domingo, 22 de septiembre de 2013

Una de amor [[Alcohol, golpes, sangre, lágrimas, semen e inconsciencia]]

Supongo que después de leer el título de esta entrada, muchos y muchas estaréis esperando encontrar una sórdida historia llena de desidia, agotamiento espiritual y desamor.
Bien, podría dárosla, joder, Dios sabe que podría dárosla en estos momentos. Podría contaros que soy el nuevo David Meca, que si se trata de degradación, no paro de superarme, que estoy alcanzando unas cotas increíbles, soy el icono de la degradación humana, de llevar al límite la auto destrucción.

Podría explicaros, por qué en estos momentos estoy inflado a calmantes que nadie me ha recetado, para intentar dejar de sentir este terrible dolor en la pierna izquierda, un dolor que casi no me deja apoyar la pierna en el suelo, un dolor que ni siquiera me importa.
Podría contaros, que aún ahora, mientras escribo estas líneas aún escupo sangre, que me duele como el demonio el colmillo izquierdo, podría contaros la historia de este dolor, pero sería volver a lo mismo. Siempre es lo mismo. La raíz es la misma.

Se que podéis sentiros un poco decepcionados y decepcionadas, pero creedme, para contar bien algo hay que alejarse en el tiempo, será mucho mejor cuando pueda tomar otra perspectiva de toda esta historia.
Por otra parte, la historia que hoy traigo, lejos de ser de esas que alimentan vuestras sádicas mentes, de esas que os hacen masturbaros, o por lo menos, sentiros algo menos desgraciados, es algo diferente, demoledora y real, dolorosa a su manera.

Y antes de dar por terminado este blog, me gustaría contárosla, entre otras cosas porque no se que otras cosas se darán por terminadas cuando esta entrada se publique, la verdad, todo empieza a perder el sentido, debería buscar un trabajo, casarme, fingir, y toda esa mierda.
Me sabe mal dejaros con la intriga, dejar de contaros mi nuevo descubrimiento: que después de años y años sin utilizarlos, mis conductos lacrimógenos están tan defectuosos como mi alma, sí, señoras y señores, bebí demasiado en un mal momento y sí, señores, he descubierto que solo puedo llorar por el ojo derecho, raro hasta para eso.

De verdad que me sabe mal, joder. Os encantaría la parte de los golpes, y mis sonrisas, y golpes, y más sonrisas, entenderíais que ahora sienta un sospechoso pinchazo en el pulmón izquierdo al respirar profundamente. Cómo disfrutaríais con la parte en la que regreso a casa magullado, solitario, triste, vencedor, vencido. 
Esta historia, como casi todas también tiene su pequeña moraleja, su pequeño momento de epifanía, ese momento tierno que te hace emocionarte, que te pone el vello de punta, esa parte en la que esa niñata con la que mantienes una lucha mortal desde que tienes uso de conciencia, es quien te ha arrastrado a la cama tras encontrarte inconsciente y solo en boxers tirado en el pasillo.
Joder, tiene mucha miga la historia, pero no podría articularla ahora mismo, no es que haya un abanico muy amplio de cosas que pueda hacer ahora mismo, y que quiera hacer, menos aún.
Pero os adelanto que si llego a escribir sobre ello, va a tener todos los ingredientes que os gusta encontrar en este sucio bol de mediocridad, adelantaros que al final, el tipo se despierta en la cama, tapado con la sábana, corre al baño, vomita durante unos minutos liberándose de todo lo que sobra como en una especie de exorcismo, y después, vuelve a la cama y sin ninguna razón aparente ni ningún estímulo evocador, comienza a masturbarse.

No me lo tengáis en cuenta, de verdad, no me recordéis más monstruoso de lo que ya os he mostrado, quizás lo escriba alguna vez, de verdad, pero hoy quiero cerrar este blog con una historia diferente.
Es una historia real, una historia que no se por qué hoy ha venido a mi cabeza mientras soportaba un terrible día de resaca y dolor y tristeza y asco y viajes al baño a vomitar y ausencia.
Es una historia de cómo entre medio de la oscuridad más profunda, a veces, si se dan las circunstancias oportunas, surge un pequeño destello más potente y cegador que la luz del mismísimo sol.



Ella se sentía enferma y cansada. También físicamente, y es que estaba siendo devorada por esa vieja enfermedad que ya una vez la puso al límite. Ella se encontraba muy débil, de su cuerpo se alimentaba hacía ya un par de años la tristeza más profunda, el dolor más desgarrador, la evidencia más aplastante. 
Había enterrado a su hijo menor. Se había enfrentado a la súbita e inexplicable muerte de su hijo menor, aquél que con tanto amor, cariño y dedicación había criado, aquél que engendró y luego inició con todo el amor del mundo en el camino recto, el camino de los tipos auténticos. Y yo te quería como a un hermano, y así nos trataban como a hermanos. 

Y ella no era ya la misma, y realmente ninguno lo somos ya, pero ella no es una mujer cobarde, no es una rata cobarde como el que escribe estas líneas, ella se había labrado una familia llena de amor, confianza, fortaleza, resignación la justa y sobre todo complicidad y camaradería.
Ella había sido correspondida, tenía un compañero de viajes, un compañero del dolor, de ausencia, y a pesar de la tragedia, ella sabía que no podía abandonar, que no era el camino, no es lo que le había enseñado a su chico.
Y no abandonó, al menos no aparentemente, pero es inevitable que una gran parte de su espíritu, de su vitalidad, de su alegría se marchará con él. Escuchad atentamente porque esto que voy a deciros ahora es de las pocas cosas que considero una verdad incuestionable entre tanto desconcierto: Cuando más débil estéis, cuando más jodidos os encontréis, ahí es cuando se cebará con vosotros la desgracia.

En serio, es como la historia del pobre muerto de hambre que vio una reluciente moneda de dos euros en el suelo, arrastró sus harapos hasta ella, y justo cuando se agachó para cogerla, le dieron por el culo.
Justo en ese momento en el que llevaban en familia el dolor y que hacían una piña para poder llevar la vida hacia delante, tirando del carro quien más fuerte se encontraba en ese momento, esa vieja enfermedad que había superado, volvió para cebarse con ella.
Al momento de la indeseada reaparición, seguirán duros meses de tratamientos brutales, de pena, desidia y canibalismo, porque ella estaba siendo devorada literalmente. Para contrarrestar esto, debo decir que el equilibrio se alcanzaba mediante las dosis brutales de amor que recibía de su familia, de su núcleo, de la cosecha que había sembrado, los frutos del amor.

La cuestión es que el momento demoledor del que quiero hablaros ocurre unos meses después, aún sumida en la enfermedad y la desgana, y ante la oscuridad que presenta el futuro más próximo, una de sus hijas quiere verla sonreír, quiere hacerla sentir especial, quiere regalarle un día de exclusividad, un solo día joder.
Y es así como nos encontramos en la celebración de un enlace matrimonial muy especial, emotivo por todo lo que llevaba implícito, y aquí viene el momento.
Ella tenía muchísima ilusión por el evento, pero estaba literalmente agotada, y aún así, haciendo gala una vez más de su fortaleza, de que la voluntad humana es inagotable e imparable, ella se pone preciosa y está a la altura de la situación, no le falta una sonrisa ni da una muestra de decaimiento.

Bien, estamos en el banquete, creo recordar que hay una tradición en la que tras el banquete o antes, no lo se, soy un puto desastre, ya deberíais saber que no soy un tipo de tradiciones. 
El caso es que se baila un valls, dentro de aquél ambiente tan exquisito, y su marido baila con la hija, la novia, y luego baila con la madre del novio, y todo parece sacado de una película.

Ella observa desde la primera fila el baile y sus ojos despiden amor, de verdad, miraba a su marido bailar con un amor tan profundo escapando por sus cansados ojos que podría haber roto cualquier corazón.
Y yo estaba allí cerca cuando ocurrió lo que aún ahora, mientras lo escribo, no puedo evitar que me tiemble el pulso, y que tenga que hacer un esfuerzo titánico para no ponerme a llorar como una nena.
Se sucedían los bailes y todos estaban expectantes, el padre de la novia, su marido, se veía realmente feliz, había conseguido apartar todo por un día y se le veía disfrutar, elegante, en un esmokin excelente, y bailaba feliz, primero con su hija, y luego se la entrega al novio y baila con la madre de este.
Y entonces ocurrió. De repente mira hacia la zona donde yo me encontraba mirando a alguna tía buena de patas largas embutida en un vestido sexy, pero no me miraba a mi, miró a su mujer.
La miró con unos ojos diferentes, la miró como si la hubiese visto por primera vez, como quien ve un oasis en medio del desierto después de días caminando sin rumbo, la miró con la mirada que invade tus ojos cuando ves a esa persona que le da sentido a tu vida, por desgracia se lo que es esa mirada.
Y con esos ojos la miró, con la expresión de quién acaba de encontrar la fórmula para acabar con el hambre y la enfermedad en el mundo.

Soltó delicadamente a la madre del novio y cruzó la pista en dirección hacia ella, nada podría haberle detenido, caminaba como si fuera inmortal, imbatible, nada podría frenarle, sonreía.
Llego hasta ella, paró a un metro y medio y le extendió el brazo, le pedía un baile, y ella sonreía tímidamente y se excusaba "No, en serio cariño, seguro que me mareo, sigue bailando" Y el era una estatua, no articulaba palabra, era mi puto héroe, ni cien mil bestias salvajes podrían haberle hecho tambalearse, permanecía allí en frente, sonriendo, destilando amor, inamovible, con su brazo extendido, no parecía escuchar sus excusas.
Y yo no podía parar de mirar.

El no veía a nadie de los que estábamos allí, y ella quería renunciar para que los demás disfrutaran, porque a su manera, ella disfrutaba así, pero el no admitía un no por respuesta y permanecía allí en frente, con una sonrisa de oreja a oreja, como contemplando a dios en lugar de a su esposa consumida por la pena y la enfermedad, él estaba frente a una de las más espectaculares maravillas del mundo y no pensaba renunciar a su oportunidad.
Ella no tuvo más remedio que ceder, y sus miradas eran una, y danzaban o más bien flotaban por la pista juntos, siendo solo uno, unidos por todo, y cómo se miraban, cómo el amor los arrastraba en una suave ola melodiosa, y ya no había enfermedad, ni pérdida ni dolor, y podrían vivir para siempre en ese instante.

Y ahora en estos momentos no puedo evitar reprocharme no haber mirado qué había en sus corazones, cuál es la fórmula para llegar a eso, por qué yo nunca podré hacer algo así, por qué a pesar de que si he conseguido esa mirada que él tenía en los ojos, por qué a pesar de haberme sentido frente al objeto de culto que da sentido a mi vida, me quedo bailando solo en la pista.
Pero esta es su historia, y seguramente se deba a que se lo merecían, lo habían labrado mediante acciones de amor y pasión y complicidad, y sobre todo, no eran unos seres absurdos como el que escribe, no se ni por qué cojones me pregunto nada.

La cuestión es que danzaron y yo no puedo sacarme la escena de la cabeza, esa escena de cómo el amor verdadero se impone, cómo te hace imbatible, de acero, te hace mover montañas, y no hay excusas.

Desde la envidia, os lo merecíais, y me alegro de haber estado allí presenciándolo, porque aunque algunos y algunas no lo creáis, para mi aquello fue contemplar un milagro, y poco después contemplé otro milagro más, mucho más breve, y lo corrompí, como todo lo que toco.



En fin, espero que hayáis disfrutado de las historias que os he venido dejando estos meses, que os hayan servido para algo, para lo que sea, con que haya movido algo dentro de todos vosotros y vosotras ya me vale. 

Por mi parte, he de confesaros que saber que estabais ahí detrás leyendo todo esto nunca me importó una mierda, lo hacía por pura necesidad, pero aún así, Gracias. De verdad, supongo que ya nos sentimos casi como una familia, muchas gracias.


The End

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