sábado, 10 de agosto de 2013

Agujeros en los bolsillos del corazón

—Y bien, señor Robertson, ¿ha pensado en lo que estuvimos hablando? —dijo el Doctor Sherman mientras se reajustaba con el dedo índice sus gafas en la punta de su delgada nariz—. ¿Recuerda algún momento en el que su sentimiento de odio u aversión se viera convertido en amor?

 —La verdad es que no me ha resultado sencillo. Doctor Sherman, casi todos los acontecimientos almacenados en mi memoria se sustentan en el odio —respondí sin demostrar ningún tipo de pesar—, o al menos eso pensaba.
 Aunque aparentemente, por su mala prensa el odio pueda parecer un sentimiento terrible, sincero, y cargado de significado, recapacitando a lo largo de esta semana sobre el asunto, he descubierto que no siempre es así.
En una vida como  la mía, en la que el odio comenzó siendo un refugio, luego una salida, y por último, una llave maestra para abrir toda clase de puertas,  he descubierto que en la mayoría de las ocasiones, el odio solo es fácil, rápido, superficial e instintivo.
Con el amor ocurre justo al contrario, el amor es un rayo de luz en medio de la tempestad. Es sutil, casi imperceptible para aquellos que no están preparados para recibirlo, demostrarlo, sentirlo.

 —Entiendo —dijo el doctor Sherman asintiendo levemente—. Pero, ¿Cuál es el desencadenante? ¿Qué se tiene que despertar en una persona para que abra las puertas hacia ese tipo de percepción?

 —El terror —contesté inmediatamente a la pregunta del doctor—. El terror es la clave, sobre todo el terror derivado del dolor. El dolor y el miedo nos paralizan, nos hace sentir que estamos justo al borde del abismo, y no es una sensación muy agradable. 
Es en ese momento, justo en ese momento de desesperación y no en otro cuando algo se enciende. Ese algo da un vuelco a todas tus creencias. Todo lo que dabas por hecho, puede cambiar radicalmente y comienzas a mirar con otros ojos.
Es mirando a través de esos ojos, la única manera en que puedes llegar a percibir el amor. El auténtico amor.

 —…Curioso. Una interesante perspectiva del concepto del amor, pero hay algo que me llama la atención —añadió—. Lleva Usted años desnudándose en cada página, y sin embargo, a pesar de lo prolífico de su obra, no puede uno tropezarse en ella con el menor atisbo de amor en su concepción más universal. Ni una pizca —sentenció—.

 — ¿De veras lo cree así, Doctor Sherman? —dije casi retándole con la mirada. 
Debo confesarle, que no es realmente un fallo suyo el no haber encontrado el amor en mis textos. Al igual que ocurre con el amor a la hora de sentirlo, para encontrar el verdadero significado de mis escritos, es necesario leer entre líneas, estar abiertos a él para poder reconocerlo entre tanta sordidez.
Debo confesarle que no ha sido hasta la sesión de la semana pasada, que haya podido caer en la cuenta del grandísimo amor verdadero que se oculté de manera casi inconsciente entre mis furiosas palabras, pero ante esta nueva revelación he encontrado que incluso detrás de mi relato más cruel, había un desesperado grito de amor verdadero.
Como ya le expliqué, el amor tiene múltiples vertientes, la más pura de ella es aquella en que el amor se desnuda ante los ojos del dolor y la desesperanza, el que nos muestra qué, o más bien, a quién necesitamos para calmar ese malestar físico o del alma y poder seguir con nuestras vidas.

  —Y si no es demasiada indiscreción, ¿Podría usted decirme si ha conseguido descubrir y conservar en su vida aquello que le hace sentir bien?, ¿Hay amor verdadero en su vida?

 —No —contesté rotundamente—, es cierto que en momentos puntuales lo he identificado, se ha revelado ante mi y me ha hecho caer de rodillas con lágrimas en los ojos, pero soy un cobarde. Toda mi vida lo he sido, y otra cosa que he aprendido es que se necesita un valor enorme para mantener ese amor en tu vida, para luchar por el cuando se hace necesario.
El amor y yo somos incompatibles. Si pudiera tener en amor en mi vida nunca hubiera tenido que escribir una sola palabra, no me habría sentado jamás frente al folio en blanco a exorcizar a mis demonios.

 —Debo admitir que me entristece oírlo, ¿Tiene usted algún sustituto aparte de las sustancias ilegales y el sexo que le haga sentir bien en esos momentos? 
—Tengo un perro maravilloso, y a lo máximo que aspiro es a que cuando todo vaya mal, él me mire con esos ojos tristes y me diga sin palabras: 

“Todo irá bien”.

"Todo irá bien".


"Todo irá bien".


"Todo irá bien".

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