miércoles, 21 de agosto de 2013

Padre, necesito un exorcismo.

De pequeño me asustaba la oscuridad. La oscuridad representaba todo aquello que desconocía, y que por lo tanto no sabría como manejar. Representaba todo aquello que escapaba a mi control, que se encontraba más allá de la protección que me brindaban las cosas mundanas, lo superficial.
Por las noches, para dormir, necesitaba dejar una luz encendida si dormía solo en la habitación, en el caso de que alguno de mis padres se quedara conmigo y decidieran apagar la luz, tenían que darme la mano todo el tiempo, necesitaba anclarme a lo seguro, a lo que me habían mostrado como lo correcto.


Cualquiera de las dos formas de protección que utilizaba podría interpretarse como una única cosa: Un ancla.
Podía soportar el hecho de que existiese la oscuridad, su existencia era evidente, pero el sentir terror hacia ella era un hábito, era algo aprendido, tanto socialmente como parte de la memoria genética.
El caso es que ya entonces a pesar de asustarme la oscuridad, pensaba constantemente en ella, especulaba sobre a qué daría cobijo, que sensaciones contendría, ¿por qué todos advertían sobre ella de esa manera?.
Como imaginaréis podía especular constantemente sobre ello, pero siempre y cuando me sintiese fuera de su alcance. 
Ahora de adulto me explico muchas cosas, me explico ese vouyerismo morboso hacía las cosas que me aterraban, esa fascinación por las cosas que intuía podían conducirme directamente a mi autodestrucción.

Durante años, fui un observador pasivo, me consumía esa insana obsesión por lo prohibido, me devoraba poco a poco, de terror y de placer y curiosidad.
A pesar de mis ansias, siempre fui un niño tremendamente asustadizo, las escenas que había contemplado con tan corta edad, las situaciones que había vivido, y la sobreprotección con las que a veces los padres intentan equilibrar el daño que hacen de manera indirecta a sus hijos, me habían convertido en presa fácil de una sociedad asustada.

Creía todo lo que había que creer. Temía todo lo que había que temer. Ignoraba todo lo que había que ignorar. O al menos en teoría.
Son terribles las consecuencias que pueden tener para un hombre las serpientes engendradas de la curiosidad hacia aquello que teme profundamente.
En esa postura me mantuve algún tiempo, en la postura del eterno espectador, de aquél que mantiene la distancia suficiente para no ser salpicado, que vive una vida ejemplar y solo conoce lo prohibido y sus consecuencias a través de relatos ajenos o experiencias accidentales.
Así es como fui arrastrando mi existencia durante años sin sospechar que de repente, un buen día sería seducido por todo aquello de forma brutal. Ni en un millón de años hubiera esperado que ese impulso, de manera espontánea cambiara mi vida.

Abracé la oscuridad, no me avergüenza decirlo y no me arrepiento. Me sumergí en todo aquello que me asustaba, indefenso, curioso, asustado, inocente aún, y me fui dejando empapar, me fui diluyendo en todo aquello prohibido y desconocido.
Algo dentro de mi había decidido que no podía seguir viviendo con miedo, que no podía seguir siendo uno más, una marioneta guiada por lo establecido y por los miedos compartidos.
Me adentraría en la oscuridad, la sufriría, la probaría, la gozaría, la estudiaría, y finalmente, me haría dueño de ella.
Me convertiría en el dueño absoluto de mi oscuridad. tomaría el control por fin, utilizando todo aquello para no temer nunca más, para no ser utilizado nunca más, para no dudar nunca más, para no temblar nunca más, para tomar las riendas de todo y vivir al margen de la duda y el dolor. A cualquier precio.

Aunque resumido de esta manera pueda parecer algo sencillo, fue un proceso lento, doloroso, lleno de inseguridad, de trucos sucios, de desconcierto y de dolor.
La oscuridad puede resultar tremendamente ingeniosa, tiene muchísimos trucos para salir siempre victoriosa, puede hacerte creer por momentos que la guerra ha acabado, que te haces con el trono de la oscuridad, que la pesadilla terminó y tu eres ahora el fabricante de malos sueños, para a la vuelta, en cuanto te descuidas recuperar su poder aterrador cuando menos lo esperas y destronarte.
Fue un trabajo arduo pero satisfactorio. Fue un trabajó que me llenó de cicatrices, fue una trabajo lento y tedioso que hube de ir completando parte a parte, destrozando mi yo anterior y forjando uno nuevo a prueba de bombas. Un nuevo yo fundido con la oscuridad, o lo que es lo mismo, que nunca podría ser herido por la oscuridad ni por el resto de velas a medio fundir con las que convivía en el mundo de los aterrorizados que rezan por una salvación de madera.

Si te asomas a tu ventana, quizás puedas verme arrastrándome por esta cálida noche. 
Soy la imagen del desconcierto, soy la imagen del terror que aulla de miedo ante algo todavía más terrorífico, más profundo, más apetecible.
Soy el lobo que aulla ante el abismo que lo devora.
Estoy buscando la respuesta a una pregunta que no se si quiero contestar. Estoy buscando liberarme de algo que me devora y de lo que no se si me quiero liberar. Estoy buscando la manera de apagar esta llama y en realidad no se si es lo que quiero, o si realmente prefiero fundirme en ella.
De cualquier modo, voy a buscar la solución en el último recoveco que me queda por visitar por muy increíble que parezca que un ser que ha acumulado tanto mal quiera refugiarse en la luz. Voy a apelar a aquello en lo que no creo para que me esclarezca, y si es lo correcto me libere de esto que me devora poco a poco sin miramiento.

—¿En que puedo ayudar a esta alma errante que turba esta noche los sueños de este viejo párroco —preguntó aquella figura desgastada por los años y la abstinencia—, ¿Es tan grave el mal que te aqueja que no puedes esperar a que salga el sol?

—El sol y yo nunca hemos sido muy buenos amigos, padre.

—El sol es fundamental para la vida, hijo mio —repuso—, es un regalo del señor por el que debemos dar gracias. Pero dime, ¿Qué atormenta esa taciturna alma que arrastras?

—Vengo buscando respuestas —respondí— me gustaría hablar con usted sobre algo que durante mucho tiempo ha sido para mi una historia absurda, un cuento de hadas, una leyenda urbana, y que sin embargo, quizás sea lo único que me queda a lo que aferrarme: Vengo a hablar de Salvación.

—Entiendo —dijo peinándose la larga y canosa barba que cubría su esquelética cara—. Verás hijo, el señor acoge en su rebaño incluso a la oveja más descarriada siempre que se arrepienta de sus pecados, si tu pregunta es esa, debo decirte que sí, existe la salvación y está al alcance de todos.

—Me parece que no estamos hablando de lo mismo, padre. Verá, no me interesa nada esa salvación que me ofrece su dios, no me interesa para nada todo ese conjunto de satisfacciones que quiere brindar a su rebaño después de esta vida.
Yo decidí en su momento que iba a sacarle todo el jugo a esta vida, que iba a deleitarme en los más oscuros placeres, que no iba a sufrir el miedo a nada, si existía temor en mi vida, iba a ser proyectado desde mi.
Padre, el fuego camina conmigo. Yo soy la oscuridad absoluta, o al menos eso creía.

—Si no buscas el perdón, no entiendo qué haces aquí hijo, en la casa del señor.

—Buscar respuestas, padre —añadí golpeando con mi puño la frágil mesa que sostenía reliquias varias pertenecientes a la eucaristía—. Debe escucharme atentamente, no tengo miedo del infierno, ni del castigo divino, porque ya he estado allí, allá donde su Dios me hacía sentir diablo de mis virtudes, yo llegué y me convertí en dios de mis vicios. Abracé la oscuridad y me fundí en ella, tuve el control absoluto durante mucho tiempo, viviendo al límite, apurando lo prohibido hasta límites insospechados y me encantaba.
Y le hablo en pasado porque algo ha cambiado, justo cuando había construido mi fortaleza de oscuridad, provocando el terror en los que vienen de la luz, de los temerosos , provocando la admiración de los curiosos que a veces asoman los morros a lo prohibído, y el respeto de aquellos que aguardan entre las sombras, después de mucho tiempo haciendo funcionar esta perfecta obra del mal, apareció ella.

—¿Ella? —preguntó sorprendido.

—Exacto, ella. Usted debería saber que el mal puede adoptar muchas formas, en mi caso, ha adoptado la forma de aquello de lo que tanto he abusado, la forma de una mujer.

—Entiendo, pero usted ha dicho que nada de las sombras puede atemorizarle, que ya se enfrentó a lo que allí hay guarecido y se fundió con ello, alcanzó el equilibrio.

—Eso pensaba, padre, hasta que ella apareció para destruir con un soplido que escapa de sus preciosos labios, con un pestañeo de sus ojos de lujuria, con una simple palabra de su boca, todo mi reino de sombras. Ha hecho tambalearse los cimientos de aquello que tantos años me llevó construir, y por ello, como comprenderá resulta una amenaza a mi equilibrio, es un golpe de estado a mi estabilidad.

—Pero es oscuridad, como usted dice ser, entonces ¿Por qué ese temor? ¿No deberían estar en la misma frecuencia del cosmos?

—No se lo que deberíamos. Se lo que hay ahora mismo, y esto es lo siguiente: me he distanciado de la luz, me he encerrado en oscuridad, a salvo de todo, me he proclamado señor de la oscuridad, y de repente ella ha aparecido y me ha marcado.
Fue una colisión inevitable, pura energía kharmica, tenía que pasar. Es lo único que se me viene a la cabeza cuando pienso en ella: tenía que pasar, porque ahora que la conozco, se que si  hubiésemos trepado esta red eternamente sin llegar a estrellarnos en una tormenta de energía, nada habría tenido sentido.
Ahora nada tiene sentido sin ella. 
Después de que nuestras órbitas nos llevaran al inevitable choque, he quedado marcado, se ha ido mostrando a mi poco a poco cada vez con más claridad, y cada vez más misteriosa, desconcertante, atrevida, divertida, irreverente, destructiva, arriesgada. Con un dominio de la oscuridad que hace que lo que creía dominar se presente ante mi como solo una pequeña parte del mundo.
Es una profeta de la oscuridad que ha venido a ofrecerme su mensaje, y no se si debo aceptar el presente.

—Vaya. Me deja usted confuso, al parecer, se ha enfrentado usted a lo más terrorífico que puede enfrentarse un hombre: que siempre hay algo más allá, algo que escapa a tu control aún cuando crees tener todo controlado.

—Me asusta, padre. No me asusta su maldad, su maldad me tienta, deseo poseerla, quiero fundirme en su fuego, quiero que nos derritamos juntos, quiero que me devore, me devuelva y luego devorarla yo. Quiero que nos hagamos daño, quiero que nos echemos de menos, quiero que nos amemos hasta doler, quiero que nos queramos matar de amor y de dolor y de pasión y de violencia y llevar esto hasta límites insospechados.
Pero tengo miedo, padre. No tengo el control y tengo miedo de las consecuencias.
Si algo he aprendido estos años es que hay pájaros que no pueden ser enjaulados, ni lo permitirían, ni si lo hicieran conservarían su fulgor. Se que ella es un cometa. Ella es algo pasajero, ha venido a darle sentido a mi vida, a dejar su mensaje y se marchará, y no sé si podré continuar existiendo si llego a ceder al deseo y acepto esta sórdida unión.

—Eres consciente de que Dios le brindó al hombre el don del libre albedrío, de la voluntad.

—¿Voluntad? —dije irónicamente— Se nota que no ha sacado su rabo de estas cuatro paredes. Padre, si la conociese...¡No, es más! si la intuyese, dejaría usted de creer en la voluntad.
Lo irónico de este asunto es que de la unión de tantísima oscuridad, lo que parece engendrarse es luz.
Ella hace que mi oscuridad se tambalee y despierta sentimientos en mi que había anulado, que había enterrado en la oscuridad, ¿Cómo algo tan macabro puede dar como resultado luz?
Es diferente a todas las demás, es diferente a todo lo demás. Es su tacto, tan suave, tan delicioso, tan frágil y feroz a la vez. Es su mirada, esos ojos, esas expresiones cómplices, ese "se lo que estás haciendo, te veo venir a kilómetros". Es esa sonrisa que me persigue, esa perspicacia, esa figura maldita que lleva el deseo a límites nuevos para mi. Es ese terror que me causa saber que nunca soportaría perderla, saber que nunca volvería a ser el mismo.

—¿Es admiración lo que detecto en sus palabras? Por muy apetecible e intrigante que le parezca, usted mismo ha reconocido que después de ella nada sería lo mismo. Ella es la tentación, usted ha llevado la oscuridad al límite y ahora  ha venido a devorarle, y después de eso, usted nunca volverá a ser el mismo. Debe resistir, joven, debe tomar ejemplo de nuestro señor Jesucristo que negó en multitud de ocasiones a Satanás.

—Da igual, padre. No se ni que cojones hago aquí. Siento haberle molestado.

—Hijo, ¡espera! ¿Qué vas a hacer?

Crucé las puertas del templo y salí a la calurosa noche, caminaba bajo aquella luminosa luna hablando conmigo mismo.

"No pienso sacrificarme por nada ni nadie. No pienso morir como cristo, en la cruz para salvar a nadie.
Quizás sea demasiado tarde, ella es itinerante, es el sueño de una noche de verano, es una estrella fugaz, quizás ahora ya sea demasiado tarde y en realidad nunca tuve el poder de elegir. Pero no puedo pensar así ahora mismo, debo intentarlo al menos, no me importan las consecuencias, no me importa recoger luego los platos rotos mientras ella camina sobre ascuas sonriendo al marcharse.
No voy a salvarme. No quiero una salvación sin ella. Cualquier condena merece la pena si es al calor de su infierno, aunque sea por un limitadísmo tiempo, su sabor me acompañará siempre.
Lo tengo claro, de hecho, nunca tuve nada tan claro, aceleraré el paso y me perderé por los callejones más oscuros invocándola, esperando la llegada de ese cuerpo del pecado, de esa alma adictiva y le comunicaré mi derrota, mi redención, mi mal a su disposición. Nos torturaremos."

-Guárdame en tus labios, soy la destrucción-.

 

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