viernes, 11 de octubre de 2013

"Purasangre"

—¿De verdad la quieres? —le preguntó aquella chica sonriente de nuevo—, ¿estás completamente seguro?

—Si —contestó Pablo tímidamente—, la quiero.

Y todos sabían que así era, lo sabía Ángela, la atractiva chica que le realizaba la pregunta, acompañando a esta de una sonrisa maliciosa que casi rozaba el rostro de Pablo. También lo sabían los sonrientes hermanos García, esos gemelos pelirrojos que estaban colocados de manera algo intimidatoria a ambos lados de Pablo, como si de algún modo le advirtieran que privarles del macabro juego de contemplar su dolor, fuera a tener unas consecuencias nada agradables.

Pablo la quería, Dios sabe que así era. Todos lo sabían. En el "si" de Pablo se ocultaban diez mil millones de poemas de amor, de deseo ilimitado y de pasión y admiración, pero Pablo era un chico realmente extraño, era un chico sobreprotegido en algunos sentidos y abandonado en otros.
Pablo contestó "Si", pero su corazón y sus ojos decían: "Por favor, he cruzado océanos de fuego, Montañas de tristeza y soledad, he recorrido los caminos de la incomprensión, me he saciado hasta aborrecerme de sustitutivos que por un tiempo me aliviaban la existencia, pero ahora que la he encontrado no me privéis de ella, por favor, la necesito".

A los chicos les encantaba ver ese dolor en sus ojos, lo consideraban un niño débil y extraño, y esto a la vez resultaba un blanco fácil en el que saciar sus macabras necesidades, su experimentación: ¿Cómo es el dolor? ¿Cómo es el amor? ¿Qué produce cada cosa? ¿Cómo se expresa? Veamos cómo se retuerce ese gusano, por curiosidad, por placer.

El juego consistía en ver a Pablo renunciar, lo intentaban por muchos métodos, pero sin duda, el que más les divertía es el de hacer a Pablo venirse a abajo, desmoronarse, para una vez en ese estado cambiar al modo "Poli bueno" y recomendarle que lo mejor era que renunciase.
"Eh, en serio, no llores más, ¿No ves lo que está haciendo por ti? Te hace llorar, joder vaya putada, esto es cruel, mira cómo estás, y solo por ella, en serio ¿De verdad te merece la pena?" Solían decirle al verlo privado de ella. En estos momentos, Pablo, al límite y sin fuerzas para hablar, desde el suelo de rodillas alzaba la cabeza y mostraba su cara llena de lágrimas y con una expresión descorazonadora asentía, y si le quedaba aliento emitía un débil: "Si, la quiero" para furia de ese infernal trío.

—Mira, tengo algo que quizás te interese —insistía de nuevo Ángela—, qué me dices, ¿olvidamos el asunto?Te va a gustar.

Pablo negaba con la cabeza. Seguidamente, ante el gesto de disgusto de Ángela, los hermanos le presionaban con amenazantes miradas, le mostraban sus pequeños puños prietos.

—Eres un malcriado y un desagradecido, te estoy ofreciendo una solución, ¿no ves que estás hecho una porquería? ¿No ves que no te trae nada bueno? mira cómo te tiene, todo esto que te está pasando es culpa suya, y tu ahí "erre que erre", eres un malcriado, un malcriado niñato baboso, ¡Madura!

—Quiero irme.

—Ohhhh, ¿habéis escuchado, chicos? Quiere irse, quiere marcharse con ella como si tal cosa —dijo melodiosamente Ángela—, ¿Crees que somos tu único problema? ¿A dónde piensas ir tu con ella? Míralo de esta forma, te estamos haciendo un favor si no te dejamos ir con ella, total, si no te lo impido yo, te lo impedirá cualquier otra cosa más adelante, olvídate del asunto, lárgate.

Pablo no se movió del lugar. Permanecía frente a Ángela, la miraba a los ojos desde la poca distancia que separaba ambos rostros, la miraba desafiante, la miraba como si en lugar de nueve años, Pablo fuera un adulto que se planta desafiante para gritar: "No vas a decirme lo que quiero ni lo que debo hacer, es mi decisión, yo decido qué es lo que me importa, yo decido qué es lo que quema aquí dentro, y eso es ella, así que ni podéis convencerme ni torturarme hasta el punto de hacerme abandonar".

En un breve intervalo de tiempo, los hermanos García habían llegado a deslizar sus brazos poco a poco hasta posar sus manos en los antebrazos de Pablo, y ante esta nueva actitud de rebeldía ante la renuncia, estos le empezaban a retorcer la piel, pero Pablo no parecía darse cuenta, su mirada era la de alguien que ha visto la verdad, ha tenido una revelación sobre qué es lo que necesita en esta vida para sentirse lleno, para respirar de verdad, y nada ni nadie iba a convencerle de que renunciar era la mejor opción.

—Bien, empiezas a cabrearme —dijo Ángela tras pellizcarle la mejilla—, haremos lo siguiente, te largas ahora mismo y los hermanitos no te darán una paliza, ¿Te parece? Te vas sin ella, eso es cierto, pero te libras del daño, te vas a casa sano y salvo, sin un rasguño y en unos días se te habrá olvidado, en serio, prometo no molestarte nunca más, ni ellos tampoco lo harán, será como si fuéramos a colegios distintos y...

Pablo, ese niño callado, flaco, pálido y silencioso, en un movimiento nada propio de él, un movimiento violento, casi como una convulsión, se zafó de las zarpas de los hermanos García, cargó con su flacucho hombro derecho contra el pecho de Ángela, que desconcertada aún por lo breve y violento del momento, cubrió su rostro con una horrible mueca de niña asustada, y tras apartarla de su camino, Pablo agarró esa chaqueta vaquera con el parche de un oso que vestía un pantalón vaquero y portaba en su mano un canasto de frutas.

Pablo corrió como alma que lleva el diablo, corrió hacia la puerta de la clase vacía donde lo habían retenido sus compañeros de sexto curso durante el recreo para intentar separarle de aquella preciada prenda.
Era una chaqueta especial, hasta que se tropezó con ella de aquella forma tan extraña (podríamos decir que ella fue un regalo de alguien que de verdad le quería y le quería hacer feliz. Alguien que sabía que había estado toda la vida mirando en la dirección equivocada, que no era un niño satisfecho y había decidido ponerla en su camino), Pablo había sido un niño desconcertado, casi inerte, sonreía un poco, pero por dentro podría haber estado llorando, era un niño muerto de frío, un niño congelado, pero ella apareció y cambió esto.
Ella había cambiado toda su aún joven visión de la vida, de una joven vida turbulenta que sin saberlo la había estado buscando desesperadamente durante muchísimo tiempo, y ahora quería quitársela, querían separarles, y él no estaba dispuesto a permitirlo.
Corría más deprisa de lo que sus flacuchas piernas le permitían, llenaba su pecho con más aire del que sus pequeños pulmones podían soportar, apagaba los gritos de ira de los hermanos García y las amenazas de Ángela.

Solo corría con ella. Corría con ella con todas sus fuerzas y pensaba: "Si de mi depende, nunca nos separarán. Lucharé hasta el último aliento"

Y corría hacia la salida.

Y corría con la fuerza que le brindaba su deseo.

Y corría con el miedo al vacío que su pérdida le podría ocasionar.

Y corría. Y corría. Y corría, porque, ¿Qué es el amor, si no despertar una mañana pensando?: "Gracias por existir, a pesar de todo, gracias por soportarme y soportar que te soporte. gracias por el daño, gracias por el calor, gracias por tu sonrisa, gracias por la luz de tus ojos, GRACIAS".

¿Qué es el amor, si no aquello que convierte tus temores en fuerza, en deseo y tenacidad?

Eso es amor, esa punzada en el pecho ante la idea del abandono, ante la idea de decepcionar aquello que adoras, ante la idea de la tristeza en su rostro, ese dolor, ese es el amor.

Buenas noches.

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