miércoles, 12 de febrero de 2014

Sobre el arte de la guerra (vivir para contarlo)



Los primeros rayos del sol se colaban tímidamente en la habitación a través de los pequeños agujeros de la persiana, invadiendo la intimidad, luminosos voyeurs excitados ante la imagen de la decadencia.

Al principio no pude reconocer el lugar en el que me encontraba, y no fue hasta que una voz pronunció mi nombre al otro lado de la puerta de la habitación, que pude por fin ubicarme en cuanto a espacio se refiere, ¿el tiempo? el tiempo es un concepto  que puede verse distorsionado por diferentes variables: estados emocionales, consumo de alcohol y otras drogas, estados alterados de conciencia, ausencias, etc.
En mi caso, el tiempo era una verdadera incógnita por la suma de todas las variables mencionadas anteriormente.

— ¿Estás despierto? —Continuó la voz del otro lado—, te traigo café y unas tostadas.

No respondí. Aún así, tras esperar menos de un par de minutos, el pomo de la puerta comenzó a girar torpemente y el intruso continuó con la acción de romper el sello en el que me encontraba y permitir que una bocanada de aire fresco y luz invadieran la habitación.
Yo estaba en un rincón, con la espalda apoyada en una esquina, las piernas extendidas, los brazos inertes, colgando a cada lado de mi cuerpo, como dos apéndices sobre los que ya no tuviera control alguno.
A pesar de ser un día helado de Diciembre, solo llevaba unos pantalones, unas botas y una camiseta interior blanca. Creo que tiritaba, ahora no puedo estar seguro.

—Tío, ¿qué cojones haces ahí? ¿Para qué quieres la cama? —continuó avanzando, apoyó el desayuno en el escritorio, junto a tercios de cerveza vacíos y hojas garrapateadas y folios en blanco. Comenzó a leer uno—. ¿Has estado escribiendo? Eso es un paso, ahora desayuna algo, tienes una pinta horrible.

—No tengo hambre, gracias.

—Bueno, tómate al menos el café y date una ducha, la necesitas —insistió—. Tienes que coger fuerzas, me han hablado de una ruta interesante por aquí cerca. Según dicen, acaba en un lago. He preparado unos bocadillos y unas birras, vamos a ir a echar un vistazo, quiero sacar unas fotos, quizás exponga pronto.

—Paso. No me apetece nada salir y tener que caminar durante kilómetros, de verdad, ve tu.

—Ni de coña —contestó sin parar de leer uno de los folios que había cogido—, te vienes conmigo. Ya he preparado todo y necesitas que te dé el aire. Por cierto, ¿qué coño es esto? ¿Es para tú libro? Es muy duro.

—Dicen que la vida es dura, ¿no?

—Que te follen. Me tienes hasta la polla tío, sabes que ese rollo conmigo no te vale, así que levanta, tómate el café y date una ducha. Yo voy a desayunar mientras tanto.

Sus palabras se apagaban mientras salía de la habitación. Tenía razón, me estaba comportando como un niño de quince años y de repente, comencé a sentir una vergüenza demoledora al obtener una visión periférica de la escena: la oscuridad de la habitación, todos esos fantasmas con los que había estado bebiendo y fumando la noche entera y que ahora, huyendo de las lanzas de luz que se arrojaban implacables contra ellos y contra mi cabeza en forma de resaca, se escondían en mis folios.

Era una imagen realmente patética, así que me levanté, probé el café —ardía—, arrojé una tostada al interior de éste y la engullí. Luego hice lo mismo con la otra tostada. Luego me bebí el café de dos tragos.

Busqué a tientas en los cajones algo de ropa para cambiarme después de la ducha, y en el intento me tropecé en multitud de ocasiones con restos de vergüenza, asco, depresión, desaliento y nostalgia.
Justo cuando llegaba al cuarto de baño, alguien debió rebobinar la absurda película de mi vida porque las tostadas y el café se precipitaban con fuerza desde mi estómago hasta mi boca, desgarrándome de paso el esófago. Vomité violentamente. Luego me duché y continué con el resto del ritual.


El sol de aquella mañana de diciembre golpeaba implacable en nuestras frentes mientras recorríamos la autopista. Mientras cada animal atropellado me hacía acordarme de ti cabalgando a cualquier otro tipo la noche anterior. Mientras en la radio del coche, Mick Jagger no paraba de repetir que “a pesar de no poder conseguir siempre lo que se quiere, si lo intentas lo suficiente, puedes conseguir aquello que necesitas”— mi conductor intentaba animarme—.

— ¿Cómo estás, chaval? —Rompió el silencio entre nosotros—, eso que he leído antes…
Se supone que cuando uno se deprime por una ruptura, escribe sobre el amor, lo bonito que era todo y sobre cuánto la vas a echar de menos.

—Estoy jodido, ya lo sabes. Y bueno —continué—, supongo que no hay una reacción universal frente a las rupturas, además ¿quién dice que eso que yo escribía no trataba sobre el amor?

—Bueno, ya sabes que no soy un lector experto, es más paso de leer nada que no venga acompañado de fotografías de tías semi-desnudas, pero eso que leí era un poco violento.

—Supongo que hay diferentes maneras de entender el amor. Digamos que se ha aceptado por unanimidad que el amor debe seguir unas pautas, que para que algo sea amor debe cumplir unos ciertos criterios que todos han estado de acuerdo en reconocer como significativos para que se pueda llamar amor.
Personalmente y basándome en mi experiencia —continué—, el amor, si es de verdad amor y no algún otro sentimiento parecido, no acepta ese molde universalmente aceptado.
Al menos en mi caso, llegó, le pegó una patada a la puerta, se coló adentro y comenzó a reordenar todo. Redujo a los cimientos todo lo establecido y comenzó una reforma brutal desde dentro hacia fuera, y nada, absolutamente nada podía hacerse, nada servía, no había remedio ni referencias válidas sobre qué hacer en esos casos.

—Joder, cómo me alegro de que no me haya pasado a mí. Te diría que estás como una cabra, pero te veo, tío, y si que estás cambiado, y si que tienes pinta de edificio demolido, y la reforma…digamos que los albañiles no han sido muy finos.

—Que te jodan —reímos—. No lo sé tío, yo te he hablado mil veces de lo que no debemos hacer, de cómo movernos en todos esos asuntos, con las chicas. Te he explicado prácticamente todo para mantenerte a salvo, pero ella apareció y…nada ha servido.

—En serio, me gustaría conocerla. Debe tener el coño más dulce del planeta, o es por ¿cómo se lo monta? Joder, ya que no me cuentas nada de eso, escribe sobre ello al menos y déjate de exorcismos, demonios y tías con rabo. Me dijiste una vez: folla todo lo que puedas, con tantas tías como puedas, acércate lo suficiente para clavársela, pero mantente lo suficientemente alejado para que no puedan agarrarte de las pelotas o el corazón. Cuando salgas de sus casas, roba alguna prenda interior, algún trofeo y sobre todo, vigila que no te sigan para ver dónde vives. Todo eso me decías, y funcionaba, pero de repente empiezas a dejar el método, y te enganchas, y te pones triste, y le escribes un disco. Joder, amigo, tú antes molabas.

—Es de eso de lo que te hablaba, yo estaba preparado para esquivar SMS`s a medianoche, estaba preparado para que no me siguieran a casa, para que mi polla mediara siempre entre sus corazones enamoradizos y yo, para que sus gemidos les impidieran pensar en cómo me llamaba, para que el ritmo de contención las agotara y poder salir en cuanto se durmieran.
Yo estaba preparado contra todo eso, pero no sabía que había algo más. No sabía que podía existir algo así, algo como ella. Ella no es nada de eso. No es ninguna de esas cosas rosas y edulcoradas.

—Lo dudo. Todas son iguales, eso también me lo enseñaste tú. ¿Cómo es ella si no?

—Ella es rara, muy rara. Impredecible, nada de lo que hayas visto u oído o vivido antes, te sirve de referencia con ella. Está loca, jodidamente loca, y es capaz de volverte loco en un instante.
En serio, es cierto lo que dices, todo esto va envuelto en un envoltorio agradable. Agradable, pero no convencional, hay algo, yo al menos pude percibirlo aún antes de conocerla, como una especie de pegatina de “peligro, alta tensión” que solo algunos podemos ver.
Y te acercas, porque tienes que hacerlo y de repente eres el niño de la película “los otros” en ese desván plagado de muebles cubiertos con sábanas. Y te acercas a esa forma cubierta con una sábana, porque es una sábana de diseño, jodidamente cara y exclusiva y algo te dice “lo que hay aquí debajo acojona”, pero sigues, porque no puedes parar. Porque está loca, y tú también lo estás. Y porque su personalidad es adictiva, y su dolor y su inteligencia. Y porque te puede mandar a tomar por el culo con palabras más educadas que cualquier miembro de la Real Academia de la Lengua española. Y porque utiliza mejor su lengua que cualquiera de estos. Y porque cuando te das cuenta, habéis alcanzado un nivel de comunicación alternativa que os permite mandaros mensajes con solo una mirada, un gesto o un suspiro.
Porque hace daño, y lo sabe. Y porque tu le haces daño, pero no lo sabes. Y porque cuando te das cuenta estáis jugando al gato y al ratón, y un día ella es el correcaminos y tu el coyote, y sabes que no puedes pillarla, pero el hecho de que te deje participar en la carrera resulta suficiente. Porque a veces baja la guardia y quieres morir al ver lo que se esconde detrás del Muro de Berlín en el que puede convertirse a veces. Porque a veces piensas que la has cagado, porque se ha puesto rara y ha desaparecido dos días, y cuando vuelve, te acercas acojonado, pero haciéndote el duro, receloso, y de repente sonríe, te recibe sonriendo y bajas la guardia y de repente te arrastra veinte metros por el suelo y tu también sonríes, porque es el mejor viaje que te han dado en tu vida, el mejor lugar en el que podrías estar en ese momento.
Porque ella es como un “no vuelvo a beber” en un domingo de resaca, ella es volver.
Ella es tener la certeza de que no tienes la certeza de absolutamente nada. De que tienes todo sin tener una mierda. Ella es adentrarte en territorios salvajes muy seguro porque llevas una brújula y que ésta a mitad del bosque, comience a girar enloquecida. Ella es el jodido triángulo de las bermudas. Ella es un grito de ¡¡Iceberg!! Desde la cubierta del titanic. Ella se convierte en una mala costumbre.

—Eso…. ¿es bueno? —Interrumpió escéptico—. Quiero decir, ¿le dices esas cosas a ella? ¿Y no te parte la cara?

—Eso es lo único que me sale cuando intento describirla. Es complicado de entender, como es complicado de entender para quien no lo haya vivido que el amor es todo eso, que no entiende de medias tintas, que si te lo metes puro, el amor es extremista, demoledor, suicida y sobre todo, hace daño. Deseas morir de sobredosis.
Por eso mis textos sobre ella pueden resultar incomprensibles, y hay quien no encontrará una pizca de lo que considera amor en ellos, pero si me siento a hablar del amor que yo conozco, no puedo más que escribir lo que he vivido con ella.
Entiendo que para aquellos que se limitan a una relación tibia, convencional, o para aquellos como tú que aún no se han topado —y tratan por todos los medios de no hacerlo nunca—, con algo así, cualquier texto en el que yo describa nuestra historia, no pueda pareceros nada más allá que un verdadero tratado sobre la guerra. Un ensayo sobre el suicidio, sobre la autodestrucción y sobre el desgaste. Esa es mi historia. Ella es eso. Nosotros somos eso. Nuestra historia. Negro sobre blanco. Y no cambiaría una sola coma.


Y a ti,


Gracias por todo.


¿Hemos llegado ya? Odio la naturaleza.

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