domingo, 15 de diciembre de 2013

A cucharadas

Aquel mes de Noviembre hacía un año que nos habíamos mudado a ese nuevo piso cerca del centro de la ciudad, un maldito agujero que solo contaba con un dormitorio, un baño que sangraba mugre en abundancia, una cocina minúscula y una pequeña sala de estar.
Si me hubieran dicho al llegar hasta aquél tercer piso el año anterior, mientras subíamos las escaleras detrás de aquella gorda y malhumorada casera, que íbamos a aguantar un año juntos, me habría reído a carcajadas (o me hubiera  desangrado dentro de aquél baño, mugre a la mugre, polvo al polvo, cenizas a las cenizas).

La cuestión es que había llovido mucho desde que camináramos tras esas enormes nalgas que acumulaban celulitis debajo de aquellas ajustadas mallas, dibujando accidentadas superficies en sus piernas del grosor del tronco de un gran árbol.
Había llovido en todos los sentidos. Había llovido sobre todo desde tus ojos, leves pero constantes precipitaciones que surgían de manera espontánea y sin motivo alguno cuando menos lo esperábamos.
Estabas loca. Estabas como una puta cabra y la casa era una mierda, la ciudad era una mierda, tus amigos eran una mierda, y tus cuadros, siento tener que repetírtelos, eran una puta mierda.
El sexo era bueno. El sexo era jodidamente bueno, sobre todo las mamadas. 
Tu sabías que no podía resistirme a una buena mamada y lo utilizabas para atraer mi atención cuando no estabas demasiado deprimida, cuando no estabas llorando por el hambre en el mundo, por peces atrapados en los plásticos que sujetan los packs de seis cervezas que no te importaban beberte de una sentada, por Jesucristo clavado en la cruz, o porque una vez de pequeña te perdiste el episodio final de Willy Fog.

Había tantas cosas por las que estar tan jodidamente triste. Al principio me pareciste una artista inquieta, vale, no, me pareciste una tía que estaba muy buena, a tiro (yo estaba borracho y empalmado), y por qué no decirle, una tía algo fácil. Luego descubrí que tu abastecías a las primeras marcas fabricantes de lágrimas artificiales.
En parte te comprendía, aquello era para llorar, ese piso, esos días tan cortos, ese nada que hacer, esas películas que veíamos, esos libros que leíamos, ESOS CUADROS QUE PINTABA.
Bebíamos demasiados, yo escribía, o tocaba, o te tocaba o me tocaba. Tu pintabas. Nunca vendiste un cuadro, joder, mira que era difícil, pues nunca vendiste un cuadro, solo llorabas.
El invierno pasó realmente rápido y tu prácticamente no salías de casa, solo yo salía a prostituirme, a prostituir mis escritos, a prostituir mis canciones, a beber con cualquier chica que no llorase todo el tiempo.
Luego volvía a casa totalmente ciego, sonriente, te enseñaba la pasta que me habían pagado por alguna mierda de empleo temporal, actuación, o texto vendido. 
Sostenías el dinero en tus manos y te ponías a llorar, yo me ponía a llorar (¿Qué cojones hago aquí? Una vez fui un niño, un hijo, un hermano, una vez tuve un hogar y una familia ¿Qué infierno es este?).
Me abrazabas y te escuchaba sollozar y gemir en mi oído, tu corazón latía desbocado. Yo venía hecho una autentica mierda, un despojo humano, así que me daba una ducha y me metía en la cama (Tu habías abierto alguna botella barata y habías sacado tus chismes de pintar).
Cuando llegaba a la cama, tenía por costumbre leer algunas páginas de algo que me hiciera sentir bien, en aquellos momentos creo recordar que mi terapia era Siddhartha, de Herman Hesse.
Cuando leía aquellas palabras en mi delirio, cuando por fin mi alma estaba a punto de encontrar su momento de paz del día, entrabas por la puerta de la habitación con unas braguitas muy elegantes como única prenda.
Yo te ignoraba, seguía en mi libro, solo quería dormir (o en su defecto, desaparecer).
Todo era en vano, había traído pasta y tu ya no llorabas, te subías a la cama y comenzabas a gatear hasta colocar tu cabeza en mi oído, y lamías, susurrabas, mordías, y yo te ignoraba, no decía nada, pero mi traidora polla comenzaba a destacarse bajo las sábanas.
Cuando recibías la señal cambiabas la táctica, te ibas gateando por donde habías venido, destapabas las sábanas desde los pies de la cama y comenzabas  el recorrido de nuevo, esta vez serpenteando, reptando bajo las sábanas hasta que llegabas a la bandera que marcaba la línea de salida.
Creo que nunca voy a olvidar las sensaciones, aún hoy, mientras escribo estas líneas, puedo sentir y revivir el tacto de tus manos allí abajo, deslizando mi ropa interior hasta deshacerte de ella, tus frías manos como garras palpando mi erección para finalmente agarrarla casi con furia, y luego el calor.
Cuando comenzaba el calor me veía obligado a dejar de leer (Leía la misma línea como nueve veces seguidas), nunca fallaba, nunca nada había interferido tanto mis lecturas, cuando notaba ese calor, cuando te la habías tragado prácticamente entera, y la mantenías un buen rato así, sin más, pensaba que iba a volverme loco, y lo sabías.
A veces ni siquiera follábamos, solo me la chupabas. Yo me corría, y tu seguías, tragando y chupando, luego me quedaba dormido.
Por la mañana a veces te encontraba llorando, mirando por la ventana, y justo al lado estaba el lienzo que habías estado pintando la noche anterior, no voy a hacer comentarios al respecto...

A veces creo que yo también debería haber llorado continuamente, pero soy de efecto retardado, no un tipo duro, para nada joder, se podría confundir, lo mio es simplemente despiste, o desidia, indefensión aprendida, cansancio.
Fue un año jodidamente duro, a veces pienso que durante todo el año solo hablabas conmigo y con la casera, salimos muy pocas veces a sitios, al menos juntos.
Casi al final, durante la primavera siguiente a nuestra mudanza llegó al piso de al lado aquél tipo tan extraño.
Ese hijo de puta iba de gurú o algo así. Una mañana de domingo me desperté y todas las persianas de la casa estaban levantada y un olor delicioso me llegaba desde la cocina (me asusté un poco, tu nunca habías cocinado en todos esos meses, siempre comíamos algo de comida rápida en algún lugar...o no comíamos nada), me acerqué despacio y bastante jodido aún por los excesos de la noche anterior y allí estaba aquél hijo de puta barbudo, alto, rubio y escuálido con aquellas ropas extrañas:

-Buenos días, amigo -me dijo mientras me estrechaba su mano de uñas pintadas-, ¿Unas deliciosas tortitas caseras al estilo de Norman, hijo de la luz?

-¿Norman, el de la luz? -titubeé- ¡Ey, Nena! ¿No pagaste las putas facturas? Tío, ¿tu quién cojones eres?

-Relájate amigo, voy a servirte unas tortitas caseras al estilo Norman -insistió-. He visto que tenéis una energía muy negativa en el piso y como buen vecino, voy a echaros un cable. Por cierto, bonita polla, pero el vello púbico es algo natural e incluso hermoso.

-Cielo, !ponte la ropa! -dijiste-, tenemos invitados.

-Joder, lo siento -contesté algo cabreado-, no esperaba encontrarme con Tarzán el transexual en nuestra cocina.

Luego me explicaste que aquél tipo era una especie de guía espiritual que enseñaba a sus discípulos el camino hacia la luz. Yo solo desearía haberle enseñado el camino hacia la puta puerta.
El tipo cada vez pasaba más tiempo en casa, leía mis textos, me aguantaba el pelo (lo llevaba largo) cuando me pasaba horas vomitando la borrachera en el baño. Creo que nunca te folló. Era una especie de Jesucristo que estaba allí para velar por nosotros, y yo lo odiaba por ello, me había acostumbrado a nuestro paisaje gótico, a chapotear entre tus lágrimas.

De cualquier forma, él se quedó a iniciarte en su doctrina del pensamiento positivo. Tu resultaste ser una alumna increíble. Dejaste de llorar y ahora solo hablabas de Norman. Cada vez que me veías hacer o decir algo, me soltabas algún rollo sobre ver las cosas de forma positiva, sobre las cosas importantes, sobre la perspectiva, sobre la madre que parió Norman y su pensamiento positivo....prefería cuando llorabas, sobre todo porque los momentos mamada se sucedían en intervalos más cortos a lo largo del tiempo.
La cuestión es que comenzaste a salir a la calle y aquella ciudad ya no era una mierda, era menos buena para algunas cosas, pero no una mierda. Nuestro cuarto de baño no era un agujero inmundo, era un pequeño cubículo Vintage ideal para encontrar la inspiración. Tus cuadros no eran malos, es que eras una artista conceptual. Nuestra relación no era una pelea de perros sarnosos, a partir de entonces éramos dos seres buscando su lugar en el maravilloso camino de la existencia.

Al poco tiempo, una mañana oímos gritos en la escalera, la gorda casera estaba largando al hijo de puta de Norman por no haber pagado más que el primer mes de alquiler.
Ese maldito piojoso debería haberle explicado a la gorda que quizás no estaba mirando aquél asunto desde la perspectiva adecuada. Estábamos aún en la cama y tu quisiste bajar a decirle a Norman que se quedara en casa.
Cuando te pusiste de rodillas para bajar de la cama, te agarré de la cintura y con la mano que me quedaba libre te levanté el camisón. Te quejaste, forcejeaste intentando escapar, pero yo ya tenía dos dedos dentro de ti, y de tu boca escapaban una mezcla de insultos y gemidos alternativamente.
Solo tuve que esperar la señal, mordiéndote la espalda mientras trabajaba a una solo mano ahí debajo, lamiéndote el cuello, llamándote zorra, sucia perra, y cuando me chorreabas hasta el antebrazo, te la clavé.
Te estuve follando durante un buen rato, creo que de algún modo estaba rabioso por toda esa mierda que me había arrebatado a mi chica triste, así que te pegué una follada bastante salvajes, se te saltaban las lágrimas otra vez después de mucho tiempo y casi lloro yo también, de alegría.
Después de terminar nos dormimos un rato.

Conseguí librarnos de Norman, pero jamás te recuperé. Cada vez estabas más obsesionada con el pensamiento positivo. Me tenías hasta los cojones. Yo cada vez paraba menos en casa. Me sentía más perdido y solo que nunca, me dabas miedo, estabas más chiflada que nunca.

Así se sucedieron las semanas hasta llegar a aquél mes de Noviembre en el que hacía un año en que habíamos llegado allí. Respecto a mi, las cosas poco habían cambiado, solo que ahora vivía con una chiflada enamorada de la vida, y de la muerte, de los muertos vivientes, y de toda la mierda que pueda haber en el mundo. Ya ni siquiera me gustaba follarte, y a ti no te gustaba hacer nada más que sonreír, beber y fumar y pintar, y una vez  al despertar, estabas delante de mi, desnuda y escondida en parte detrás de un lienzo.
¿Qué cojones haces? te pregunté. <<Pintarte, mi amor>> me dijiste. Joder, casi me muero de un infarto de la carrera que me pegué hasta el baño, me vestí y me largué.

En aquél día de Noviembre en que hacíamos un año, cuando toda la ciudad nos jodía con alumbrados navideños y miles de ostentosos adornos y escaparates llenos de cosas que no podríamos tener, me desperté mucho más triste de lo habitual y de nuevo me invadió algún extraño olor.
Era imposible que estuvieras cocinando algo (aparte de tu incapacidad, en aquellos momentos éramos más pobres que nunca y no había nada que cocinar), así que fui a ver qué es lo que se cocía (¿Norman, de nuevo?).
No, estabas allí, toda sucia, con el pelo sin lavar desde al menos una semana, con una vieja sudadera que te quedaba holgada y comiéndote un bol de alguna sustancia negruzca (Tierra de las macetas???).
Me sonreíste. Me sonreíste con una mirada tan feliz, tan pura, tan inocente. Me sonreíste mientras te comías aquella basura maloliente. Me sonreíste con tanto amor en tus ojos.
Yo salí corriendo a la habitación, cogí el viejo revólver de mi abuelo que guardaba en la mesilla y me encerré en el baño. <<¿Te encuentras bien, cielo?>> me preguntaste. Yo me asomé una vez más para mirar de nuevo aquellos ojos, me sonreíste, con la boca y con los ojos.

Volví a entrar al baño. Me senté en la taza del váter y me metí el cañón del revólver en la boca y pensé en ti por última vez, pensé en el pensamiento positivo y su ineficacia, porque la mierda es mierda, por mucho que cuando la mires quieras ver oro.
Y pensé en que quizás, cada vez que te metiste mi cacharro en la boca, te estabas encañonando de alguna manera, estabas en mi misma situación. Quizás yo te había arrastrado a aquello.
Pensamiento positivo...ese maldito norman y sus preciosas manos de uñas pintadas...
Ajusté un poco la posición del cañón dentro de mi boca y lo abracé con mis labios. La mierda solo es mierda, ya quieras ver en ella oro. Lo que me gusta es lo que me gusta, y lo que no, simplemente no.Dios, por qué no funcionaba el pensamiento positivo en mi? Vaya putada.

Está bien, contaré hacia atrás, pediría perdón pero realmente no me importa nada ni nadie.
3,
Cerré los ojos.
2,
Y lo último que vi fue tu sonrisa con la comisura manchada de aquella inmunda sustancia.
1,
Y aquél párrafo de siddhartha que me hiciste releer mil cien veces con mi polla en tu boca..

CLICK!

CLICK!

CLICK!

CLICK!

CLICK!

Esa mierda de revólver había pasado a mejor vida hacía ya mucho tiempo.
A continuación me miré las manos y un pensamiento cruzó mi mente mientras yacía sentado en aquél agujero pestilente:

               "Al fin y al cabo, este es lo que me espera el resto de la vida; comer mierda a cucharadas"


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