miércoles, 29 de enero de 2014

Ojos de mar

Casi no me acuerdo de ti. Creo que hacía unos catorce o quince años que no pensaba en ti puede que incluso más, así que me ha costado reconocerte cuando nos hemos encontrado esta mañana. Me ha costado reconocerte en la distancia, y no ha sido hasta que me he acercado con curiosidad a la chica del bombo que agitaba el brazo y me nombraba sutilmente, con dulzura, que he podido reconocerte, Sandra.
Seguías teniendo el mar en tus ojos y la palidez de un cielo otoñal en tu rostro, y no he podido evitar preguntarme si aún conservarías el infierno entre tus piernas sí, yo estuve allí (también).

Debo confesarte, que mientras estaba allí, justo en frente de ti, en medio de esa calle en medio de esa ciudad, en medio de ese planeta, en medio de mis pensamientos, en medio de tus labios menores, no podía parar de preguntarme qué cantidad de cosas terribles habían tenido que contemplar aquellos preciosos ojos azules que una vez, hace diecisiete años derramaron lágrimas desconsoladamente sobre mis tímidos hombros, en el desván de tu casa de la sierra.
Te he visto feliz, no parabas de sonreír como una jodida estúpida mientras hablábamos. Acompañabas cada frase vacía de una sonrisa de mierda, una sonrisa realmente triste, ha sido como ver llorar a un payaso. Ojalá te hubieras puesto a llorar de nuevo sobre mis hombros, porque me habría puesto menos triste que contemplando semejante espectáculo; unos preciosos ojos que deberían contener un mar tempestuoso, apagados, templados, como un jodido lago con sus aguas en calma, ideal para que floten en él las mentiras.

No pretendía ofenderte, así que asentí, te miré las enormes tetas que te ha regalado ese embarazo, y  fingí creer todo lo que me decías, pero no sonreí. No sonreí, y lo sabes, sabes que no puedo hacerlo. Y sabes que no puedo sonreír si no soy feliz y soy de todo, menos feliz, mi chica no me cree/quiere/aguanta/susurra/folla en absoluto, así que me viste NO SONREÍR y comprendiste.

Por ese motivo porque me sigues conociendo—, no me preguntaste qué tal me va, te limitaste a vomitar aquello que habías oído de mí en los últimos tiempos: "Vaya, tenía razón Leticia, te has convertido en un hombre realmente atractivo. Pero qué guapo estás", "Me han contado que te dedicas a escribir, aunque Leticia dice que casi todo lo que escribes es obsceno y violento, y la verdad es que no podía creérmelo, siempre has sido un chico muy elegante, aunque bastante infiel". No te lo he dicho antes, pero siempre pensé que Leticia se operaría al cumplir los dieciocho y pasaría a llamarse Joaquín, y tampoco te he dicho que no sé cómo cojones sabe tanto ella de mí, cuando hace casi dieciocho años que no sé nada de ella. Y creo que aún así ha sido bastante benevolente en sus críticas a mis textos teniendo en cuenta que es la única de vosotras a la que no me follé durante la adolescencia, ni dejé que al menos me la chupara en la sala de teoría de Educación física—.

Me has preguntado si te dejaría leer alguno de mis textos alguna vez y te he apuntado la dirección de mi blog en un ticket de la zona azúl si me temblaba el pulso, fue porque estaba conteniendo las lágrimas, por verte de esa manera y no querer recordarte así, ni follándote a los dieciséis. Y también quería llorar porque estaba asustado preguntándome si yo también me habría apagado, o si me voy a apagar—, me has preguntado si tenía Whatsapp y te he contestado "escribo mis textos en una vieja olivetti, como la que había en tu casa de la sierra, en aquella mesita del salón, ahogada en polvo". Nos hemos reído. Después mi teléfono ha sonado y tu rostro ya no parecía tan divertido. Lo siento, pero no podría follarte ahora, ando enamorado y no, no es de mí mismo, pero no he querido contártelo porque no lo entenderías y porque no quería ponerte más triste aún, porque la última vez que conociste el amor, fue hace años, cuando tras convencerme de que te siguiera al desván, para ver el fantasma de tu abuelo, en medio de la oscuridad, con nuestros dedos entrelazados, sintiendo un escalofrío en todo el cuerpo, más por el roce de nuestros cuerpos tristes, solitarios y maltratados, que por miedo, nos abrazamos con fuerza en medio de aquél oscuro rincón. En medio del cosmos. En medio del cielo, o el infierno. Y tus lágrimas comenzaron a rodar por tus mejillas mojándome, primero la cara, y luego resbalando por mi cuello.
Te besé en en la mejilla aún no conocía otra forma de hacerlo—, y permanecimos abrazados en la oscuridad, deteniendo el tiempo, el fantasma de tu abuelo, tu y yo. Creo que se detuvo el tiempo. Es más, hoy estoy seguro de ello.

No he querido sacarte el tema. No he querido hablar demasiado contigo, ni desnudarme de ninguna de las maneras, te he dejado hablar, y siento decirte que me ha deprimido muchísimo ver lo lejos que se ha quedado la chica callada y dulce y pálida con ojos de mar.
Tenía la esperanza de que volviera en algún momento para tomar de nuevo el control en nuestro reencuentro adolescente, eras una auténtica zorra con la cabeza hueca—, pero no ha sido así.

Últimamente, casi nada es como yo espero, también estoy triste por eso, y por los perros perdidos, y los besos perdidos y el inconsciente deambular de tanta basura a nuestro alrededor.
Siempre soñé con repetir lo del desván, creo que nadie me había necesitado nunca tanto, y me gustó.

No te he preguntado sobre tu protuberancia abdominal, ni he hecho ningún comentario sobre lo obsceno y bizarro de tu cara aniñada pegada a modo de collage en un cuerpo de stripper-bulímica catadora de semen. Creo que un día te quise, no tenía a nadie a quien querer. Y tú tampoco.
No te tomes a mal este texto si algún día lo lees si es que aún conservas esa habilidad—, o si Leticia te va con el cuento.

Yo estuve ahí para abrazarte, ojos de mar.

Yo me fundí contigo en la oscuridad, y absorbí tu tristeza.

yo contemplé el fantasma de tu abuelo que no era más que el reflejo de tu padrastro colándose en tu habitación cada noche para dejar en tu boca el sabor del mar, y marcar en tu piel los surcos del miedo.

Yo estuve ahí ojos de mar. De algún modo te quise. Y luego te follé años más tarde sin amor—, yo, porque no lo conocía, y tú, porque no creías merecerlo.

Cuando nos hemos despedido y he dejado en el aire tu oferta para quedar algún otro día y tomar un café, no he podido evitar decirte sin palabras "Ojalá todo te vaya bien, con tu bebé, que seguramente traerá a este mundo otro par de preciosos ojos marinos. Sabes que te he querido, y que en aquél desván siguen abrazados dos niños asustados, uno llorando por dentro y otro por fuera".


Sabes que te he querido, y si no, a mi me gusta creerlo así.


Hasta la vista te he susurrado sin parar de mirar tus ojos, sintiendo cómo mi voz se perdía entre el oleaje, en el mar de tus ojos.

Hasta la vista, ojos de mar. Hasta la vista. 


 Fare thee well 

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