lunes, 14 de octubre de 2013

La Santísima Trinidad

"Ella se ha marchado. Al final, pasó lo que tenía que pasar, era algo inevitable y debí haberme preparado para ese momento, pero ¿Sabes algo, hijo?, por mucho que uno quiera, no se puede vivir sin una razón para ello y nunca se puede uno preparar para perder a su razón para vivir, a lo que da sentido a su vida. Ella lo era todo para mi, hijo, ella era mi otra mitad, mi alma gemela, ella era el motivo por el que yo seguía esforzándome en respirar, en levantarme de la cama cada día, verla sonreír, hijo, verla sonreír era lo que yo llamo contemplar un milagro, porque si alguna vez tuve fe en alguna religión, fue en la de sus ojos".

Así fue como aquél tipo casi tan extraño como yo me respondió a la inocente pregunta que le lancé cuando tenía nueve años: ¿Oiga, por qué parece que llora cuando canta y toca su guitarra?
Era el verano de 1995, acabábamos de hacernos los propietarios de una vieja taberna que se traspasaba en un pequeño pueblo de la Costa al que cada año visitábamos en nuestras vacaciones de verano.
Desde que tengo uso de razón, recuerdo que la semana siguiente a la que nos daban las vacaciones de verano en el colegio, mis padres, los abuelos, la extraña solterona tía Marta, mi hermana y yo, salíamos a la carretera desde el Sur del país, para recorrer la Costa, haciendo paradas en los mismos sitios cada año para contemplar los mismos rancios lugares para paletos.

El pueblo en el que nos hicimos propietarios de aquella taberna, era nuestra última parada en el ascendente recorrido, luego, después de pasar allí unos días en los que siempre seguíamos un inflexible itinerario que satisfacía los deseos de los abuelos y la tía Marta, comíamos día tras día en aquella vieja y lúgubre taberna, "La Gula".
Fue en el 95 cuando durante el Invierno, la tía Marta murió a causa de una trombosis, y meses después, le siguió el abuelo de un coma diabético, fue un Invierno realmente duro y extraño, un Invierno lleno de ausencia.
Cuando llegaron las vacaciones de Verano una vez más, solían intuirse por casa secretas conversaciones basadas en susurros inquietos que trataban el incómodo asunto de "¿Iremos de vacaciones este año? ¿Y la abuela? Igual deberíamos quedarnos".

Finalmente, se decidieron por realizar el viaje ritual que cada verano llevaban a cabo, y no solo eso, en lugar de una dolorosa exposición al recuerdo de aquellos pasajeros caídos, resultó un verdadero bálsamo.
Una vez llegados a ese pequeño pueblo de la costa, una vez degustada la gastronomía popular que tantos buenos momentos había brindado a esa familia de domingueros, y después de echar fuera el dolor a base de unas cuantas lágrimas nostálgicas, cuando llegó la hora de almorzar y decidieron pasar por "La Gula", se enteraron de que pronto cerraría sus puertas, se traspasaba.
Al principio todo se limitó a quejas y expresiones que informaban de cuánto iban a echar de menos comer allí una semana al verano, pero al final, después de un buen rato hablando con los propietarios, una familia local y contándoles anécdotas ocurridas en esos viajes hasta lo que parecía ser su meca, mi familia terminó decidiéndose por hacerse cargo del negocio. Pensaron que sería bueno cambiar de aires, estaría bien trabajar allí, mamá tenía buena mano para la cocina, Papá no tenía un trabajo fijo en nuestra ciudad, y a nosotros nos encantaba la costa.

A pesar de lo radical de la decisión, nos adaptamos relativamente bien, después de un mes mas o menos, cuando zanjaron los asuntos que tenían pendientes en nuestra ciudad, nos hicimos oficialmente los propietarios de "La Gula", decidieron no cambiarle el nombre al local porque tenía cierta fama entre los habitantes del pueblo.
Fue ese mismo verano, cuando conocí al extraño tipo que me marcó de por vida.
Nuestro local estaba cerca del paseo marítimo, por lo que era habitual que de vez en cuando vinieran a emborracharse "artistas locales", vagabundos y trotamundos de los que exhibían allí sus variadas artes para ganarse la vida, o la borrachera de esa noche.
Este tipo era distinto, no se puso en el paseo marítimo, se colocó en nuestra terraza, pidió una buena botella de vino y sacó aquella vieja guitarra de su estuche y comenzó a tocar y cantar.
No puso el estuche abierto para que le echarán una limosna, parecía más bien que lo hacía por mera necesidad, destilaba dolor.
En un primer momento, nuestra familia pensó en largarle de allí, pero la gente estaba expectante, no podían dejar de oír las historias que cantaba, los lamentos que convertía en canción, era un tipo realmente extraño que ponía los pelos de punta con lo que contaba, contaba la verdad, y su verdad era puro dolor.

Cuando se hubo bebido un tercio de la botella, guardó la guitarra y toda la gente quiso acercarse a felicitarle, a preguntarle su nombre, si tenía próximamente actuaciones y demás, pero el negaba limosnas, negaba conversar, le molestaban esas atenciones, por lo que pudo resultar un chalado antipático.
Debo reconocer que esa actuación me hipnotizó. Las cosas de las que hablaba, la manera en que sonaba aquella vieja guitarra, esa voz que parecía quebrarse y romper a llorar al pronunciar ciertas frases.
Aún a riesgo de ser rechazado como el resto de los espectadores que quisieron acercarse y entablar conversación con él, decidí acercarme a la mesa y sentarme en una silla junto a él.

-Hola -le dije-, toca usted muy bien la guitarra.

-Hola, chaval. No creas, no es para tanto, creo que simplemente la aporreo.

-¿Cree usted que yo podría a llegar a tocar la guitarra algún día? ¿Podría llegar a ser un gran músico y contar historias como las suyas?

-Seguramente podrías, hijo -contestó-, pero no te lo recomiendo, para contar historias y ser un buen músico, para hacer historias que de verdad muevan algo por dentro de la gente, es necesario ser o un gran mentiroso, o un hombre roto, o un hombre fuerte. Y déjame que te diga, hijo mío, que todo te irá mucho mejor si te limitas a seguir el ejemplo de lo que ves a diario en el género bobo.

-¿Qué es el género bobo?-pregunté-,¿es una especie?

-Podríamos decir que es un subgénero, un tipo de personas con unas determinadas características en común, son la gran mayoría de personas que ves a diario, todos esos tipos sonrientes y felices, con sus mujeres y niños y sus trabajos, los tipos que no conocen no conocen el amor verdadero, ¿Sabes por qué? -preguntó-, porque nunca lo han perdido. Nunca han sufrido una decepción, ni un desengaño, no han sufrido porque nunca han sentido con la intensidad del amor verdadero, nunca han sentido ese torrente que arrasa el interior de un hombre cuando encuentra a su flor de loto, son unos afortunados, hijo, sigue su ejemplo.

-Sus historias son muy tristes,pero muy interesantes,¿son ciertas?,¿Ya no tiene novia?

-Por desgracia son ciertas, hijo -contestó-, ella se marchó, se marchó un día, se marchó demasiado pronto. Pero fue justo como tenía que ser, ni más ni menos, llegó, encendió algún tipo de maquinaria aquí dentro -dijo tocándose el pecho-, y luego se largó. Ella merecía mucho más que lo que yo pudiera ofrecerle, nunca pudo terminar de creerme, hice las cosas tan mal, que nunca llegó a sentir ni a recibir el amor tan profundo que me hacía sentir. Se marchó,hijo, se marchó y con toda la razón del mundo.

-¿Y por eso toca usted la guitarra en la calle y bebe vino hasta quedarse dormido?

-Por eso, y porque es una manera tan buena como cualquier otra de esperar a la muerte.

-¿Quiere morir? -pregunté-, mi tía Marta y mi abuela murieron este invierno. Todos lloraban en casa.

-¿Sabes, pequeño? No siempre lo que ocurre en la vida depende de lo que uno quiere, a veces las cosas pasan sin más. Dios, cómo la quería. Cómo la quiero aún ahora. Si pudieras entenderme, pequeño...llevo años intentando apagar esto, intentando desear morir, desear olvidarla, desear expulsar esta vana esperanza de que vuelva de mi cabeza, porque lo único que me hace es daño esta esperanza absurda.

-Vaya...debía ser muy guapa.

-¿Guapa? Ere preciosa, pequeño. Ella era un amanecer, su sonrisa podía destrozar corazones y hacer llorar al mismísimo dios, el sonido de su risa era como el leve murmullo del océano, era una Diosa. Que si era guapa? Joder, chaval. Solo podía asemejar lo que me hacía sentir a algo que me ocurrió cuando tenía más o menos tu edad. Era  la noche de Nochebuena y los años anteriores durante esas fechas, el alcohólico de mi padre siempre había llegado a las tantas del bar y había estropeado la cena, siempre insultaba a mi madre, pegaba a mis hermanos, y en definitiva, no era un buen padre.
Esa noche de noche buena, nos fuimos a la cama después de la cena porque mi padre no había aparecido, y mamá se quedó esperando a que él llegara, para ver qué había ocurrido.
Mis hermanos y yo nos fuimos a la cama y nos quedamos dormidos. De repente, al final de la madrugada, justo cuando empieza a romper el día, oímos un crujido en las escaleras y nos despertamos, no nos dijimos nada, y nos levantamos cautelosos y bajamos para ver que era lo que ocurría; cuando bajamos encontramos un enorme árbol de Navidad en medio del salón y un montón de juguetes debajo, mi padre y mi madre se abrazaban mirándonos y lloraban de alegría.
En ese momento podría haberme meado encima, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo entumeciendome entero, por un momento pensé que me desmayaba, y no pude controlar las lágrimas.
Mi padre se reformó, pero murió ese mismo año en un accidente de trabajo.
Pero lo que quería decirte es que ella no era solo guapa, era única, era especial, era mi pequeña chica especial, mi pequeña porción de ganas de vivir, ¿Qué era ella? Ella era ese chasquido en las escaleras en la mañana de Navidad.



Ella siempre ha sido ese crujido en las escaleras en aquella mañana de Navidad.

Siempre lo has sido y siempre lo serás.

No importa para quién.



Buenas noches.


No hay comentarios:

Publicar un comentario