viernes, 16 de agosto de 2013

Virus

Al principio no entendía bien aquellos comentarios entre los muchachos, pensé que sería jerga de músicos baratos y nada más.
No es que desprecie a ningún tipo de músico por lo que decida hacer con su instrumento, de hecho me trae bastante sin cuidado lo que cada uno haga con su instrumento en general, creo que eso forma parte de su intimidad, de su lado oscuro, pero no soporto a las personas que se apoyan en la edad y la comodidad para venderse "Dentro de unos años te darás cuenta de BLA BLA BLA BLA BLA" ¡y una mierda!, el tiempo corre y tú has decidido renunciar.

El caso es que estábamos allí, en aquel zulo hediendo al que llamaban "Sala de los músicos", una especie de agujero donde nos concentrábamos todos los que íbamos a fingir tocar junto a "famosillos" en esa patética gala por un sueldo de risa.
Pensando ahora en aquella gente, se me ocurre que posiblemente la mayoría de ellos no había aceptado el trabajo por el sueldo, si no porque había cerveza gratis toda la noche para los músicos.
En la sala había de todo: hombres de mediana edad de cara triste y dentadura embargada, abueletes alcohólicos fumando tabaco negro y escupiendo al suelo, niñatos guapetones y musculados salidos de orquestas de pueblo, y yo, el único tipo que no quería estar ahí ni con cerveza gratis.

Acepté el trabajo por compromiso (me lo había ofrecido mi maestro), y ahora estaba allí, rodeado de esos iconos de la decadencia, de todo lo que me hacía sentir incómodo, sucio, avergonzado.
Si me dirigían la palabra yo solo contestaba moviendo la cabeza, no quería entrar en conversaciones de mierda con esos muertos vivientes, esos despojos, esas caras de niños grandes, imbéciles, eunucos, esos potrillos castrados que ahora se conformaban con todo lo que la vida les enviaba.

Ante tal panorama decidí coger un botellín y salir de aquél antro del que nos habían advertido que no saliésemos a no ser que nos avisaran para entrar al escenario.
Justo cuando cerré la puerta tras de mí, sentí que había escapado de uno de los nueve círculos del infierno, que había dejado atrás una horrible pesadilla. 
Cuando hube recuperado el aliento, saqué un cigarrillo y a pesar del cartel de prohibido fumar de las advertencias del niñato imberbe que se suponía era nuestro superior, comencé a fumar tranquilamente mientras me paseaba por esos largos pasillos llenos de puertas.

Justo cuando había alcanzado aproximadamente la mitad del pasillo, mientras entretenía a mi amargada cabeza contando extintores, una de las puertas grises que había a los lados del pasillo, la que estaba más cercana a mí, se abrió el espacio justo para que aquella chica asomara la cabeza.
Era morena, al principio no pude distinguir mucho, solo su larga melena morena. Tenía una cara pequeña, bastante linda, me resultaba familiar. Paré en seco, y gracias a mis reflejos de voyeur pude ver que se tapaba el cuerpo con una toalla que sujetaba a la altura de sus pechos.

—Eh, chaval ¿tienes un cigarro? —me dijo en voz baja mientras miraba hacia ambos lado, como quien va a cruzar una carretera.

Fue entonces, al oír su voz cuando comencé a encajar las piezas, cuando la reconocí. Era una artista de las que iba a actuar en la gala de la cadena de radio, una artista que llevaba un par de veranos sonando en las radio fórmulas cutres de andalucia, estaba pegando fuerte.

—Claro. Ten. —Le dije sacando el paquete de tabaco del bolsillo de mi camisa.

—¡No! ¡Ahí no! —decía ella en abortos de gritos—, entra por favor.

Obedecí. Entré en aquél camerino que nada tenía que ver con la cama de los músicos. Esta pequeña habitación era confortable, tenía paredes pintadas, espejos, un cuarto de aseo y varios sofás no demasiado cutres, eso sí, la chica era bastante desordenada, había montones de ropa tirada por ahí.
No pude evitar mirar en una parte cerca del sofá, en el suelo, un conjunto de lencería bastante sexy, y he de reconocer que me la puso dura con solo imaginarselo puesto.

Pasé al interior y me senté en el sofá con cuidado de no colisionar con ninguno de los montones de ropa y sin dejar de sentirme hechizado por esa ropa interior.
Una vez dentro le di el cigarro y cuando lo agarró en su boca lo prendí.

—Uff gracias muchacho —gimió mientras le daba una larga calada— esos putos nazis no me dejan hacer nada, no me dejan comer lo que quiero, no me dejan fumar, no me dejan follar y me roban mi dinero.

—Vaya, deben ser unos buenos hijos de putas —dije— ¿Por qué no te largas?

—Ojala pudiera, pero esos cabrones me tienen trincada. ¿Me das un trago?

—Claro, es tuya —dije acercándole la cerveza.

—Gracias —dio un largo trago— ¡qué bien joder! Por cierto, ¿Cómo te llamas? Yo soy --------, aunque supongo que ya lo sabes.

Le dije mi nombre.

—Oye, tienes algo de material por ahí, ácido, polvo de ángel, lo que sea. Tengo que salir ahí fuera sonriente a mover a estas dos —se sacó las tetas de la toalla— para que esos babosos sigan meneándosela pensando en mi y compren mis discos.

—Lo siento, solo tengo un poco de hierba —le dije mientras rebuscaba en mis bolsillos el chivato en el que llevaba la maría— ¿Quieres que te lie uno?

—Si, me sirve. Lía uno bien gordo.

Acto seguido, comencé a liar un buen petardo, centrando toda mi atención en él, como si estuviera diseñando una obra de arte. Ella dio unos pasos y se colocó justo delante de mí. Yo miraba el proyecto de canuto por lo que mi visión se limitaba a sus pies descalzos parados justo delante de mi. 
Inmediatamente después de llegar al lugar vi como la toalla que había estado envolviéndola, caía al suelo justo delante de mis ojos y en un movimiento bastante ágil se arrodilló sobre la toalla y casi sin que pudiera reaccionar comenzó a tantear mi paquete.

He de reconocer que me provocó una erección al instante, y a ella esto no se le pasó por alto, por lo que se apresuró a desabrocharme el pantalón.

—No, ¡espera! —dije sobresaltado.

—Shhh tranquilo, solo quiero devolverte el favor. Te has portado tan bien conmigo —siseó mientras continuaba con su tarea— mmm si no arreglamos esto te va a reventar.

—En serio, mira lo siento —dije mientras dejaba el canuto terminado a un lado del sofá para apartar con mis manos su cabeza de mi entrepierna.

—Pero qué cojones te pasa —preguntó ofendida— ¿es que eres gay? Si es así puedo jugar con tu culito.

—No, joder no es eso. Es que bueno...esto si que va a sonar gay pero...quiero a mi novia ¿sabes? Está ilusionada esperando verme por televisión y no creo que esto esté bien.

—No tiene que enterarse —dijo a la vez que volvía a adelantar su cabeza hacia mi paquete

—Oye, mira, creo recordar que incluso alguna vez me la habré meneado viendo tu videoclip, y no es que yo sea un ejemplo de fidelidad, pero en serio...es pensar que está esperando con ilusión, con confianza, no se, lo he pensado y me ha dado una punzada en el pecho que hace mucho que no sentía.

—Vaya, tiene suerte la chica —dijo mirándome a los ojos directamente—, quién pudiera.

—Gracias. En serio, me halagas.

Acto seguido cogió el peta. Se lo encendí. Dio unas caladas y me lo pasó, y mientras yo fumaba, se fue hacia la lencería sexy y comenzó a ponérsela poco a poco, delicadamente.
Ante tal visión sentí que de nuevo me explotaba la bragueta, así que me levanté, me bajé los pantalones hasta las rodilla y la agarré desde detrás colocando mi erección entre sus muslos.

—Vaya, joder, sí que está duro —susurró—, veo que has cambiado de opinión.

—Sabes, se me acaba de pasar la punzada del pecho. Debo estar incubando algo.

—Inféctame.

—Encantado.

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