domingo, 8 de diciembre de 2013

Cadáveres en el armario

Hacía muy poco tiempo que había llegado a la ciudad. Aquello de marcharme de mi hogar e instalarme en aquella enorme ciudad con mi chica había sido totalmente improvisado, cuando uno siente que está flotando en el vacío sin nada que perder, es bastante sencillo tomar este tipo de decisiones a la ligera.

Me pareció que sería interesante cambiar de aires, además, tenía un absurdo sentimiento de deuda y fidelidad hacia ella, a veces he intentado ser un tipo normal...nunca salió bien.

Como ya he dicho, aunque intentara anestesiar al pura sangre y mis intenciones hubieran sido domadas en el momento de mudarnos, la ilusión duró solo unas tres semanas.
En aquella ciudad todo el mundo tenía algo que hacer, todos se dirigían siempre a toda prisa hacia algún lugar, todos iban camino de una cita ineludible, cualquiera diría que cada uno de ellos y ellas era un era una rueda dentada imprescindible para que la vida tal y como la conocemos, pudiera continuar su curso.
Yo no era más que un crio, un tipo raro, alto, delgado, callado y de mirada arrogante.
Hacía muy poco que en mi lugar de origen alguien había dado un giro a mi destino y a mi razón de ser, al descubrir que no era solo un niño raro, antisistema, demasiado culto en algunas áreas y que siempre iba acompañado de chicas hacia rincones oscuros. 
Como en un especie de diagnostico alguien me había dicho: "Muy bien, ¿vas a contarme lo que te pasa?" y yo había contestado: "Me pasa de todo, estoy cansado, por eso hago estas cosas, estoy aburrido, no le veo sentido a nada. Me pasa de todo, joder".
DIAGNÓSTICO: Escritor.

Al principio, tal revelación no surtió ningún efecto en mi, aún viniendo de parte de aquella con la que se masturbaba a diario medio instituto (No, yo por aquél entonces casi no me masturbaba, ya había comenzado en el rock and roll y contaba con algunas chicas trastornadas y necesitadas de atención que cursaban 4º y que siempre estaban dispuestas a hacerme pasar un buen rato).
Finalmente, ante la insistencia de esa especie de faro rubio cedí, abrí mis oídos y comencé a escuchar lo que me decía, no me dio a leer el Quijote ni platero y yo.
Me habló de Boudelaire, de su musa; una prostituta negra, de sus flores del mal. Me habló de Verlaine. Me descubrió las leyendas de Becquer, sus rimas, los relatos extraordinarios de Poe, Golding y el señor de las moscas, la oscuridad visible. Y lo que realmente me impactó y lo sigue haciendo a día de hoy fue la historia de Holden Caulfield, J.D. Salinger y "El guardián entre el centeno", si soy algo parecido a un escritor, es en gran parte por culpa de ese maldito libro.

Pues bien, una vez descubierto el origen del mal que padecía, comencé a trabajar en ello, y en parte fue este hecho otro de los motivos que me impulsó a largarme con la chica, muchos de los tipos a los que leía lo habían hecho multitud de veces.

Como ya dije, mis buenas intenciones duraron poco. Nos instalamos en un piso a una hora del centro de la ciudad junto con una pareja más de estudiantes (chico y chica), también engranajes fundamentales, ambos eran como ese pájaro azul que da cuerda al mundo.
Al principio me quedaba en casa, tenía que escribir y tenía que componer. no tardé en encontrar una banda de rock and Roll con la que tocar, y con esta excusa comencé a ampliar mi círculo, a expandirme en aquella ciudad, y sobre todo a hacerme sonar en el "underground", mi religión favorita, la que más detesto en realidad pero en la que más me veneran.

Cada vez paraba menos en la casa, me sentía jodidamente solo, yo no era para nada un engranaje fundamental para la existencia del ser humano. Ya no pasaba tiempo con ella, ella se había transformado, había cambiado sus costumbres, había cambiado sus prioridades, ahora ella tenía que moverse rápido, la existencia dependía de ello. Cambió su léxico. Estaba siendo absorbida con ideas absurdas, le parecían apremiantes asuntos de los que nos habíamos burlado siempre, se estaba congelando con todos esos imbéciles a su alrededor. Cómo había cambiado, cuanta prisa. El sexo se había vuelto secundario, y cuando llegaba era metódico y rápido, limpio, pulcro, de manual. joder, que sólo me sentía en aquél maldito piso.

Intentaba pasar fuera el mayor tiempo posible, intentaba no cerrarme en un círculo pequeño, salía con la gente de la música a tomar algo solo después de los ensayos, frecuentaba un par de cafés literarios y me había hecho amigo de varias de sus camareras. Había encontrado un Starbucks al que solía ir a escribir los viernes por la tarde, antes de volver a casa para una ración de sexo metódico y manido. 
También había localizado un par de bares a los que acudía furtivamente simplemente a beber, a mirar, a escuchar. Eran bares comunes, con sus borrachos asiduos, sus balas perdidas, sus prostitutas y sus solitarios como yo, todos formando parte de un bizarro lienzo.

Fueron estos recorridos los que hicieron inevitable que volviese a aflorar mi estado natural, volvió el chico que daba grima.
Si no recuerdo mal, el primer pinito del pequeño chico que da escalofríos tuvo lugar en Starbucks, con Mariam.Se lo conté a mi chica. Lloró, gritó, me lanzó cosas, me lanzó palabras hirientes, me lanzó miradas de desaprobación, de desprecio, y yo no podía sentir nada. Aquello era puro teatro. Después del numerito me perdonó, se abrazó a mi llorando, pero mi mente seguía aún en el "Eres un parásito, te pasas el día de fiesta con tus amiguitos, tocando esa estúpida guitarra, casi ni escribes, solo sales a diario, bebes, luego vienes a casa y comes nuestra comida, te duchas, duermes bajo nuestro techo, nosotros estudiamos, estamos siempre haciendo cosas para mantener esto, esto no se mantiene solo" (Ese era su estado natural, y me alegré de haberlo descubierto),  aún así, follamos (polvo conciliador de manual).

A pesar de aquél encontronazo las cosas siguieron igual, yo había liberado a la bestia y mientras venía y no venía la inspiración, me iba a dedicar a matar el tiempo antes de que este me matara a mi, iba a coleccionar cadáveres en el armario, así que las Mariams de la ciudad comenzaron a sucederse.

Un día, mientras me tomaba un bourbon con hielo en uno de los cafés literarios a los que acudía cuando necesitaba esconderme de toda esa oscuridad que había liberado, cuando necesitaba vacaciones de coños, se acercó a mi aquél tipo, pensé que era un jodido gay que me había echado el ojo.
El tipo, que parecía sacado de una película de Woody Allen, trabajaba en un fanzine de la universidad de bellas artes y estaba interesado en escritores noveles, concretamente le interesaba la new wave de la poesía, le dije que la poesía no me interesaba una mierda. Insistió, quería leer algo mio, tuve la tentación de decirle que no me iban las pollas y acabar con aquello de una maldita vez, pero me pudo la curiosidad y le dejé leer un par de cuentos que tenía en mi desgastada carpeta azul.

Fue así como comencé a reunirme con él un par de veces a la semana en la Universidad de Bellas artes, y allí amplié aún más mi círculo. Pronto descubrí que había encontrado un lugar en el que podía ser un Dios, y no desaproveché la ocasión.
Entre los relatos para el fanzine y los bolos que nos sacábamos con la banda, iba sacando dinero suficiente para vivir cómodamente, y esto me fue alejando más y más de aquella chica a la que sentía que había salvado tantísimas veces en nuestra ciudad de origen, aquella niña a la que había introducido en la etapa adulta, en el sexo, en la mentira, en el dolor.
A pesar de que mi independencia económica me podría haber permitido largarme a cualquier otro piso compartido, lejos de todos esos FUNDAMENTALES y sus quehaceres, no fue hasta que conocí a una de sus amigas que casualmente estudiaba bellas artes, y me la follé, que decidí largarme.
Me largué con esta aspirante a escultora, y duró algún tiempo, y estuvo bien, al menos en aquél entonces lo pareció, pero visto desde ahora, aquello solo fue una sucesión de ENSAYO/ERROR.

Todo fue parte de un proceso, lo más importante entonces era apagar aquello, apagar ese vacío, esas ganas de morir, ese afán de autodestrucción, ellas solo estuvieron allí como atrezzo, no eran lo importante, yo era lo importante, ellas eran atrezzo, la escritura terapia, el rock and roll era un calmante y un multivitamínico a la vez.

Las palabras fueron las migas de pan, indicaron el camino que debía seguir para no perderme. Ahora estoy seguro que las palabras estaban ahí por algo, conducían hacia algún lugar, había algo que era importante que descubriera y ellas eran señales luminosas. Ahora lo entiendo y estoy más convencido que nunca de que las palabras siempre estuvieron ahí por un motivo: guiarme hacia ti. No apagaban el sentimiento de vacío, solo me hacían sentir más cerca de ti; mi problema, mi solución, mi locura y mi cordura, mi cielo y mi infierno, mi enfermedad y mi cura. Ahora la palabra no puede ser sin ti.
El rock and roll fue la anestesia, pero también la sangre, me mantuvo fuerte.

Y aquellas chicas....aquellas chicas...cadáveres en el armario.




Buenas noches.

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