jueves, 24 de octubre de 2013

1995

"Las cosas en la realidad nunca son ni la mitad de bonitas que en el papel" se torturaba pensando aquél joven sentado frente a un bloque de pisos de la zona más antigua de la ciudad.
No era un tipo especialmente pesimista o apático, sería totalmente contradictorio que un joven estudiante de magisterio, con aspiraciones deportivas, amante de los animales y pareja formal de una chica joven y risueña, se dedicara a pasear por la ciudad sumido en pensamientos de este tipo, pero esta ocasión era especial.

Había vuelto a la ciudad para resolver unos asuntos pendientes con unas propiedades familiares, era en esa pequeña ciudad donde se había criado, y concretamente en ese edificio, donde había pasado una gran parte de su infancia.
Nada más salir de la estación de trenes, había recorrido el mismo camino que una vez fuera su ruta diaria desde la escuela hasta ese edificio de únicamente dos portales. Las cosas eran diferentes en aquellos tiempos, para empezar, ahora habían edificado por todas partes y ya no se podría ver el río desde el balcón en el que tantas horas pasó una vez, imaginando, pensando en cómo podría ser todo si no fuera como era.
Antes, ese edificio no formaba parte de un barrio, estaba en las afueras, en lo más al borde de las afueras que se pueda estar, y eso hacía que se creara una especie de micro clima allí, las cosas eran muy diferentes y ahora no puede evitar pensar en aquél verano de 1995.

De repente es como si volviera estar allí de nuevo, asustado, silencioso, expectante, deseando ser invisible para no meterse en problemas, sabía de buena tinta que los problemas estaban enamorados de él y ya se encargarían de buscarlos, así que ¿por qué no ponérselo un poco difícil?
El verano de 1995 fue especialmente caluroso, pero a pesar de ello, parece que los chavales que vivían a las afueras de la ciudad en 1995 estaban hechos de otra pasta, podían pasarse los días enteros en la calle, flacos, sucios, incombustibles.

Los chicos de aquél verano de 1995 no habían visto su primer coño gracias a google ni a ningún servidor que se dedique al porno, los chicos de aquél verano traficaban con "los mayores", intercambiaban secretos, monedas de cien pesetas o chucherías por magulladas revistas "Penthouse", "Playboy" o simplemente algún catálogo subidito de tono de alguna marca de lencería que uno de estos aventajados estudiantes sustraía en casa a su madre.
Los chicos de aquél verano se quedaban hasta bien entrada la noche en aquella parcela, se hablaban a la cara, sin interrumpir la conversación para mirar sus teléfonos móviles, sencillamente no había. Esos chicos se pasaban el día experimentando, derrochando energía, investigando, para cuando llegara la noche, acabar sentados en algún portal contando historias de terror, que esa misma noche les impediría conciliar el sueño. Especulando sobre el tacto de las tetas de la vecina del segundo, sobre el sabor y olor del coño de las famosas de aquella época o simplemente soñando despiertos sobre qué grandes cosas les deparaba la vida.

La vida le había tratado bien, no tenía ninguna queja, solo se había sentado allí a revivir esos momentos porque en parte, es allí donde aprendió cosas muy importantes, ese verano fue realmente revelador, si se concentraba podía volver a ese día, ese día en que a pesar de ser un chico callado y educado, aprendió que había hostias para todos y que las cosas llegaban antes o después, solo tenías que decidir si merecía la pena esperar y cuánto tiempo estabas dispuesto a esperar, cuánto estabas dispuesto a soportar,cuál era tu aguante.

Esa misma mañana (En aquél entonces las mañanas eran eternas, hacían cien mil cosas), después de un breve desayuno que engullía de manera automática y acelerada, en parte porque estaba absorbido por el capítulo que emitían en megatrix de la serie "Iron Man", y en parte porque las estridentes voces de Juan y Toni, no paraban de gritar su nombre desde la calle (El edificio no tenía portero automático), el chico bajó y comenzó la rutinaria expedición en busca de algo emocionante que hacer.
La cuestión es que ese día le dio por ser él el intrépido del día, quería correr riesgos, en su serie de dibujos animados preferida, el protagonista caía una y mil veces antes de alcanzar la gloria, esto no parecía disgustarle, se estrellaba, se deshacía, pero todo merecía la pena porque finalmente se alzaba.
Lo había decidido, hoy iba a ser el intrépido. Así lo hizo, durante toda la mañana arriesgó más que nadie y salió ileso de cada una de las gestas para asombro de sus compañeros de travesuras que no hacían más que admirar perplejos los cambios que este había experimentado.

Lo recuerda perfectamente mientras mira la nueva puerta de cristal que ocupa el lugar en el que una vez había una vieja puerta de acero pesado que no tenía ni cerradura, solo un pomo de metal.
Estaban apurando la mañana antes de subir a almorzar y se sentía enorme, así que preso de la excitación, mientras los otros dos chicos hablaban sentados en el umbral, él decidió abrir la puerta y enganchado en los barrotes de hierro que hacían las sinuosas formas del férreo adorno que la decoraba, balancearse abriéndola y cerrándola una y otra vez mientras conversaba con los otros dos.
De repente Toni y Juan no contestaron, se hizo un silencio incómodo y acto seguido, como un rayo, cayó la enorme mano de Miguel, un vecino algo extraño, sobre la cara del chico, una hostia en toda regla que lo hizo caer al suelo estupefacto.

-Bájate de ahí -dijo bruscamente-, la puerta no es para jugar, ¡coño! Después tenemos que pagarla los vecinos cuando se avería. Voy a hablar con tus abuelos, puto niñato...

Ahora sonríe al recordarlo, y sobre todo sonríe al pensar que el tipo en cuestión está muerto, pero en aquél momento le hundió. Mientras estaba en el suelo, un incontrolable torrente de lágrimas acudía a sus ojos y agachó la cabeza humillado, estaba siendo el héroe del día y aquél hijo de puta acababa de estropeárselo.
Todos quedaron mudos hasta que se marchó y luego, no hablaron de lo que había ocurrido, era demasiado humillante, fue un detalle que no se tocara más el tema.
Miguel no era un mal tipo, al ser una comunidad tan pequeña, todo el mundo conocía a todo el mundo y todos se creían con derecho a decir lo que fuera e incluso a soltar alguna hostia furtiva a los hijos de los demás vecinos, era un lugar muy particular, comunidad pequeña en las afueras de la ciudad, era una pequeña colmena.
Miguel una vez fue simpático, tenía caballos y a veces le había dejado acompañarle a alimentarlos, sobre todo al principio de llegar a casa de sus abuelos para pasar una larga temporada, pero con el tiempo había ido cambiando.
De hecho, en aquellos tiempos daba un poco de miedo, nunca sonreía, pero cuando lo hacía daba más miedo aún. Se escuchaban cosas entre los vecinos, estaba obsesionándose con el dinero, una noche lo habían encontrado sumergiéndose en el río, etc.
Para los chicos eran historias y nada más, necesitaban entretenerse y especular sobre si Miguel se estaba volviendo loco resultaba extremadamente interesante, abría todo un mundo de posibilidades, en las historias de la tele solía dar lugar a hechos excitantes, románticos, divertidos, etc.

Fue en el final del verano de 1995,  estaban en casa de Juan y de repente sonó aquél golpe brutal, y por allí solían pasar camiones constantemente, camiones cargados que se dirigían desde el puerto hasta la zona industrial, camiones que hacían vibrar el edificio al atravesar baches.
Nadie prestó atención al sonido a pesar de que la lámpara de la habitación se agitaba violentamente.
Nadie hasta que comenzaron a escucharse los gritos desde la ventana y más tarde desde la sirena.
"Miguel, Miguel se ha caído! ¡Ayuda, Miguel se ha caído!" Gritaba el vecino del segundo, y corrimos a asomarnos y efectivamente se había caído, estaba tendido en la acera con la mitad del cuerpo a un nivel y la otra mitad a otro, en medio un escalón, pero no se había tropezado y caído allí en el suelo como todos pensaban en un principio, había saltado desde su ventana, desde el tercer piso.
Ese jodido Miguel había colocado el sofá bajo la ventana de la sala de estar y había saltado torpemente al vacío, había golpeado su anciano cuerpo contra todas las protuberancias de la fachada del edificio y finalmente había caído entre el aparcamiento y la acera, a dos niveles con un escalón en medio de su cuerpo.

En las series y comics que nos gustaban los protagonistas se daban de hostias una y mil veces, caían, la trama nos hacía creer que estaban acabados para luego devolvernoslos aún más fuertes. Miguel no se levantó, aquél tipo que unas semanas antes le había propinado un zarpazo y le había jodido su día de ser el chico intrépido de la pandilla, ahora yacía en el suelo sobre un charco de sangre. Había esparcido todas sus piezas dentales a lo largo y ancho de la parcela y lo único que movía era una mano, un movimiento parásito por las lesiones que cesó en cuanto su corazón se detuvo.
Recuerda haber pensado al fijarse en esa mano aún moviéndose "Si le quedara una cosa más por hacer en esta vida, seguro que sería arrearme otra hostia con esa maldita mano".
Se lo llevaron en la ambulancia, magullado, deforme, ensangrentado y apagado, un cuerpo muerto. Todos los vecinos estaban aterrorizados, narraban una y otra vez el suceso intentando encontrar una explicación, como si así pudieran volver hacia atrás y evitar que ese kamikaze saltara por la ventana.

Esas fueron las importantes lecciones de aquél verano, recuerda ahora mientras permanece sentado frente a ese viejo edificio: aprovecha el día, respira haciendo lo que realmente quieras ser, porque siempre, y SIEMPRE es SIEMPRE, en cualquier momento, cuando menos te lo esperes, una enorme mano vendrá para arrearte una buena hostia y colocarte de nuevo en tu sitio. Ya había corroborado esa ley en alguna ocasión durante su vida adulta. Es importante aprovechar el día, cada nuevo día, cada nueva oportunidad, saborearlo bien, en serio -se repite- esa jodida mano está en camino, podría oírla a kilómetros de aquí.
La segunda ley estaba relacionada, cuando llegue la hostia, nadie puede asegurarte que te vayas a poder levantar, y si te levantas debes tener clara una cosa: Ya no eres el mismo tipo que se balanceaba con aire triunfal en la puerta, siempre hay algo que se rompe por dentro, como las piezas dentales de Miguel esparcidas por el suelo de los aparcamientos, aunque tratara de volver a buscarlas una por una y se las intentara recolocar, ya no sería lo mismo.
Si deseas algo, pon todo de tu parte y ve a por ello con todas tus fuerzas sabiendo los riesgos que corres, la realidad era mucho más sangrienta, magullada y desagradable que la ficción, a veces no había resurrecciones épicas, simplemente había una sábana encima de un marchito cuerpo gris y desdentado.

"Las cosas en la realidad nunca son ni la mitad de bonitas que en el papel...pero a veces, las cosas en la realidad superaban a todo aquello que la mente humana podía crear, a veces venían las cosas solas y derrumbaban los límites que la raquítica imaginación plantaba, a veces no era necesario saltar desde la ventana".

Ahora, mientras intenta ver de nuevo aquellos rostros, oír sus voces, se lo recuerda de nuevo a sí mismo, es inevitable ese golpe que te manda de nuevo al fondo del pozo, pero si abres bien los ojos, si te agarras si no te rindes, si eres capaz de seguir respirando y esperar, a veces si que te levantas, y una vez en pie, prepárate, porque podría ocurrir cualquier cosa, cosas mucho más dolorosas que en el papel, o cosas que de verdad te harán sentir que merecía la pena salir al balcón solo para contemplar al sol ocultándose al otro lado del río.



Entonces sucedió lo inesperado... y sonreí. 
Tu también mirabas...y te vi.





Buenas noches.



No hay comentarios:

Publicar un comentario