martes, 10 de septiembre de 2013

Melodías nocturnas



Ya desde los primeros recuerdos que Luci conserva, el orden y la disciplina se encuentran presentes en todo momento de su vida, son los pilares en los que se apoya su núcleo familiar.



Es comprensible, si tenemos en cuenta que su padre ocupa un alto cargo dentro del ejército del aire, siguiendo con una antigua tradición familiar en la que todos los varones, desde su bisabuelo, han dedicado su vida a servir a su país.



A veces, justo antes de dormirse, después de que su madre le haya arropado y besado en la mejilla, a Luci le gusta recordar, intenta echar la vista atrás todo lo posible, hasta alcanzar el recuerdo más lejano que le permita su memoria (recuerdo que no puede ser muy lejano, puesto que la pequeña Luci solo tiene ocho años), cuando se pone a ello, siempre acaba durmiendo arropada por el recuerdo de frías noches de invierno, arropada, sintiendo el calor de mamá, que permanece sentada en el borde de la cama, escuchando el suave murmullo de su voz, contándole un cuento casi en susurros, con una voz cálida, tierna, envolvente.



Cuando llega a este punto de la memoria, Luci siempre acaba dormida. Papá nunca aparece en estos particulares flashbacks que se provoca, y en parte es lógico, debido a su trabajo, siempre se encontraba fuera de casa, y cuando volvía, era solo para unas dos semanas como mucho. Era un ritual cíclico, siempre ocurría igual, llegaba, abrazaba a mamá, la abrazaba a ella, arrojaba su equipaje justo en la entrada de la casa, y luego se acercaba al frigorífico y cogía una lata de cerveza.



El primer día era el mejor, era la novedad y la expresión de todo el cariño contenido durante su ausencia, y era un buen hombre, era cariñoso, pero lo justo. Era severo en cuanto al orden y la disciplina, era totalmente contrario a cualquier cosa que supusiera una alteración del orden lógico de las cosas, por ejemplo, en casa de Luci, los cuentos estaban prohibidos. "Cariño, no quiero que le llenes la cabeza a la niña de cuentos de hadas, no quiero una hija con la cabeza llena de pajaritos, pero puedes enseñarle algo útil, gramática, matemáticas o cualquier cosa", solía decirle a mamá cuando escuchaba a Luci pedir que le contaran un cuento.



A pesar de todo eran unos buenos padres, ella los quería muchísimo, pero Luci no era una niña cualquiera.



Hay veces que las personas nacen con una luz especial, con un corazón indomable, con una mente a la que no se le pueden poner diques, y este era el caso de Luci.



Luci siempre había sido una buena niña, al menos era una niña educada, los vecinos no tenían queja de ella, los profesores tampoco, pero a pesar de esto, Luci no era una niña popular, a pesar del lema que tanto repetía papá "Nuestra comunidad es como una gran colmena, tenemos que trabajar todos codo con codo por el bien común", Luci no era especialmente popular, no le interesaba lo mismo que a los otros niños.



A pesar de que la fantasía había sido vetada en su casa, había algo dentro de ella, algo inextirpable y que crecía inevitablemente a marcha forzada.



A veces, mamá le leía a escondidas esos cuentos que papá tanto despreciaba, y ella flotaba, en su mente se creaba una imagen de todo lo que allí ocurría, se veía en el papel de una doncella destinada a ser una princesa deslumbrante, se veía persiguiendo a un conejo hasta tierras desconocidas, desconcertantes, se veía cayendo en un sueño profundo al pincharse el dedo con la rueca, una vez que gracias a su madre probó la fantasía, una vez que comprobó que no existen rejas ni muros capaces de encerrar a una persona, que siempre queda imaginar, no pudo parar de sumergirse en estos mundos.



Al principio esperaba con ansia que su madre le leyera un cuento de forma clandestina, pero pronto, se encontró imaginando sus propias historias, ensimismada en los recreos, mientras los otros niños la observaban extrañados desde sus tradicionales juegos, ella exploraba, caminaba como extasiada, como si viera el lugar, de una manera diferente a como lo veían los demás.



Cuando había que dibujar en clase, mientras los demás niños dibujaban una postal de su familia en la que sus miembros deformes se toman de la mano, ella dibujaba una versión completamente ornamentada, se dibujaba rodeada de animales, interactuando con estos, en parajes psicodélicos.



El pasatiempo de Luci no hacía mal a nadie, no molestaba a nadie mientras paseaba por su imaginación, mientras salía a pasear cada noche por bosques misteriosos.



A veces sentía miedo, en su fantasía, cuando todos dormían, ella salía a pasear bajo esos bosques, y el viento aullaba, y los animales nocturnos también, y en esos momentos desearía tener un compañero de viajes, alguien que la tomara de la mano, alguien que frenara el sentimiento de miedo y que la guiara en los mundos de su imaginación, y pronto descubrió, que en su mente, querer era poder.



En una de sus salidas hacia los bosques aulladores, Luci caminaba entre sauces llorones que casi no dejaban pasar la luz de la luna, y de repente, cuando creía sumergirse cada vez más en la oscuridad, empezó a escuchar una dulce melodía que estaba siendo silbada por alguien, era una dulce tonada que se superponía al inquietante sonido de las ramas de los sauces.



Luci siguió la melodía, y al principio le costaba orientarse, y se rasgaba los leotardos con los arbustos, pero finalmente, haciendo acopio de un gran valor, siguiendo esa amable tonada, llego hasta un claro en el bosque, y pudo observar cómo era la luna quien emitía el silbido, Luci quedó atónita mirando hacia el firmamento, y la Luna le guiño un ojo.



—Hola, pequeña Luci —dijo con la voz más dulce que Luci nunca había oído—, no estarías perdida, ¿verdad?



Luci se quedó en blanco, solo podía sonreír, era todo tan maravilloso, estaba tan lejos de las reglas rígidas de casa, de las miradas extrañas en la escuela, de mamá llorando y pensando en llevarla a ver a un "especialista", se sentía tan bien allí lejos de todos aquellos que no tenían nada mejor que hacer que criticarla, que casi rompe a llorar.



—Eres mi pequeña niña flequillo favorita —dijo la sonriente luna—, me encanta verte por aquí, recorriendo estos mundos, porque gracias a que existes, existimos nosotros, y gracias a que existimos, existes tu. Siempre es un placer que tus preciosos ojos recorran nuestro hogar. Por cierto, tengo una sorpresa para ti, no he podido evitar notar que a veces sientes un poco de inquietud por algunos de nuestros parajes (Si, desde las alturas no se me escapa nada, jejeje), verás, lo primero que quiero decirte es que no debes tener miedo, porque tu eres el origen de todo, confía en ti pequeña, recuerda que somos tu fantasía, recuerda que no es malo soñar, que siempre estaremos para ti, y recuerda, que a pesar de lo que diga tu padre, a pesar de que te miren extraño, o te sientas juzgada, no podrás jamás ser feliz, si no nos escuchas a nosotros, si no sigues a tu corazón.



Aún así —continuó—, como te decía, quiere darte algo, porque a pesar de que nunca estarás sola aquí, y de que no debes temer, creo que os llevaréis bien.



A continuación la luna hizo un gesto, y de unos rosales que había justo en frente de Luci, brotó una rosa que crecía de manera acelerada, y tras abrir el capullo, arrojó una especie de silbato o flauta pequeña.



—Adelante, sopla —dijo la luna—, verás lo que ocurre. Es nuestro regalo para ti.



A continuación, Luci sopló por aquél extraño instrumento, y este emitió un sonido casi imperceptible, más una vibración que otra cosa, y justo después de que dejara de sonar, el suelo se abrió de una forma algo brusca, y de él emergió poco a poco una figura que a primera vista podía arecer algo siniestra, era una especie de esqueleto de mirada triste que vestía un elegante traje, y que a pesar de su tenebroso aspecto, produjo en Luci más expectación e interés que terror.



El shock llegó cuando el escuálido ser emitió un sonido para saludar, tenía la voz más suave y cálida que Luci nunca había oído, le recordaba a la voz con la que mamá le leía los cuentos secretos, y el efecto de la voz, le hizo perder cualquier tipo de recelo que pudiera guardarle por su aspecto.



—Debo estar soñando —dijo el esqueleto— debo estar soñando el sueño de otro, demasiada belleza para mis cuencas vacías, buenas noches, preciosas, soy el señor Ribbles, pero podéis llamarme Rib.



—Eres un adulador, Ribbles —le riño dulcemente la luna—, ella es Luci, la chica de la que te hablé, la chica que nos sueña, la niña que posee el don. Como te comenté, a veces se siente un poco sola, y como conozco tu gusto por las buenas compañías, te he traído a la mejor.



—¡Vaya! —Exclamó—, señorita —dijo tomando la mano de Luci entre sus esqueléticos dedos—, déjeme decirle, que no volverá usted a sentirse sola, ni aquí, ni fuera de este lugar. Por favor, permita a este saco de huesos hacer de guía para usted, tengo poca carne, pero mil historias que contarle, historias sobre reyes, sobre princesas, sobre esqueletos danzantes, sobre brujas y caramelos, deje que este saco de huesos la acompañe en el camino, solo mientras usted quiera. Mientras lo desee, yo estaré para usted, solo tiene que silbar en la raíz que tiene en la mano, y apareceré para usted. Cuando todo lo demás le falle, yo estaré para usted, la calmaré cuando esté inquieta con canciones que aprendía en el infierno, con historias que me contaron gigantes del otro lado del mundo, le mostraré lugares increíbles que le harán olvidarse de todas sus inquietudes.



—¡Genial! —exclamó luci, con lágrimas en los ojos—, acto seguido, se arrojó hacia el señor Rib y lo abrazó, era como abrazar una bolsa de roscos, los huesos sonaron a modo de xilófono, con cada abrazo, emitía una melodía diferente, y a Luci esto le encantaba, además, si lo mantenía abrazado el tiempo suficiente, este le hablaba bajito al oído, y le contaba historias increíbles que la sosegaban, que la alejaban aún más del exterior, que la ponían a salvo de las miradas críticas y de los comentarios de esos paletos sin imaginación con los que se codeaba en el exterior.



A partir de Aquél momento, Luci y Ribbles se hicieron inseparables, eran un refugio el uno para el otro, cuando todo lo demás fallaba, cuando ya habían tenido suficiente ración de realidad, se encontraban de nuevo para juntos curarse las heridas, mantener conversaciones amables, abrazarse melodiosamente y compartir cada instante como si fuera a ser el último, porque en el fondo de sus corazones, ambos sabían que la realidad termina por imponerse.



Esto era algo que a pesar de su corta edad, Luci podía intuir, pero no se entristecía, ni Ribbles tampoco, porque mientras ella lo deseara, mientras ambos estuvieran por la labor, siempre habría una manera, siempre habría un momento de cada día, nada nunca podría separarlos, Ribbles siempre estaría ahí, solo tenía que emitir el silbido, era su regalo, el regalo que le hizo la luna, y aunque quizás ella aún no lo sabía, ella era un regalo para ribbles, la existencia de ambos se complementaba, y así continuó durante muchísimo tiempo, juntos pasaron mil aventuras, nunca nada ni nadie pudo evitar sus furtivas escapadas, su mutuo amor, consuelo, diversión, inquietud. Ambos fueron para siempre, el uno para el otro, el gran regalo de aquella luna llena tan sonriente y amable, en aquella noche en la que parecía que iba a imponerse el miedo.



Fue la gran lección de la luna. Pequeña, si el miedo te invade, sueña, sueña ya abraza a este saco de huesos, que siempre tendrá una melodía para ti.



Si guardáis silencio, en los momentos en que tengáis miedo, en los momentos en los que todo falla, estad atentos, escuchad con atención porque siempre habrá una melodía para vosotros, y la luna os ayudará a encontrarla,  no temáis, de verdad no temáis llorar o asustaros, pero pensad que siempre hay una solución que en su mayor parte dependerá de vosotros, y sobre todo, no paréis hasta encontrar vuestra raíz, vuestro señor Ribbles, porque siempre habrá uno para cada uno de vosotros y vosotras, recordad, no estáis Sol@s, y tú menos que nadie, de eso me encargo yo.

Buenas noches.

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