sábado, 28 de septiembre de 2013

Autorretrato

Había recorrido casi mil Kilómetros en dos días. Había recorrido casi mil Kilómetros sin dormir apenas unas horas y sin hablar con nadie. Había recorrido casi mil Kilómetros en solo dos días y no había conseguido acercarse a ese momento de reflexión que le mostrara qué debía hacer ni un solo centímetro.
Había recorrido casi mil Kilómetros en solo dos días y sentía que no se había alejado un solo milímetro de aquello que le aterrorizaba, así que se encontró asustado, sentado en el suelo de una oscura habitación, con el estómago ardiendo, los puños gastados y la lengua en huelga.

A través de la persiana de esa solitaria habitación intentaban colarse clandestinamente unos rayos de luz provenientes del exterior, unos huéspedes que no eran bien recibidos allí.
Había recorrido mil Kilómetros en solo dos días, se había despojado de cualquier cosa que pudiera contribuir a una reminiscencia de esa terrible ruptura, y seguía sintiéndose fatal, seguía atascado en aquella tarde, seguía sentado, con la cabeza entre las manos y la frente apoyada en las rodillas, seguía allí sentado, junto a su portal, intentando explicarse.
Los parámetros destinados por el hombre a medir la distancia no le resultaban útiles en ese momento, el movimiento ya no era una cuestión de física, de hecho las leyes de esta se habían alzado en una revolución que le empujaba más y más al exilio, a la huida.

Casi mil Kilómetros y aún está encadenado a la incoherente vomitona que sustituye cualquier explicación lógica que intenta emitir, sigue gritando su amor en un idioma no compatible con el código del destinatario, y es desesperante, es ser invisible, es ser mudo, es la incomprensión, el rechazo y la crueldad con uno mismo más grande que un hombre puede propinarse.
Quizás nunca se alejara lo suficiente, quizás ya era demasiado tarde, había sido infectado y ahora, a lo largo de su vida, toda acción que ocurriese, todo episodio, todo sentimiento, lo mediría en comparación con los que le brindó ella.
Ella sería el reflejo que siempre estaría ahí, sería la medida estándar con la que mediría cada nuevo beso,. cada nueva risa, cada nuevo día, cada nueva mirada, y nada sería suficientemente bueno. Nunca nada tendría sentido, porque simplemente, no sería suficiente.
A lo mejor no podía huir, a lo mejor no funcionaba esa estrategia porque al final y después de todo, de quién trataba de huir era de él mismo.
Quizás es lo que había estado haciendo toda la vida, huir de lo que es, de lo que ha sido, evitar lo que será.

Ha cometido errores mucho antes, de hecho cree que su origen es el error, eso explicaría muchas cosas, quizás solo era un error existencial, una anomalía, quizás solo sería una interferencia puntual en la historia de la humanidad, y si era así, qué más daba lo que sintiese o lo que le pasara, era un huésped no registrado, clandestino, no precocupaba a nadie, ni siquiera a él mismo.
Pero nada era comparable a esto, porque ahora si que le interesaba respirar, le había interesado por primera vez, había dejado de dirigir su afilada mirada hasta sus delgadas muñecas noche tras noche, había dejado de encontrarse soñando con un trágico final que le brindara paz.

Mientra está sentado en el suelo de esa oscura habitación después de haber recorrido casi mil Kilómetros en solo dos días, siente que la puerta de la habitación lo mantiene alejado de un mundo lleno de colores que lo saturan, de voces que le atosigan y de moléculas de oxigeno despechadas porque las sustituyó por sus miradas como método de supervivencia principal.
De repente, sus ojos son invadidos por una ráfaga cruel de luz del mundo exterior que le hace arder la mente y se protege la cara con el antebrazo y espera. Tras unos pasos la puerta se cierra y vuelve la oscuridad.

—¿Qué tal vas, pequeño? —preguntó esa voz que no le era del todo desconocida—, tienes una pinta asquerosa, ¿Qué tal si afeitas, te duchas y haces esas cosas que hace la gente normal?

—Muérete.

—Uhhh eres un chico realmente duro —se mofa el alama portadora de esa voz que aún permanece de pie, a su lado—, por un momento has conseguido asustarme, princesa.

—¿Qué cojones quieres? —protesta—. Lárgate de una vez, ya te dije que quería estar solo.

—Me aburres —contestó acompañándolo de un efusivo pisotón justo al lado de la mano del chico—, eres aburrido como un mono. ¡Joder!, si lo se, no vengo. Creía que veníamos a desintoxicarte, a joder con todas esas putas, ¿viste como te miraba anoche aquella tía que se ofreció a enseñarnos los locales más divertidos de la ciudad? Y tu allí mirando al suelo, como si hubieras perdido algo, debió pensar que eres un puto marica, ¡joder! debió pensar que somos una pareja de maricones o algo así.

—No te pedí que vinieras. No te soporto, solo quiero que me dejes solo, quiero estar solo, quiero estar tranquilo, ¿tan difícil de entender es? ¿Es que no puedes irte por ahí a joder a otro?. En serio —añadió levantándose y lanzando de una manera convulsa todo lo que tenía a su alcance— ¡Llévatelo todo! ¡Llévate toda esta mierda jodido imbécil! ¡Nunca te he pedido nada! ¡Déjame de una puta vez! ¡Déjame sin nada, pero déjame! ¡Lárgate!

De repente la habitación se volvió pueblo arrasado por huracán. Miles de trozos de cristal rebotaban por las paredes, los cuadros caían al suelo, se estrellaban contra cualquier superficie pronunciada. Se estaba deshaciendo de todo, se arranacaba la ropa, se arrancaba las lágrimas y los gritos, golpeaba el suelo de rodillas, como queriendo echar abajo el universo.
Unos diez minutos después, agotado, cayó de bruces exhausto sobre su obra Magna, y respiraba con dificultad, con la cabeza pegada al suelo.

—Eso es —insistió la voz de aquél personaje—, me encanta cuando te pones dramático. Ahora, ¿por qué no escribes algún poemita o cuento de maricas de esos que tanto te gustan? ¿No crees que estamos justo en ese punto? adelante.

El joven emite un sonido que el suelo, a unos centímetros de su boca apaga.

—¿Cómo has dicho? ¿Me estabas insultando? ¡Muy bien Peggy sue!, empiezas a ponerme cachondo, quizás el viernes te lleve al baile y más tarde, de madrugada, te folle en el granero.

—Jódete —contestó ahora de forma audible y con una sonrisa en los labios ensangrentados—, vas a joderte.

—No, no me has entendido, hablaba de darte por tu precioso culito el viernes por la noche, ¿te hace, pequeña Cindy? Bueno ahora en serio —añadió cambiando a un tono mucho más grave—, déjate de mierdas, salgamos de aquí. El ritual ha terminado, Satán te adora. Ya hemos conducido bajo la lluvia, ya nos hemos inflado de venenos, ya hemos desayunado cuchillas de afeitar, ya me has gritado, me has echado la culpa, así que ya deberías sentirte mejor, ¿no es así? En serio, volvamos, llama a cualquiera de ellas, date una alegría, vayamos hasta allí y sumerjámonos en la depravación con alguna de ellas, la más cerda, vamos a ponernos bien cerdo, y luego podrás irte a casa y correrte sobre cualquier folio en blanco y al menos volveremos a tener algo de pasta, verás como todo vuelve a la normalidad.

—Fuera de aquí. No quiero volver a verte.

De repente la oscuridad se hizo mucho más profunda y la confusión se impuso sobre todas las cosas pertenecientes a la realidad. Todo se volvió distorsionado, y de repente un terror muy profundo recorrió todas las extremidades del chico, y este quería levantarse y huir pero no veía nada. Sonaban golpes en la puerta y él intentaba golpear al dueño de aquella voz hostigadora, pero solo lograba golpear el aire, y la lámpara, y a veces las paredes, y se escuchaban golpes en la puerta de la calle, pero casi no podía distinguirlos entre las carcajadas de aquella cosa tan familiar. 
Carcajadas y golpes. "Me las vas a pagar.JAJAJAJA.Teníamos un acuerdoJAJAJAJAJA¿Me escuchas?JAJAJAJAJA
Y como no veía nada, se fue guiando por el oído y caminó hacia el baño a tientas, hacia la fuente de aquél sonido estridente, de aquella risa de hiena, y en un golpe de suerte palpó el interruptor de la luz en la pared del baño y lo accionó.
Un súbito terror recorrió su espina dorsal cuando se encontró frente a frente con el agresor, los primeros segundos se quedó paralizado, mirando con gravedad la sonriente expresión que portaba aquél demonio que le hacía imposible su existencia, acto seguido le lanzó un puñetazo con todas sus fuerzas.



Rompió el espejo en mil pedazos.

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