miércoles, 25 de septiembre de 2013

Depende del cristal con el que miras (¿Redención?)

Como cada mañana, las voces de aquellas mujeres rebotaban contra las paredes del patio interior al que daba la ventana de su habitación, y finalmente acababan entrando por esta para despertarle como si fueran un indiscreto y suave susurro.
Por mucho que minutos después, cuando alcanzaba la lucidez, cuando despertaba del todo y salía del agradable sopor del sueño las odiara, tenía que reconocer que despertar con esos suaves murmullos, con esas voces reverberadas, se había convertido en una parte de la rutina que no le importaría conservar indefinidamente.

Algunas mañanas, cuando salir de la cama e introducirse en el convulso mundo real resultaba un extenuante esfuerzo para la fuerza de voluntad, se quedaba allí tendido sobre las sábanas.
El aire fresco de la mañana pasaba sobre su agotado cuerpo, refrescándolo, como regalándole una suave y fresca caricia que le reanimaba, que de alguna manera conseguía hacerle sentir bien, le hacía sentir en comunión con el universo, aceptado en el cosmos.
Durante ese breve instante, la banda sonora para el sagrado ritual matutino eran esas voces anónimas, esos susurros siempre quedos, esas conversaciones siempre atenuadas por la arquitectura del edificio.

"Siempre tienen algo que decir", se sorprendía pensando al oírlas, y es que realmente siempre encontraban un tema del que hablar, siempre tenían una opinión que ofrecer para todo tipo de asuntos, como si en realidad su única función fuera sonar, interpretar suaves conciertos orquestales cada mañana sólo para él.
En el fondo de su corazón se sentía agradecido, y si no fuera porque este había sido guardado bajo siete candados y lanzado al fondo del mar hace mucho tiempo, podría haber roto a llorar mientras era recibido por aquella brisa que arrastraba las cálidas melodías que entonaban esas voces de desconocidas conversadoras errantes. Habría roto a llorar ante la idea de que realmente, por muy jodido que todo estuviera, aunque hubiera perdido el eje central de su existencia, aquello que daba sentido a su vida, en realidad aún había pequeños alivios que se reproducían día tras día, ante la idea de que nunca nada permanece inmutable, que cada mañana era una nueva mañana que lo recibía con nuevas historias exclusivas para él, que no estaba completamente solo y abandonado a su suerte en el vasto universo.

Aunque no lo pudiera ver en un principio, aunque fuera realmente complicado para él sacarse la cabeza del culo y recibir con los brazos abiertos aquellas pequeñas cosas que la existencia decidía brindarle por alguna extraña razón, cada mañana se ponían en marcha por el milagro del azar una multitud de engranajes para llenar los sentidos de aquellos que no están cerrados a la vida, de un maravilloso espectáculo de cosas únicas, como es única cada respiración, como siempre seguirá siendo ella: única, haga lo que haga y esté donde esté.
Siempre hay algo, solo se trata de abrir las conexiones necesarias, solo se trata de no inundarse los ojos con la oscuridad que habita en el pozo en el que caes.
Él no lo sabía, pero quizás esas voces matinales le habían ido cambiando algo por dentro muy poco a poco. Quizás esas voces le habían salvado en más de una ocasión de tomar el camino más rápido. Quizás esas voces le habían mantenido alejado de la afilada cuchilla de afeitar, de las tentadoras tabletas de pastillas para dormir, e incluso de otros métodos menos limpios.

Ese mundano y a la vez espectacular ritual se repetía cada mañana sin excepción, era exclusivo para él.
Se repetía cada mañana a modo de impulso insensibilizador, de masaje de preparación, que le brindaba cierta inmunidad a las heridas que le producía el hormigonado día a día sin ella, el helado día a día sin él, el insípido día a día con todo aquello pesando sobre sus hombros, y él, ni siquiera se había dado cuenta.
Nunca se había dado cuenta de nada, porque vivía deprisa, y a pesar de que las cosas nunca habían sido fáciles, estaba acostumbrado a tomar lo que quería, cuando quería y del modo que quería, y cuando algo se salía de ese molde, el daño era brutal. Nunca se daba cuenta de absolutamente nada...y a la vez, creía ser inundado por todo, desbordado, vivía las cosas con muchísima intensidad, con pasión, con verdad, eso sí, tenía que ser algo que de verdad le provocara un movimiento en sus entrañas, el resto de cosas vacías no le hacían inmutarse.

Lo importante de todo esto es que esa mañana una vez más, puntuales como siempre, todos esos factores habían regresado solo para él, y cada vez se volvía más consciente y se sentía más arropado, sentía su gran dolor mucho más amortiguado, se sentía esperado, se sentía especial, y quizás, ¿Por qué no? Si había estado siendo abrigado por estos pequeños placeres sin casi percibirlos, podría haber más ahí fuera, pequeñas delicias que solo estaban esperando a que llegara su momento para poder entrar, esperaban a que él les brindase esa oportunidad.

Quizás solo se trate de abrir los ojos, de abrir la mente, de abrir los brazos, recibir y aceptar.
Quizás durante las épocas más oscuras, un hombre debe pararse un momento en el camino, tomar una perspectiva verdaderamente útil y preguntarse ¿Existe algo que pueda hacerme sentir bien? ¿Existe algo que al menos consiga hacer de mi vida sin ti, un lugar habitable?
¿Qué tipo de melodía debería percibir alguien para mantener el deseo de seguir existiendo en épocas turbulentas? ¿Qué tipo de historia necesitaría leer un alma rota para recuperar al menos un poco de su luz?

Y sumido en estas preguntas, él se levantó de la cama, se vistió y aseó, y salío a la deslumbrante luz del día con su fiel compañero canino y su bloc y su bolígrafo, y también con aquellas melodías mañaneras sonando en su cabeza como interpretadas por un coro de Gospel, y decidió que ya sabía qué necesitaría leer para sentirse algo mejor, así que se puso a ello, allí, solitario, en aquél lugar, en el epicentro del dolor, en la zona cero.

Tras terminar este texto, con el que espera y desea de todo corazón haber dado el ánimo y las fuerzas necesarias a alguna persona en el mundo para continuar, se levantó del viejo banco de madera del parque en el que escribía, para continuar enfrentándose a pecho descubierto a la gran tormenta de estímulos que le aguardaba oculta en el día a día.
Y quizás mañana, con un poco de suerte vuelva a recibir el sutil impulso que le hacía pensar que valía la pena resistir un día más. O quizás no fuera así.
Pero eso ahora no es lo importante. 

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