miércoles, 5 de marzo de 2014

Escala de grises

—Dígame una cosa, y espero que responda con sinceridad, ¿se considera usted un ser perfecto?

— ¿Sinceramente? No, solo casi perfecto.

—Y ¿podría enumerarme qué necesita para ser completamente perfecto?

—Depende. Creo que el concepto de perfección es bastante relativo y dinámico, siempre he estado a un paso de ser perfecto, pero siempre me ha faltado alguna pieza para completar el puzle.

—Aún así. Verá, voy a ser muy sincera con usted; a su entender se encuentra muy cerca de la perfección, siempre lo ha estado, pero según su historial no para de transgredir normas y de actuar de un modo poco adaptativo para la cultura en la que nos encontramos, ¿no cree que resulta un poco contradictorio?

—Considero que nuestra cultura es tremendamente imperfecta, es una gran fábrica de seres imperfectos, asustados, dóciles y tristes. Siempre me lo ha parecido así, no podría convertirme en alguien perfecto y estar socialmente adaptado a la vez.
Creo que ser perfecto no es más que alcanzar ese estado en el que puedes permitirte ser feliz. Es alcanzar la felicidad plena, y a veces esto supone transgredir algunos convencionalismos culturales, a veces está muy mal visto, eso lo entiendo.

—Las normas y convenciones sociales son las que dan sentido y estructura al mundo, es lo que hace que la sociedad funcione, que haya orden, igualdad y sentido común, pilares esenciales de las sociedades humanas.

— ¿Le parece a usted que vivimos en un mundo justo, ordenado y con algún tipo de sentido común? A mí nunca me lo ha parecido.

—Vale, quizás no funcione a la perfección, pero es inevitable. Aún así estará de acuerdo  conmigo en que su teoría se cae por todas partes, según su filosofía, un violador debería violar hasta la saciedad porque es lo que le hace feliz. Un asesino debería matar tanto como quisiera, así alcanzaría la perfección y se sentiría feliz.

—Es su sociedad y sus normas las que crean esos asesinos y violadores. No creo en el mal como esencia innata del hombre, ni tampoco en el bien, son conceptos rancios manipulados a lo largo de la historia para mover las piezas en beneficio de unos pocos. Intereses.

— ¿Cuáles son sus intereses? He leído sus textos y he escuchado sus canciones, y a mi parecer son de un alto componente biográfico. El tipo que retrata en esas historias no parece sentirse muy satisfecho, ni feliz, ni perfecto, sobre todo cuando hace referencias a la infancia. Sin embargo usted acaba de decirme que siempre ha estado cerca de la perfección, de ser completamente feliz, ¿Qué le faltaba a ese niño de sus historias para ser perfecto?

—Siempre he deseado tener una polaroid por cabeza. ¿Sabe? A veces ocurrían cosas buenas y en esos momentos deseaba tener una polaroid sobre los hombros en lugar de esta cabeza, deseaba poder inmortalizar esos escasos instantes en que todo iba bien. Aún de adulto lo sigo deseando a veces, cuando se acerca la primavera y de repente la tarde se estira, me gustaría retenerla, es agradable.

—Y aquél niño ¿Qué hubiera fotografiado?

—Una tarde en el campo, junto al lago, caminando con su padre para buscar leña para la barbacoa, con una cuerda que llevaba atado en su extremo un ladrillo. El padre era amable en aquél momento y le enseñaba qué tipo de ramas servían para leña y cómo se arrojaba esa cuerda para atrapar la rama y luego romperla. Después volverían a la zona de acampada cargando la leña entre los dos y el resto de la familia los miraría volver, sonrientes, disfrutando de un buen día de campo. Habría estado bien retener ese momento, antes de que todo saltara por los aires.

—Entiendo. ¿Y el hombre actual?

—El hombre actual tendría una caja de lata, de esas en las que las madres guardan las herramientas de la costura, llena de fotografías de instantes fugaces. Una caja llena de sonrisas de chicas y de amigos.

— ¿Podría especificarme qué le falta a usted en la actualidad para ser completamente feliz? ¿Dónde está el fallo?

—Es difícil, los errores y fallos van transformando la pieza defectuosa y a veces es algo difícil explicarse a uno mismo de donde procede la sensación de malestar.

—Déjeme ayudarle —la chica de la bata blanca sacó de su maletín un muñeco de trapo—, ¿podría señalarme con algo de exactitud dónde comienza esa sensación de malestar?


—Aquí —dijo señalando la parte superior izquierda del torso del muñeco—, el malestar comienza justo ahí ante la certeza de que ella, antes o después, acabará por escapar de la instantánea. Desaparecerá, y con ella, el sentido de todas las cosas en mi vida.

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