martes, 1 de abril de 2014

Espontánea combustión.

Supongo que solo me pasaba por aquí para contarte que a veces, el amor llena de flores toda la avenida, tiñe de rojo el suelo, o de blanco, lo inunda de margaritas.
Otras veces, sin embargo, el amor flota en una copa de vino que media entre dos entidades individuales defectuosas, dos seres que ya no pueden funcionar por separado y necesitan una conexión multidimensional para sobrevivir.

A veces se presenta como una salida de incendios, y la sala está en llamas y todos corren despavoridos, la buscan a tientas, se pisotean, matan, mienten, gritan, muerden. No todos pueden alcanzarla, y la mayoría de ellos mueren, se consume aquello que llaman vida sin haber conseguido pasar al otro lado, son pasto de las llamas.
 Yo he cruzado la puerta por equivocación. Me gusta el calor, me gustan las llamas, y solo entré en el salón "Nevada" justo antes del incendio por casualidad, estaba tan perdido...
Todos corrían y gritaban y huían de las llamas, y yo no hacía más que vagabundear confuso, sumido en mis pensamientos. No podía temer a las llamas porque lo que ardía dentro de mí era mucho más peligroso y calcinador, así que solo caminé por allí algo despistado, entonces, crucé sin querer la salida de incendios.

Mi mente siempre ha estado de vacaciones, siempre lo estuvo desde que la cordura se quedó enganchada en un paraje algo desconcertante, así que ante la imposibilidad de un funcionamiento correcto, decidió tomar unas vacaciones constantes.

Todo estaba en el lugar correcto, siempre lo estuvo, y si no, ese que ocupaban sería el correcto desde ahora, no me preocupaba, si estaba en apuros o la situación se volvía incómoda, me estiraba como un chicle y me adaptaba.

Quería contarte que yo crucé la salida de incendios, y en parte, por eso estás aquí, atrapando los rayos de luz que emite el sol, entre tus manos de seda.

Supongo que no soy quién para dar consejos, pero déjame decirte que crucé sin querer la salida de  incendios y llegué a un lugar en el que algunos antes que yo, en determinadas ocasiones habían gritado ¡LOBO! y habían echado a correr buscando un escondite, temblando de miedo, puede que yo también lo haya hecho en alguna ocasión. Luego la cosa cambió, y cuando eso ocurría, mientras todos corrían aterrorizados a la voz de ¡LOBO!, yo corría en dirección opuesta, a pecho descubierto gritando ¿DÓNDE? para ser devorado por las llamas del (su) incendio.

Porque, ¿Qué es de la vida sin arriesgarse a caminar por cornisas en días de lluvia y viento?

Porque puedes caer en cualquier momento, es una simple cuestión de equilibrio, un soplido de viento caprichoso podría hacerte caer al vacío.
Pero a veces sabes que no, porque se produce el equilibrio, a veces ocurre que caos y caos suman estructura y estabilidad.

Camina por la cornisa de la mano del desequilibrio. De la mano del lobo. De la mano de lo que hace vibrar tu interior con solo unas palabras susurradas al oído desde debajo del edredón.

Camina sosteniendo su mano, tan fría como la tuya, porque no hay nada más sensato para compartir, que el miedo al vacío, ni nada que pueda unir tanto a dos entidades.

Camina por la cornisa cuando llegue el momento tarareando tu canción favorita, mientras sostienes su mano, y mira hacia delante, hacia abajo, hacia arriba, entre sus piernas, mira hacia donde quieras, pero NO MIRES ATRÁS. Hay mucha leña que cortar, mi vida, sujétate bien y disfruta del espectáculo.

Vamos a contemplar cómo arden en el tedio de una vida vacía y segura y aburrida.

Vamos a contemplar como se desgastan hasta desaparecer, en el vano intento de encontrar aquello que tu y yo, mi amor, encontramos sin ni siquiera buscarlo.

Quería contarte, que en algún lugar del camino, hay una copa de vino con una flor flotando en ella, y en el otro extremo, alguien con quién acabarás tan borracho de todo lo inesperado, que no veréis nada, no veréis los obstáculos que deberéis saltar, porque estaréis tan ocupados follando, devorando vuestros corazones, fundiendo vuestros cuerpos en un abrazo, que derribaréis obstáculo tras obstáculo a hostias y a polvos y a poemas y a canciones.

Quería contártelo, porque ya me ocurrió a mi, creo que debiste suponerlo, y quería contártelo por puro placer y no como una indicación, solo me apetecía hablarte, y como ahora mismo no puedes escuchar (estás demasiado ocupado buscando el camino a casa, acumulando luz en tus ojos (clavados a los de tu mamá, preciosos y aterradores a la vez. Vivos), pues te dejo la historia de aquello que me ocurrió una vez y que no suele ocurrirle prácticamente a nadie.


Escuché un sonido ensordecedor. Vi el humo que salía de un revólver y pensé que todo había terminado, pero me equivoqué, solo era el pistoletazo de salida.
Había sonado el disparo y todos corrían ansiosos. Todos corrieron. Todos corrían y se pisoteaban.
Todos corrieron...en la dirección equivocada.

Yo tuve la suerte de que nunca le gustó lo correcto, así que le pareció gracioso ver a un tipo que todos tomaban por peligroso y por seguro de sí mismo e incluso loco , tan perdido, desconcertado y aturdido.

Tuve suerte. Tendré suerte. Si llegas a leer estas líneas algún día (y muchas otras).

Olvidé decirte que la buena suerte (mi buena suerte) siempre tuvo/tiene/tendrá nombre y apellidos. Y el color de un atardecer.

Tenía que decírtelo.

Nos vemos pronto.

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