martes, 8 de abril de 2014

El hombre del tiempo

A veces, sientes la necesidad de sentarte delante del folio en blanco, sin importar que el reloj, ese maldito inquisidor, marque las 05:43. Y puede que resulte ser un mecanismo de defensa, como sucede con la ansiedad, la fiebre, todas esas historias.
Vienes y te sientas, pura necesidad fisiológica, y no sabes qué decir ni de que hablar. Hasta que la tormenta se desata.


Vienes y te sientas justo enfrente de mí,
y podrías haber elegido cualquier otro pedazo del planeta, 
te deslizas rápido y como a saltitos,
te supuse esquivando raíces hasta que llegaste allí

Y te fundiste con el verde.

Te fundiste con el verde.

Y hay quien dice:

Verde, esperanza.

Sí, esperanza, como Aguirre.


O verde, como me pondré  mañana
cuando lea de nuevo esta mierda de poema.

(Por no hablar de los otros 3 que ya he tirado a la papelera)


A veces, sencillamente sientes la necesidad imperiosa de mover el culo hasta ahí, y cagarla.
Cagarla como nunca lo has hecho. Y tienes que hacerlo. 

Así que nada, después de cambiar las escamas y aletas por pulmones y patas, decidimos dedicarnos con fervor a la estupidez.
Me lo recuerda cada respiración de ese enorme pedazo de mí que duerme profundo sobre mi cama, enroscado, soñando, limpio, puro.

La estupidez. A veces da lugar a cosas increíbles (este texto no será una de ellas).

Así que lo dejaremos por aquí, porque la pareja de paraguas del piso de al lado -sí, esos de los que habla mi buen amigo Jona en sus canciones-, ya han parado de follar, y de hacer sonar el paraguero de latón.
Al menos alguien ha follado esta noche.

Aunque no sea domingo.

Ni por la tarde.

Ni llueva.

Han salido los paraguas a jugar.

Contra todo pronóstico. ¿Qué me dices a eso?

Yo ya lo he dicho todo hoy. Y no he dicho nada. Porque a veces sencillamente no hay nada que decir.
El corazón ordena y la mano obedece. Y las consecuencias son inevitables. No existen los "Sin querer", si no son a punta de pistola.

Nada me obliga a estar aquí escribiendo. Ni a estar donde quiero estar. con quien quiero estar. Y a no estar donde no quiero estar. Ni con quien no quiero estar. Estar. Estar.


A punta de pistola,
si me encañonas desde tu entrepierna,
tranquila, yo pongo la boca
y desato la tormenta
contra todo pronóstico
porque, ¿Qué sabe el hombre del tiempo de coños?
solo entiende de tormentas (y amor),
y las nuestras,
no las entiendo ni yo,
pero no las cambio por nada,
nuestras son.

A punta de pistola...y todavía no me mueves de aquí delante (o debajo).

A punta de pistola.

A

A

A

A

A



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