martes, 30 de abril de 2013

Pez Globo

Eran las tres y cuarenta y ocho minutos de la madrugada de un Martes de mediados de febrero del año 2009 y no paraba de llover ahí fuera.
Por aquel entonces las cosas era diferentes, las terribles historias que en aquel entonces me quitaban el sueño y representaban para mi el gran agujero negro que se tragaba mi tranquilidad, hoy me parecen microscópicos contratiempos que todos tenemos que superar en algún momento de nuestra existencia.

De cualquier modo, como iba diciendo eran las tres y cuarenta y ocho minutos de una fría y lluviosa madrugada y la benzodiazepina comenzaba a inducirme lentamente el sueño que la vida con sus golpes quería arrebatarme. La espada de la química se alzaba contra los demonios que se guarecían en lo más oscuro de mi mente y mi corazón librando una batalla ritual.

Mientras tanto, como solía hacer por aquel entonces buscaba cobijo sentado frente al folio en blanco, las drogas de farmacia, los antidepresivos, ansiolíticos, el tabaco, el papel y yo sentados juntos escuchando el concierto que nos brindaban las gotas de lluvia golpeando el asfalto como ángeles suicidas.
Eran las tres y cuarenta y ocho minutos de la madrugada y tal y como hace hoy, un ángel de cuatro patas y casi tan flaco como yo, se entregaba a los brazos de Morfeo de manera intermitente agazapado en el sofá del rincón de la habitación, y sobre la cama reposaba lo único sagrado que se ha posado cerca de mi espacio vital nunca.

Es la verdad, si volvía la mirada podía ver su cuerpo, el único templo de mi única religión, lo único en lo que he creído y que no me ha decepcionado jamás. Han llegado, cada una con distinto nombre, distinto color de pelo, distinto perfume, da igual, siempre han estado ahí y siempre me han parecido una parte fundamental de todo, lo único capaz de herirme, lo único que no soy capaz de herir.
A pesar de lo que pueda parecer, ni por aquel entonces ni ahora tengo aspecto de ser el tipo de persona que frecuenta las madrugadas amartillando teclas para exorcizar a sus demonios, de hecho la gente suele pensar que soy un tipo bastante "normal", un pardillo si acaso. Nunca he estado en "la onda".
Aunque nadie pudiera imaginarlo allí estaba yo, a las tres y cuarenta y ocho de la madrugada, puede que seguramente no fuera exactamente esa hora, pero de cualquier modo allí estaba.
El narcótico mantenía toda mi atención centrada en la hoja que manchaba de desperdicios mentales y golpes y gritos invisibles.

Si se hubiera acabado el mundo en aquel momento, si de repente los relojes se hubiesen parado, si hubiesen sonado las trompetas del apocalipsis y el fuego purificador hubiese recorrido las calles de esa madrugada como una prostituta al borde de la jubilación que recoge las sobras de una noche de enero, ni aún con esas hubiera estado tan en calma como lo estaba entonces, con el mundo parado, tres seres en una habitación y el sonido de la vieja olivetti.

Pura abstracción, es imposible que sintiese frio a pesar de mi costumbre de escribir con poca ropa encima y de que fuesen las tres y cuarenta y ocho de una madrugada fría y lluviosa de febrero, yo estaba allí pero no estaba, flotaba, el tiempo parado en esa habitación y yo os sobrevolaba, os adoraba, escuchaba a las ratas salir a afeitarse.

Pero por mucho que al leer esto ahora os pueda parecer el estereotipo del sueño bohemio he de confesaros que nunca nada de aquello funcionó. Ninguna de las veces. Probé de todo: yerba, hachís, alcohol, codeína, benzodiazepinas, probé a María, a Raquel, a Patricia, a Rosalba y nunca funcionó.
Solo sobrevolaba el dolor durante horas, pero nunca perdía la perspectiva, siempre colgaba en frente de mi.
Y ahí estaba yo, a las tres y cuarenta y ocho de la madrugada, sintiéndome como un puñetero pez globo, me había asustado, como casi toda mi vida, me había acojonado y me dejé llevar por el pánico, me inflé y terminé haciéndote daño.
Ahora son las tres y cuarenta y ocho minutos de un Martes uno de Mayo del año 2013, y sigo tan perdido, dolido, asustado, tan agotado y equivocado como el chaval que se sentara a escribir en una madrugada de Febrero de 2009 a las tres y cuarenta y ocho de la madrugada.

Como el niño que lloraba en la cuna un Abril de 1987 como augurio de la duda ante la idea de una posible salvación.

JFaith -Salvation-

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