sábado, 11 de enero de 2014

Laura, Descartes y Trípode

Todas las canciones de amor, todos los poemas antes que ellas, todos los cantos de los juglares antes aún, todos relacionaron al corazón con los sentimientos.
Llevo años escribiendo canciones. Llevo años escribiendo textos, poemas, historias, apuntes. Llevo años desoyendo a Descartes. He tenido que vivirlo en mis propias carnes para saber de qué hablaba el jodido René. "Sustancia extensa y sustancia pensante".
El corazón no siente una mierda, es biología pura, fisiología, lo único que hace es cumplir su función como una pieza más del complejo conjunto de engranajes que es el cuerpo humano.

El puto corazón ha intentado asesinarme, ha intentado joderme. Yo llevaba un tiempo sintiendo que mi corazón sufría, o al menos así denominaba yo a ese sentimiento que me provocaba su ausencia, ese dolor sordo ante la inevitable certeza: Y además es imposible.
Ese maldito "es imposible" resuena en mi cabeza constantemente desde aquella fatídica mañana en la que me hice la absurda promesa de prescindir de O2 en mi vida, y pretender seguir respirando como si nada.
El maldito corazón ha intentado asesinarme, estaba totalmente fuera de control, pero mi ánimo permanecía impasible, no estaba asustado, quizás debería haberlo estado, pero, si no tienes nada, nada tienes que perder.

Aún así decidí acudir al hospital, dar una oportunidad más a este laberinto, a este desear para nunca obtener llamado vida. Una vez allí, mientras todos se susurraban alarmados, yo simplemente esperaba, esperaba que ocurriese lo que fuera sin importarme demasiado el qué y a Laura, una joven enfermera que tenía por ocupación enlazar mi cuerpo a un gran número de cables y mangueras, le llamó la atención este detalle y no puedo evitar hacer algún comentario al respecto:

Te veo tranquilo, sobre todo si tenemos en cuenta que tu corazón va revolucionado como nunca he visto ningún otro.


Eso parece contesté sin dejar de mirar al techo—.¿Voy a estar mucho rato aquí?


Bueno, según lo que diga el doctor, de momento tenemos que pasarte a observación y ponerte un tratamiento comenzó a retirarme cableado de los brazos y el pecho—. Por cierto, soy Laura.

Sentía una manada de caballos salvajes pisoteando con fuerza dentro de mi pecho. Me preguntaron si quería que avisaran a algún familiar o amigo, me negué rotundamente. No me apetecía ver a nadie.
A pesar de los brutales martillazos en el pecho me negué a subir a la maldita silla de ruedas que trajo Laura, y a ponerme la camiseta tenía calor, así que fui caminando a la sala de observación y me tumbé en la cama, me inyectaron alguna droga y me administraron una amarga pastilla, la cual me indicaron que me colocara debajo de la lengua, pero que yo mastiqué.

Después todos se marcharon y pensé "Bueno, nunca esperé morir rodeado de gente que se lamenta, al fin y al cabo odio a la gente". El corazón seguía agitado, estaba muy animado, como si tuviera algo que celebrar. Yo no tenía nada que celebrar, así que me puse a mirar al techo y a pensar en algo agradable. Fue así como me encontré pensando en la oscuridad de un cine, en sus manos rozando las mías, en su rostro iluminado por una luz tenue mirando con intensidad la gran pantalla. Yo prefería mirarla a ella, quería guardar momentos con ella para situaciones como esa en la que me encontraba, sabía que no podía largarme de este mundo con un pensamiento más agradable que ella.

Unos pasos interrumpieron mi tranquilidad (al menos mental, el cuerpo estaba reventando, iba a su rollo), era Laura, que volvía al box donde yo me encontraba sin ningún tipo de intención profesional, quería hablar.

¿Te encuentras mejor? Ya debes ir sintiéndote mejor por la medicación.

Supongo.

¿Estás seguro de que no quieres que llamemos a alguien? No se, algún familiar, o a tus amigos o...¿Quieres que llamemos a tu novia?

La intención de Laura era buena, a pesar de no ser muy sutil, era una chica con algunos buenos atributos: Era rubia, sobre 1,70 de altura, delgada, ojos azules y lo mejor de todo; era enfermera y podía curarte si un día de repente a tu corazón le daba por volverse loco.
Le aguanté la charla durante unos minutos. Me habló de tatuajes, de música y de libros (Las malditas 50 sombras) y la dejé quedarse allí un rato porque, a pesar de que mi mente estaba totalmente ocupada por el recuerdo de la dueña de mis depresiones, el hecho de que una chica como Laura estuviera allí ofreciéndome su sexo me parecía simplemente el curso natural de las cosas, así que la dejé quedarse un rato.

Después de darme su número de teléfono a propósito de proporcionarme información sobre un estudio de tatuajes bastante conocido de Granada (su ciudad), en alguna cita que aunque ella no lo sabe nunca vamos a tener, me quedé solo en el box.
Volví al cine. Volví al cine y de repente se rompió el encanto del dualismo Cartesiano, mi mente se empezó a preocupar por mi cuerpo. No me importaba morir, o eso creía, pero aquellas manos buscando las mías, aquella mirada, aquellas conversaciones.
De repente me invadió una tristeza brutal, me desconecté la monitorización, me levanté con el suero y comprobé que el resto de boxes estaban en silencio y me volví a la cama.
Comencé a sentir como a cada fotograma en el que ella aparecía, una tristeza brutal me invadía, sólo había un motivo por el que el hecho de morir me aterrorizaba: significaba perderla para siempre.
No verla nunca más, no oírla nunca más, ni una sola oportunidad más de contemplar a la pieza fundamental que hace girar mi mundo.
Dios sabe cuanto la echaba de menos en ese momento, deseaba tenerla en frente, que fuera mi última visión antes de desaparecer, no me conformaba con que fuera mi último pensamiento y estaba tentado de llamarla, pero no tenía derecho a hacer algo así, así que me tumbé, volví a mirar al techo, lloré sin hacer demasiado ruido, y caí en un sueño profundo.



Pude reconocer el paisaje al instante. Verano de 1998, la casa de veraneo de mis tíos, otro lugar al que enviarme para intentar borrar de mi mente las escenas de violencia doméstica que se habían grabado en mis retinas.
Allí estaban mis primos, unos niñatos ricos y malcriados, en el descampado que había justo en la zona de nuevas construcciones de la urbanización. También se encontraban los hijos de un importante doctor que habitaba la casa contigua a la de mis tíos.

!Eh primo, acércate! gritaba mi primo desde el lugar donde se encontraban reunidos con piedras en las manos—, trae unas piedras y ven con nosotros.

Me acerqué a donde se encontraban sin coger ninguna piedra, reían escandalosamente mientras lanzaban una piedra detrás de otra.
Cuando alcancé al grupo de niños, pude ver por encima de sus cabezas cual era la diana de sus proyectiles: un pequeño gato negro con solo tres piernas que no contaría con más de tres semanas de vida. El animal huía tambaleándose de la lluvia de piedras, pero aún así alguna le acertaba y saltaba, aullaba y caía de costado.

No te quedes mirando me dijo el hijo del médico, lanza una maldita piedra a ese monstruo, mira cómo huye, ¡Es tronchante!

Sentí que quería llorar. Apretaba los puños y me mordía el labio inferior.

Tío, ¿qué le pasa al raro de tu primo? insistió—, ¡Coge una piedra, marica!  

Da igual, tío dijo mi primo mayor—, él se lo pierde.

No pude soportarlo, acababan de darle de lleno y el pobre gato se empezó a arrastrar de una forma bizarra. Me acerqué al gordo rubito con cara de cerdo, hijo de un importante médico y de un manotazo le quité la piedra que pensaba lanzar de sus gordas manos.
Me miró un segundo, un solo segundo y al instante, con su mano abierta y sus dedos como salchichas extendidos me cruzó la cara. Nunca fui un chico violento y aquello hizo que instantáneamente me pusiese a llorar. 
Mientras lloraba le llamaba hijo de puta, los llamé a todos hijos de puta y me di la vuelta, dirección a casa de mis tíos. De repente, sentí una mano que tiraba de mi camiseta, luego un rodillazo en la espalda, un puño cerrado me golpeó la cabeza.

¿Vas a llamar puta a mi madre encima de que te recoge aquí, gastas nuestra comida, nuestro agua y te da un sitio donde estar porque tus padres no se pueden ni ver? me gritaba con ira mi primo, ¡Retiraló!

Lo retiré mientras yacía tendido en el suelo, llorando, asustado. Luego cogieron sus bicicletas y se largaron de allí. El gordo me lanzó una piedra desde su bicicleta antes de marcharse.

Cuando recobré las fuerzas me levanté. Caminé lentamente hacia el descampado, pero el pequeño gato ya no estaba allí. El resto del verano fue terrible.
Alguna noche me crucé al gato por la urbanización y corría a casa de mis tíos para coger salchichas del frigorífico sin que se dieran cuenta y llevárselas a Trípode así es como decidí llamarle—.




Volví a despertar en la cama de observación, tenía lágrimas en la cara y un silencio espeso envolvía el lugar. La fiesta de Drum ´n´Bass que anteriormente se estaba celebrando dentro de mi pecho había cesado.
Recordaba claramente lo que había soñado, y un pensamiento se apoderó de mi: Soy como trípode.
Desde el momento en que la perdí, siento que me falta algo imprescindible para caminar a gusto por la vida. Soy el jodido trípode.

Ahora lo veo claro, desde el momento en que supe de tu existencia, desde el momento en que rocé tus manos, besé tus labios, crucé mi mirada con la tuya, cada día, cuando llega el final de nuestro encuentro y nuestros caminos se separan yo me convierto en trípode.
Cada paso que me aleja de ti en esa esquina al final de cada día, me convierte de nuevo en aquel pequeño gato desvalido que arrastra su existencia de esa manera tan trágica, y tengo que buscar la manera de sobrevivir así, día tras días, hasta el momento en el que vuelvo a vislumbrar tu silueta en la oscuridad del lugar de nuestro encuentro. 
De tu altar.
Tu silueta, mi milagro.

No se lo lejos que puedo llegar a huir con solo tres patas. No se cómo le habrá ido a trípode. ¿Podría llegar a acostumbrarme a vivir siempre de esa manera, amputado? Porque es así como me siento cada minuto que paso sin ella. 

Yo estuve ahí, pensé que iba a morir y solo pensé: Por favor, Milo, espero que estés bien, continúa viviendo sin mí, estoy seguro de que te cuidarán bien. Y pensé: Mereció la pena, mereces la pena, y si pudiera pedir un último deseo, sería verte por última vez, tu sonrisa me haría marchar libre. Ha sido una experiencia reveladora.



El corazón no dijo ni "mu", solo bailaba.

Mi mente me contó lo que ya sabía: Su locura es mi alimento.



Buenas noches, he resucitado.

       

No hay comentarios:

Publicar un comentario