lunes, 12 de mayo de 2014

Estúpida tarde de Mayo



Mayo pasaba lento y rápido a la vez. Ese piloto automático que se encarga de los aterrizajes forzosos cuando piloto y copiloto —o lo que es lo mismo; el hombre y su polla, también llamada cerebro— pierden el control, se había encargado de mantener veintitrés horas y media de las veinticuatro del día ocupadas en asuntos varios. La otra media hora, me arrojaba a los brazos del sueño con la ayuda de algún milagroso psicofármaco.
A veces las cosas se disfrazan de otras que no son, o más bien, pocas veces las cosas se muestran en su forma original. Viernes por la tarde. Mayo. Mentira, hacía tanto calor como en una mañana de Agosto, así que ingerí otro Rehypnol y me tumbé en el sofá mientras en la televisión, los actores hacían su papel con tanta verdad como el te quiero “TQ” de los SMS`s o Whatsapp.


Mientras me encontraba en pleno viaje, pude oír sonidos que podría provenir de tres vidas más allá, tres pisos más arriba o cuatro decepciones por respiración. Sonaba a felicidad, así que me concentré en dormir con más profundidad. Borrar los sueños.
Los sonidos se acercaban como al trote. Sentí cómo se humedecía mi mejilla.


—¡Hoda, Mi-mi-miki! —me gritó casi al oído, con toda la dulzura del mundo la pequeña babeadora de caras—, ¿Estáz dodmido?


—¡Isa, déjalo! Está durmiendo —le reprendió una voz aún más dulce—.


—No, deja que lo despierte, Sara —dijo una tercera voz femenina—, tiene que quedarse con vosotras. Mamá y yo vamos a salir un rato.


Comencé a abrir los ojos, y lo primero que pude ver —de un modo bastante borroso—, fue la cara de la pequeña Isa a solo unos centímetros de la mía. Una mirada escrutadora, me miraba con una mezcla de cariño y curiosidad. Miraba muy atentamente.


—Miki…que uapo erez —susurró la pequeña—, ¿y tu novia?


—¡Ey! ¿Qué haces aquí, pequeña? —pregunté mientras me incorporaba—. Me has despertado, lo sabes ¿verdad? Y tú, pequeño bicho, tu también me has despertado con tu vocecita de pito, ¡ahora os vais a enterar! —dije mientras las agarraba y las tiraba contra el sofá. Ellas gritaban y reían.


—Tienes que quedarte un rato con las niñas, ¿vale? Vamos a salir a comprar unas cosas.


—¿En serio? ¿De verdad tengo que quedarme yo solo con dos niñas tan horribles? —bromeé mientras seguía jugando con ellas—.


—No tardaremos demasiado. ¿Crees que podrías quedarte con ellas unas horas sin suicidarte, emborracharte, emborracharlas ni causarles una depresión?


—Puedo intentarlo —contesté—, pero no prometo nada.


En pocos minutos oímos la puerta cerrarse, y me convertí en el único adulto de la casa —al menos legalmente hablando—, así que comencé a tratar de comportarme como tal.


—Bueno, ¿qué tal, chicas? —pregunté—, venís muy guapas, ¿habéis estado en una boda o algo así?


—No, venimos del cole —contestó sara—. Hemos venido porque mamá tiene que comprarse un vestido para la comunión de nuestro primo Manuel, y como está enfadada con nuestro papá, tiene que llevarla tu hermana.


—Miki, ¿te vas a casar? —interrumpió Isa—, estás muy uapo.


—Pues creo que de momento nada de bodas, cielo. Pero gracias. Vosotras también estáis muy guapas. ¿Qué tal ha ido el cole?


—Muy bien, hoy hemos aprendido una canción en Inglés —gritó sara—, “Animal Instinct”, de un grupo llamado “The Gual flavuers”. En el recreo Sandra ha llorado, porque Antonio le ha dicho que no quería ser su novio, que tenía que jugar al fútbol muy bien y no tenía tiempo para chicas. ¡Ah! —continuó—, he sacado un 8 en matemáticas.


—Y-y-y-y-y Yo he zacado un nueve, Miki. ¡Un nueve! —gritaba Isa, mientras Sara movía de un lado a otro el dedo índice a su espalda a modo de negación con una sonrisa en los labios—, ¡Y tengo novio!


—Vaya, ¿las dos habéis sacado un nueve? Muy bien chicas, veo que habéis sacado mi inteligencia. Eso del novio…tendré que verlo, Isa, espero que sea tan guapo como yo, bueno…eso es imposible, pero espero que sea bien guapo y listo, y que sea un buen chico.


—¡Se llama Pedro! —gritó Sara—, y es un niño chico. ¡Es de primero!


—Zi, Pedro. Tengo Pipí, Miki.


—Pues ya sabes donde está el baño, cariño. Si necesitas algo, avísame.


Se levantó de un salto y desapareció tras la esquina. Luego se escuchó un portazo, y seguidamente oímos el pestillo de acero deslizarse. Es una buena chica, había aprendido bien.


—Miki, es mentira, ha sacado un cero —susurró Sara con una sonrisa adulta—, lleva tres años en tercero. Yo la cuido, y Marta y Sofía. Sigue en tercero porque tiene Síndrome.


—Bueno, ¿Sabes qué? La quiero igual que cuando estaba en primero, y la querré igual cuando esté en cuarto o en quinto. Y a ti también. Respecto a que tiene el síndrome, no me había dado cuenta, ¿sabes? También tiene una sonrisa preciosa, me quedé mirando eso, soy un despistado. Oye voy a por algo de beber, ¿Queréis comer o beber algo?


—¡Yo quiero chuches y Coca cola! —dijo Sara—.


—Y-Y-Y Yo quiedo Shiocoate —gritó Isa desde el baño—.


Me levanté y comencé a caminar hacia la cocina, y por el camino pude darme cuenta de lo aturdido y mareado que continuaba. Abrí el frigorífico, saqué una botella de Coca Cola, una tableta de Milka con leche y galletas y fui a coger una cerveza. Me lo pensé de nuevo. Volví a colocarla en su sitio, y en su lugar, saqué una botella pequeña de agua.


Volví al salón con el alijo y me encontré con que las dos pequeñas habían ocupado mi sofá. Les di sus respectivos pedidos y me senté en el otro sofá.


—¿Qué estás viendo? ¿Puedo cambiar? —dijo Sara con el mando del televisor en la mano—.


—Si, pon dibujitos Zada —dijo Isa—, pon Bobez-ponja.


Sara comenzó el zapping. Yo no podía parar de mirara todos esos canales, esas caras cambiando una y otra vez a una velocidad brutal. No pude evitar pensar en alguien a punto de morir, en eso que dicen de ver pasar tu vida por delante, y de repente me encontré pensando en que si estuviera en el lugar de ese tipo moribundo, no querría esa mierda de sucesión de momentos a la velocidad de la luz, me bastaría con la reproducción de alguno en concreto. Una cara. Me gustaría que me mirara y poder mirar una vez más a alguien en concreto, una chica. Luego pensé que era un imbécil y no me merecía ni eso.


Después de unos minutos, el zapping se detuvo en un canal en el que ponían dibujos animados. La voz de Isa se apagó, contemplaba ensimismada los dibujos animados.
En la pantalla, el coyote tramaba travesuras para poder alcanzar al correcaminos.


—A mi no me gustan estos dibujos, Miki —dijo Sara—, el coyote nunca pilla al correcaminos. Se pasa todo el día detrás, y al final siempre acaba cayendo en sus propias trampas, debería parar de intentarlo.


—Bueno, si parara de intentarlo se acabaría la serie, ¿no crees? —contesté—.


—Si, pero es que el coyote es muy tonto. El correcaminos es mucho más rápido y se conoce todas sus trampas, y aún así, el coyote sigue y sigue y sigue. ¡Qué aburrimiento! Debería buscar otro animal más lento.


—Supongo que se le habrá ocurrido, pero ¿sabes qué? Creo que en el fondo, le gusta el correcaminos mucho más que cualquier otro animal que pueda aparecer, por eso sigue intentándolo una y otra vez. Aunque tienes razón, el coyote no es un tipo demasiado listo, digamos que es bastante desastre.


—Si, es muy tonto —respondió—, siempre está utilizando trampas marca ACME para pillar al correcaminos, pero el correcaminos se ríe y las acaba usando contra él.


—Si, se ve que ambos se lo pasan muy bien.


—No, el coyote no se divierte. ¿No ves que quiere atraparlo y no puede? Debería buscar a Bugs bunny o al cerdito Porky, ellos corren menos.


—En realidad, no tengo muy claro que el Coyote quiera atrapar al correcaminos, creo que se lo pasan bien así. Al coyote le encanta el correcaminos aunque no lo reconozca, le gusta verlo correr, le gusta su velocidad, sus colores, y sobre todo su ¡MEC MEC! Si lo cazara, todo eso se acabaría, están bien así, corriendo cada uno a su velocidad y jugueteando con sus trampas.


—A Isa le encantan los dibujos animados. A veces en el recreo jugamos al correcaminos y quien se la queda, tiene que perseguir a los demás todo el rato, ¡MEC MEC!


—¡Ey! ¡Parece divertido! ¡MEC MEC! —dije mientras me arrojaba a su sofá—.


—¡No, miki! ¡Tu ered el coyote!


—Es verdad, tu eres el Coyote —dijo Sara—, porque estás triste.


—¡Ehhh! ¿Quién ha dicho eso?


—Mamá dice que estás triste. Tienes cara de estar triste, Miki. ¿No puedes pillar al correcaminos?


—Mi-Mi-Miki, tiened que coded menod y podtadte mien —interrumpió isa—, el codecaminos también ed mu uapo, como tu. Es tu novia.


—JA JA JA —reía Sara—, tu novia es el correcaminos, por eso estás triste.


Luego terminó el capítulo y a continuación pusieron un show absurdo en el que una chica con más pechos que Sabrina interpretaba el papel de una dulce princesa para niños en una comedia absurda. Yo seguía pensando en el coyote y el correcaminos. Y me dolía algo dentro. Las dos me abrazaron y continuamos mirando la televisión. Se me apeteció esa cerveza más que nunca en mi vida, pero me quedé allí prensado entre aquellos pequeños cuatro brazos, pensando que nada podía ir peor.


Entonces, de repente pasaron a publicidad. Me enteré de que Leiva bebía Mahou, y por lo que se ve, Loquillo también, de hecho les prestaba su banda sonora.


Todo puede ir a peor.



Siempre.



En cualquier tarde de Mayo. Bajo el calor de Agosto.


Todo puede ir a peor siempre.



Pero jamás se lo contaría a las pequeñas. Callé. Sonreí. Lloré por dentro. Y dejé que la carrera del Coyote detrás de correcaminos continuara dando cuerda al mundo.






Un día más.

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