sábado, 7 de septiembre de 2013

Mirando al rincón




El chico comenzó refugiándose en un rincón de su fría habitación, la más pequeña y oscura de aquél piso de un barrio del extrarradio. Si se colocaba en el rincón y se concentraba con todas sus fuerzas en cosas agradables, en historias nunca escritas, en situaciones inéditas que vivían sus superhéroes favoritos, podía conseguir alejar el dolor. Desde aquél rincón de esa pequeña habitación, conseguía pasar inadvertido, el dolor, el miedo y la mala suerte, pasaban de largo sin reparar en el chico de la esquina.
Los problemas comenzaron de nuevo cuando quedarse en aquél lugar y continuar con una existencia "normal", comenzaron a ser incompatibles.
La misma vida que le había empujado hasta el rincón, fue la que terminó por querer echarle incluso de allí, no soportaba que estuviera a salvo de todo lo que pasaba a su alrededor, el chico era un niño-diana, y como tal, tenía que ser expuesto constantemente.

Una vez fuera de la habitación, una vez interrumpidas las increíbles aventuras que el chico escribía en su mente para sus héroes favoritos, el chico fue depositado en un lugar nuevo. Un lugar al que le llevaban para evitarle el dolor —decían—, pero lo único que consiguieron con ello, fue abandonarle en un territorio hostil, en el que contrastaba, el amor que recibía de sus dos anfitriones, con la violencia, el rechazo, el abuso y la indiferencia de sus iguales. Unos iguales varones que no entendían nada de lo que hacía, pensaba o decía aquél niño tan raro, tan pensativo. No podían aceptar su mirada triste, ni que pudiera pasar horas imaginando otros mundos, dibujándolos, y ya entonces, escribiéndolos en una vieja máquina de escribir, con la que se encerraba en secreto las tardes de verano, en el viejo garaje de sus anfitriones, bajo un techo de uralita, a escribir envuelto por un calor abrasador.
No podía ser normal, ni bueno, era una auténtica rareza, y lo raro asusta, además, siempre iba por ahí con chicas, y ellos odiaban a las chicas, pero da igual porque les pertenecían, y ese raro de mierda no debería ir por ahí con ellas, ni ducharse con aquella otra, ni afilar lápices con la de más allá, ni tocarle las tetas esa, etc.
Así que había que masacrar al raro, que ya era raro, porque no lloraba. Los chicos no habían conseguido ver llorar al chico raro, el daño físico no parecía importarle en absoluto, cuando le golpeaban y caía al suelo, se levantaba y seguía caminando sin ni siquiera sacudirse, sin mirar al agresor, y los insultos y el daño emocional no parecía hacer mella en ese chico tan raro, ya que prácticamente hablaba otro idioma.

El chico continuaba arrastrando su existencia, su nuevo refugio era aquél caluroso garaje, amartillando aquella vieja máquina de escribir a la que le faltaba la letra "N", sacándola y guardándola de nuevo cada vez, sin dejar rastro de su paso por allí..
Por su parte, las chicas encontraron en aquél niño tan callado, tan pensativo y dócil (al menos en apariencia), a un perfecto maniquí con el que probar todas las exigencias que la edad y la maduración sexual iban introduciendo en sus cabezas. Este hecho solo provocó en el chico un poco de desconcierto, no entendía nada, al menos era algo agradable, no dolía demasiado, y eso estaba bien para variar.
Encontró que podría sacar algo de provecho de todo lo que le estaba ocurriendo, de herir, de marginar, de rechazar, de morir y de matar. Observó como funcionaba aquél pequeño ecosistema, los chicos, las chicas, qué quiere cada uno del otro, etc. Observó el sutil funcionamiento de las relaciones entre los que le rodeaban, lo sufrió en sus propias carnes, el dolor, el miedo, la ira, pero también lo más agradable, y por ese caminó llego a comprender como funcionaba todo.

Tras realizar ese experimento de campo y adquirir esos nuevos conocimientos sobre las relaciones sociales, al chico se le ocurrió un plan, un plan para escapar de aquél garaje sin ser expuesto desnudo a todo eso que intentaba devorarlo desde que tenía uso de razón
Quizás había sido cazado tan pronto por el hecho de estar siempre solo, no solo de ser diferente (que lo era y lo tenía asumido), si no por el hecho de parecerlo. Si conseguía utilizar lo aprendido, podría rodearse de todos esos que están ahí afuera, si se arropaba con ellos, si se perdía entre ellos, quizás a la mala suerte y al dolor y al miedo les costara mucho trabajo identificarle. Quizás así nunca acertarían a darle.
Como no tenía mucho apego a la vida ni a las cosas que podía perder, puso en práctica su plan.
No tardó en recoger los frutos de los sutiles cambios que había ido introduciendo en su vida pública, de la transformación de gusano a mariposa, y en un corto espacio de tiempo, el chico raro entró en la adolescencia siendo el chico raro popular. El que no había renunciado a su exclusividad, pero había enfocado la mirada de los demás en las cosas más llamativas de su excentricidad, y ahora los chicos querían hablar con él, que les vieran con él, llegar aunque fuera superficialmente a conocerle un poco con la estúpida esperanza de poder conocer su secreto. Las chicas querían ser penetradas, querían ser asesinadas y asesinas de aquél chico tan raro, tan diferente, tan maniático, un  chico que podía reír como si quisiera morir, o destrozarte con unas en apariencia frágiles palabras casi susurradas de sus labios.

Esta situación de poder colocaba al chico en una posición en la que quizás podría devolver al mundo todo lo que le había hecho pasar, y hubo varios atentados contra diferentes figuras, se puso a prueba intentando hundir a las máximas figuras de su círculo de adolescentes, y lo consiguió, ocupó su lugar, enviando a estos al exilio y la marginación.
Pero nada de esto es lo que buscaba realmente, y con el tiempo ese juego comenzó a cansarle, estaba aburrido de esos imbéciles, estaba cansado del vacío que le dejaban esas chicas tan guapas, pero tan ligeras, tan intactas, flotaban, ellas flotaban y el chico estaba anclado a la tierra. El chico estaba encadenado a un lugar más profundo que la tierra, las cadenas que de él tiraban, eran unas cadenas salidas del mismísimo infierno, y a él le arrastraban.
Durante el proceso que hace de puente entre la adolescencia y la adultez, el chico probó de todo, probó mil maneras de llenar el vacío, de encontrar un sentido a la vida, de esconderse de esa nube negra que no cesaba en su empeño, que seguía queriendo verlo sufrir, agonizar, quería romperlo del todo.
Se unía a diferentes compañeras de viaje, buscaba la serenidad en mujeres serenas, la cordialidad en mujeres cordiales, la diversión en mujeres divertidas, pero no puedes agarrarte al destino de alguien y dejarte llevar. Tu vida es tuya, y no por aferrarte a otra persona, vas a adquirir en tu vida las características de las que goza esa persona en la suya.
En esa búsqueda incansable, el chico creyó que si se enfrentaba al problema raíz, si les escupía encima todo lo que llevaba dentro, quizás pudiese descansar y comenzar de nuevo. Esto no funcionó, solo empeoró las cosas, incendió al joven en rebeldía, y quemó la ciudad, y se mudó a otra, y quemó también esa otra ciudad, y quemaba corazones, y bocas, y entrepiernas, pero la llama no se extinguía, y las puntuales desgracias y situaciones dramáticas, seguían sucediéndose.

Finalmente, el joven entendió que por muy grande que fuese el mundo no había lugar para esconderse, no hay un lugar en el maldito mundo que le ponga a salvo de eso que le golpea una y otra vez, eso que espera agazapado entre las sombras, jugando al juego más cruel de todos: el juego de la desilusión.
Comprendido esto, decidió regresar a casa, y una vez allí dejarse arrastrar, no intentar nada, ni un solo movimiento voluntario, no sentir, solo dejarse llevar. Si no hay deseo, no hay dolor. La vida solo es amarga, para aquellos que la esperan dulce, así que el joven se convirtió en una hoja mecida por el viento de sus deseos y los placeres, totalmente inerte, entumecido emocionalmente.
Todo era fácil, sencillo, no había dolor, prácticamente no había nada de lo que se relaciona con la vida, pero a él le servía, podía vivir así, o al menos eso creía.

Es entonces cuando aparece ella, y en ese momento, por primera vez, siente que se alegra de estar vivo, que mereció la pena seguir respirando durante esas largas jornadas de tristeza y dolor, solo por haberse encontrado con alguien así. No importaba que a primera vista, por la diferencia de los entornos de ambos, la posibilidad de que ocurriera algo entre ellos fuera minúscula, no le importaba, ya había hecho algo maravilloso por él, había pulsado algún botón secreto que le hacía vibrar, un botón que le producía un agradable dolor ante la posibilidad de perderla (aún sin haberla tenido nunca), o ante posibles encuentros con ella.
Durante un tiempo, el joven reorganizaba su interior, intentaba comprender qué es lo que estaba pasando, intentaba encontrar la forma adecuada de llevar el asunto hacia adelante, o al menos la menos tormentosa, ya que ambas partes era bastante inestables, eran como dos cajas de nitroglicerina que deseaban saltar una contra otra y volar por los aires.
La impresión del joven viraba entre satisfacción y desconcierto y dolor, por lo que a veces dudaba entre seguir adelante y tomar cuanto pudiera, acercarse todo lo posible, absorber el calor de ese único sol que de verdad le hacía entrar en calor y huir.
Imaginaba ambas situaciones, estas recreaciones habían sustituido a las historias de ficción que una vez ensordecieron gritos y golpes. En ellas a veces imaginaba mil situaciones con ella, cenas en lugares increíbles, viajes, y en general, compartir una vida llena de esas cosas que les unen. Después saltaba la alarma, el GPS de su alma le devolvía a donde estaba realmente y le mostraba la ruta que le había llevado hasta allí, así que le hacía la advertencia: "En la próxima rotonda, realice un giro de 180º", pero solo de pensarlo dolía, solo pensar en perderla de vista por un solo día lo ahogaba, lo asfixiaba. Así que se quedó, al menos un rato.

Por alguna razón extraña e increíble, ella se paró en él, lo entendió, entendía de verdad de que hablaba, sabía de verdad cuando reía y cuándo esa risa estaba condenando a alguien o era puro llanto. Ella de repente pareció ver dentro de él, y no se asustó, ni una sola mueca de desagrado, no salió corriendo, contempló, analizó, degustó, y confesó sentirse a gusto dentro del caos que él representaba.
No le importaba ser arrastrada por el huracán que el joven traía a su paso, ser azotada por las tormentas que le seguían a todas partes, y ante tal revelación, el joven creyó que iba a morir, que no podía ser, tenía que ser una trampa más del destino, una nueva burla, una superior y quizás la definitiva, porque después de algo así, si terminaba fallando, sería el último dolor que sentiría.
Lo tenía claro, si era una nueva jugada, una jugada superior, ya que era la primera ve en mucho tiempo que sentía algo así, arrancaría hasta el último pedazo de humanidad que quedara dentro de él, se acabaría todo, ni una vez más. Ya ha sido demasiado, había sido demasiado.

Y las cosas son como son, y nunca dejaran de serlo, y el dolor siempre es dolor ,y duele, duele muchísimo, duele tanto como el amor, y duele al tragar cuando sueltas esas palabras que tienes atragantadas a tu víctima: Te quiero, huye, porque te quiero corre, porque te quiero yo correré.

Hay quien dice que no llueve eternamente, pero es difícil que un cuerpo resista más de un invierno en la calle, sin techo.
Y es muy difícil que tu perro, recogido de la calle, deje de encogerse o echar a correr cuando alguien sostiene en las manos una escoba.

Fue muy difícil para él tomar una decisión, y de hecho a estas horas, vuelve a teclear sentado frente al escritorio, con la débil luz de una vela, intentando ver si esa decisión acude, pero no acude, solo acude ella.
Ella todo el tiempo. Pero él no es bueno para ella. Pero desea ser egoísta y quedarse, y sumergirse juntos en el desorden que trae consigo.


¿Quedarse o correr? Si corre, ¿hasta dónde llegará, sabiendo que ahora, cuando está sin ella se siente un cojo? Se siente incompleto, vacío. ¿Algo de esto tiene algún sentido?

No hay comentarios:

Publicar un comentario