos a salir un rato.


Comencé a abrir los ojos, y lo primero que pude ver —de un modo bastante borroso—, fue la cara de la pequeña Isa a solo unos centímetros de la mía. Una mirada escrutadora, me miraba con una mezcla de cariño y curiosidad. Miraba muy atentamente.


—Miki…que uapo erez —susurró la pequeña—, ¿y tu novia?


—¡Ey! ¿Qué haces aquí, pequeña? —pregunté mientras me incorporaba—. Me has despertado, lo sabes ¿verdad? Y tú, pequeño bicho, tu también me has despertado con tu vocecita de pito, ¡ahora os vais a enterar! —dije mientras las agarraba y las tiraba contra el sofá. Ellas gritaban y reían.


—Tienes que quedarte un rato con las niñas, ¿vale? Vamos a salir a comprar unas cosas.


—¿En serio? ¿De verdad tengo que quedarme yo solo con dos niñas tan horribles? —bromeé mientras seguía jugando con ellas—.


—No tardaremos demasiado. ¿Crees que podrías quedarte con ellas unas horas sin suicidarte, emborracharte, emborracharlas ni causarles una depresión?


—Puedo intentarlo —contesté—, pero no prometo nada.


En pocos minutos oímos la puerta cerrarse, y me convertí en el único adulto de la casa —al menos legalmente hablando—, así que comencé a tratar de comportarme como tal.


—Bueno, ¿qué tal, chicas? —pregunté—, venís muy guapas, ¿habéis estado en una boda o algo así?


—No, venimos del cole —contestó sara—. Hemos venido porque mamá tiene que comprarse un vestido para la comunión de nuestro primo Manuel, y como está enfadada con nuestro papá, tiene que llevarla tu hermana.


—Miki, ¿te vas a casar? —interrumpió Isa—, estás muy uapo.


—Pues creo que de momento nada de bodas, cielo. Pero gracias. Vosotras también estáis muy guapas. ¿Qué tal ha ido el cole?


—Muy bien, hoy hemos aprendido una canción en Inglés —gritó sara—, “Animal Instinct”, de un grupo llamado “The Gual flavuers”. En el recreo Sandra ha llorado, porque Antonio le ha dicho que no quería ser su novio, que tenía que jugar al fútbol muy bien y no tenía tiempo para chicas. ¡Ah! —continuó—, he sacado un 8 en matemáticas.


—Y-y-y-y-y Yo he zacado un nueve, Miki. ¡Un nueve! —gritaba Isa, mientras Sara movía de un lado a otro el dedo índice a su espalda a modo de negación con una sonrisa en los labios—, ¡Y tengo novio!


—Vaya, ¿las dos habéis sacado un nueve? Muy bien chicas, veo que habéis sacado mi inteligencia. Eso del novio…tendré que verlo, Isa, espero que sea tan guapo como yo, bueno…eso es imposible, pero espero que sea bien guapo y listo, y que sea un buen chico.


—¡Se llama Pedro! —gritó Sara—, y es un niño chico. ¡Es de primero!


—Zi, Pedro. Tengo Pipí, Miki.


—Pues ya sabes donde está el baño, cariño. Si necesitas algo, avísame.


Se levantó de un salto y desapareció tras la esquina. Luego se escuchó un portazo, y seguidamente oímos el pestillo de acero deslizarse. Es una buena chica, había aprendido bien.


—Miki, es mentira, ha sacado un cero —susurró Sara con una sonrisa adulta—, lleva tres años en tercero. Yo la cuido, y Marta y Sofía. Sigue en tercero porque tiene Síndrome.


—Bueno, ¿Sabes qué? La quiero igual que cuando estaba en primero, y la querré igual cuando esté en cuarto o en quinto. Y a ti también. Respecto a que tiene el síndrome, no me había dado cuenta, ¿sabes? También tiene una sonrisa preciosa, me quedé mirando eso, soy un despistado. Oye voy a por algo de beber, ¿Queréis comer o beber algo?


—¡Yo quiero chuches y Coca cola! —dijo Sara—.


—Y-Y-Y Yo quiedo Shiocoate —gritó Isa desde el baño—.


Me levanté y comencé a caminar hacia la cocina, y por el camino pude darme cuenta de lo aturdido y mareado que continuaba. Abrí el frigorífico, saqué una botella de Coca Cola, una tableta de Milka con leche y galletas y fui a coger una cerveza. Me lo pensé de nuevo. Volví a colocarla en su sitio, y en su lugar, saqué una botella pequeña de agua.


Volví al salón con el alijo y me encontré con que las dos pequeñas habían ocupado mi sofá. Les di sus respectivos pedidos y me senté en el otro sofá.


—¿Qué estás viendo? ¿Puedo cambiar? —dijo Sara con el mando del televisor en la mano—.


—Si, pon dibujitos Zada —dijo Isa—, pon Bobez-ponja.


Sara comenzó el zapping. Yo no podía parar de mirara todos esos canales, esas caras cambiando una y otra vez a una velocidad brutal. No pude evitar pensar en alguien a punto de morir, en eso que dicen de ver pasar tu vida por delante, y de repente me encontré pensando en que si estuviera en el lugar de ese tipo moribundo, no querría esa mierda de sucesión de momentos a la velocidad de la luz, me bastaría con la reproducción de alguno en concreto. Una cara. Me gustaría que me mirara y poder mirar una vez más a alguien en concreto, una chica. Luego pensé que era un imbécil y no me merecía ni eso.


Después de unos minutos, el zapping se detuvo en un canal en el que ponían dibujos animados. La voz de Isa se apagó, contemplaba ensimismada los dibujos animados.
En la pantalla, el coyote tramaba travesuras para poder alcanzar al correcaminos.


—A mi no me gustan estos dibujos, Miki —dijo Sara—, el coyote nunca pilla al correcaminos. Se pasa todo el día detrás, y al final siempre acaba cayendo en sus propias trampas, debería parar de intentarlo.


—Bueno, si parara de intentarlo se acabaría la serie, ¿no crees? —contesté—.


—Si, pero es que el coyote es muy tonto. El correcaminos es mucho más rápido y se conoce todas sus trampas, y aún así, el coyote sigue y sigue y sigue. ¡Qué aburrimiento! Debería buscar otro animal más lento.


—Supongo que se le habrá ocurrido, pero ¿sabes qué? Creo que en el fondo, le gusta el correcaminos mucho más que cualquier otro animal que pueda aparecer, por eso sigue intentándolo una y otra vez. Aunque tienes razón, el coyote no es un tipo demasiado listo, digamos que es bastante desastre.


—Si, es muy tonto —respondió—, siempre está utilizando trampas marca ACME para pillar al correcaminos, pero el correcaminos se ríe y las acaba usando contra él.


—Si, se ve que ambos se lo pasan muy bien.


—No, el coyote no se divierte. ¿No ves que quiere atraparlo y no puede? Debería buscar a Bugs bunny o al cerdito Porky, ellos corren menos.


—En realidad, no tengo muy claro que el Coyote quiera atrapar al correcaminos, creo que se lo pasan bien así. Al coyote le encanta el correcaminos aunque no lo reconozca, le gusta verlo correr, le gusta su velocidad, sus colores, y sobre todo su ¡MEC MEC! Si lo cazara, todo eso se acabaría, están bien así, corriendo cada uno a su velocidad y jugueteando con sus trampas.


—A Isa le encantan los dibujos animados. A veces en el recreo jugamos al correcaminos y quien se la queda, tiene que perseguir a los demás todo el rato, ¡MEC MEC!


—¡Ey! ¡Parece divertido! ¡MEC MEC! —dije mientras me arrojaba a su sofá—.


—¡No, miki! ¡Tu ered el coyote!


—Es verdad, tu eres el Coyote —dijo Sara—, porque estás triste.


—¡Ehhh! ¿Quién ha dicho eso?


—Mamá dice que estás triste. Tienes cara de estar triste, Miki. ¿No puedes pillar al correcaminos?


—Mi-Mi-Miki, tiened que coded menod y podtadte mien —interrumpió isa—, el codecaminos también ed mu uapo, como tu. Es tu novia.


—JA JA JA —reía Sara—, tu novia es el correcaminos, por eso estás triste.


Luego terminó el capítulo y a continuación pusieron un show absurdo en el que una chica con más pechos que Sabrina interpretaba el papel de una dulce princesa para niños en una comedia absurda. Yo seguía pensando en el coyote y el correcaminos. Y me dolía algo dentro. Las dos me abrazaron y continuamos mirando la televisión. Se me apeteció esa cerveza más que nunca en mi vida, pero me quedé allí prensado entre aquellos pequeños cuatro brazos, pensando que nada podía ir peor.


Entonces, de repente pasaron a publicidad. Me enteré de que Leiva bebía Mahou, y por lo que se ve, Loquillo también, de hecho les prestaba su banda sonora.


Todo puede ir a peor.



Siempre.



En cualquier tarde de Mayo. Bajo el calor de Agosto.


Todo puede ir a peor siempre.



Pero jamás se lo contaría a las pequeñas. Callé. Sonreí. Lloré por dentro. Y dejé que la carrera del Coyote detrás de correcaminos continuara dando cuerda al mundo.






Un día más.

sábado, 3 de mayo de 2014

Ménage à trois (Tú, yo, y mis errores)



He puesto la mesa, he servido la cena
Y luego me he sentado, medio agazapado
A esperar, para ver si llegaba algún comensal.


Y aquí sigo sentado, dos horas después,
Apenas he tocado un poco de paté,
Que luego he vomitado, al pensar en los patos.



Y me faltan manos para contar las veces que fallé
Si me prestas tus dedos, quizás los vuelva a apostar
Y los vuelva a perder.


Me he encendido un cigarro y medio entumecido
He acabado con cuatro botellas de vino
Brindando, con el olvido


Y por un breve instante he podido escuchar
Un golpear de tacones, la felicidad,
Pero son los vecinos, vuelven a follar.


Y me falta un destello que pueda iluminar esta oscuridad
Si me prestas tus ojos, quizás pueda avanzar
Quizás pueda llegar.


Al final me he rayado y lo he vuelto a hacer,
He arrojado la copa contra la pared.
Me he largado a la cama sin recoger.


Luego he ido a llamarte, cuando sin querer,
 he encontrado en un verso de boudelaire,
una nota con lápiz “siempre te querré”.


Y me faltan manos para contar las veces que fallé
Si me prestas tus dedos, quizás los vuelva a apostar
Y los vuelva a perder.


Y me faltan tus ojos, que miran y ven, cristal a través
y en mitad de un silencio, consigo entender,
que nada irá bien (si no es contigo).